Una sala de espera de 1?
El espacio se inicia con turbulencias. Dal¨ª, puesto de embocadura de un gran teatro de la farsa, duda ante la c¨¢mara y da nombre al programa; a continuaci¨®n, con imaginer¨ªa de la mejor escuela superrealista, un loro estira el cuello, avisado de su degollaci¨®n; brillan navajas y u?as largas, corre la sangre, caen plumas y se atisba una masacre en un vaso, de agua. Terminado el simulacro de la belleza convulsa, el tren llega a su destino: La estaci¨®n de Perpi?¨¢n.Aunque no figure en los t¨ªtulos, parece ser que el realizador de esta sugestiva cabecera es Ram¨®n G¨®mez Redondo, que, antes que discutido directivo del Ente, fue cin¨¦filo y cineasta y hombre muy hitchcockiano, lo cual se nota en los planos de su presentaci¨®n y en la m¨²sica -tampoco acreditada-, que recuerda notablemente las composiciones de Bernard Herrman para el gran gordo filos¨®fico. Pero lo m¨¢s curioso es que, detr¨¢s de esa car¨¢tula de amenazas, el nuevo programa de Paloma Chamorro resulta quieto y pl¨¢cido, constructivo y sereno, hecho con la serenidad de quien est¨¢ cansado de combatir o con la del que observa el campo de batalla despu¨¦s del estropicio que ¨¦l mismo, con sus huestes, ha causado.
Aunque el programa se inici¨® con un ruido de sables, La estaci¨®n de Perpi?¨¢n no sigue la estela sulfurosa y osada que acompa?¨® a Paloma Chamorro en sus d¨ªas m¨¢s aguerridos; cuando, por ejemplo, encargaba v¨ªdeos de alto erotismo musical o de alta provocaci¨®n, como el del cerdo crucificado que tanto disgust¨® en Alcal¨¢ de Henares. Tras un trayecto brillante y plagado de saltos y vaivenes, que ha hech¨® de ella una figura quiz¨¢ insustituible en la casa, la Chamorro parece haberse tomado un respiro: su convoy, arrastrado a lo largo de muchas temporadas con el empuje de una locomotora desbocada, ha llegado a una estaci¨®n de paso y ha optado por pasarse unas horas. de deleite instructivo en la sala de espera.
La estaci¨®n de Perpi?¨¢n resultar¨¢, por eso, a los que piensan que las chicas son -siempre- guerreras un programa desconcertantemente apaciguado. Chamorro, nos ofrece largas, exhaustivas entrevistas, siempre inteligentes, con los artistas elegidos, y un peque?o trenzado de acompa?amiento que puede incluir material ajeno rodado ex profeso o una apoyatura estricta en el arte de los seleccionados (casos de Batiato, Clemente y Barcel¨®). Nada m¨¢s. ?Alguien quiere m¨¢s?
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