Morir en Ria?o
LA ACCI?N demoledora de los bulldozers, bajo la contundente protecci¨®n de las compa?¨ªas de reserva de la Guardia Civil, y el suicidio de un tiro de uno de los vecinos tienen todos los visos de pasar a la historia como las ¨²ltimas secuencias del conflicto que ha hecho famoso a Ria?o. Lo que antes fuera un t¨ªpico pueblo leon¨¦s se est¨¢ transformando en un paisaje en ruinas. Este es el fin de una cadena de decisiones que desde mediados de los a?os sesenta han llevado a los Gobiernos de la naci¨®n a mantener la conveniencia de convertir una de la zonas naturales m¨¢s celebradas de Espa?a en un gigantesco embalse que regule la cabecera del r¨ªo Esla y riegue con sus aguas las tierras bajas del p¨¢ramo castellano.La pol¨¦mica sobre el embalse de Ria?o ha estado alimentada en estos ¨²ltimos a?os -desde que en 1983 la Junta de Castilla y Le¨®n decidi¨® impulsar la culminaci¨®n de las obras- por las razones a favor y en contra del proyecto, por la pureza del m¨¦todo de expropiaci¨®n empleado y por el uso de la fuerza p¨²blica en el desalojo y derribo de las viviendas desde el momento en que adquirieron firmeza las decisiones de los tribunales. En este ¨²ltimo terreno se han producido excesos que no ten¨ªan raz¨®n de ser, por m¨¢s dura que haya sido en ocasiones la resistencia de los vecinos y de los grupos de ecologistas venidos en su apoyo. Hechos como la utilizaci¨®n de botes de humo, las cargas policiales y la reiterada detenci¨®n del alcalde -al que ni siquiera se le priv¨® de las esposas, sin duda dada la alta peligrosidad que le atribu¨ªan los guardias- no son lo m¨¢s adecuados para apaciguar los ¨¢nimos comprensiblemente exaltados de gentes a las que se expulsa de sus casas y de su entorno. El suicidio de uno de los propietarios desalojados ha contribuido a a?adir dramatismo y horror a un proceso llevado por el poder pol¨ªtico con la acreditada doctrina de este Gobierno de palo y tente tieso.
En la historia de Ria?o no ha faltado un escrupuloso respeto jur¨ªdico, pero se ha carecido de la habilidad pol¨ªtica para hacer menos inaceptable a los vecinos el abandono de su arraigo y m¨¢s comprensible a la sociedad la conveniencia. de una decisi¨®n siempre cruel. En el proceso de expropiaci¨®n, los vecinos han podido alegar ante los tribunales, han recibido las indemnizaciones correspondientes -cifradas oficialmente en 14.000 millones de pesetas- y sus viviendas han sido sustituidas por otras que, si no emocionalmente equivalentes, lo han sido en valor material. Muy probablemente, una parte de las protestas vecinales ser¨ªan de todos modos imposibles de aliviar; pero no es descabellado pensar que si las indemnizaciones, en casos de graves da?os materiales y morales como ¨¦stos, fueran m¨¢s altas, los enfrentamientos no habr¨ªan revestido la dimensi¨®n, a veces pat¨¦tica, que ahora alcanzan.
Poco sentido tiene seguir discutiendo sobre el acierto o no de construir el embalse. Los Gobiernos que se han sucedido desde 1965 no han enmendado la decisi¨®n de llevarlo adelante. Se arguye un beneficio para 83.000 hect¨¢reas de terreno que podr¨¢n ser regadas con sus aguas, aparte de la eliminaci¨®n de los peligros de cat¨¢strofe con que todo r¨ªo peninsular amenaza. Quienes est¨¢n en contra replican que, al margen de los da?os que la obra produce en el entorno natural, los posibles beneficios econ¨®micos podr¨ªan obtenerse con obras alternativas. La falta de un verdadero debate t¨¦cnico ha fomentado la demagogia revestida de invocaciones ecol¨®gicas y, al fin, una mayor dureza en las posiciones. Si los vecinos no ten¨ªan bastante ya con la expropiaci¨®n, les ha ca¨ªdo tambi¨¦n una utilizaci¨®n pol¨ªtica y hasta naturista encima.
El caso es que se pod¨ªan y se deb¨ªan haber evitado acciones en las que los habitantes son literalmente arrancados de sus viviendas, y que por s¨ª mismas descalifican las razones cient¨ªficas y pol¨ªticas que avalen la construcci¨®n de la presa. En la manera de comportarse la Administraci¨®n con los ciudadanos, de tratar no s¨®lo su posici¨®n jur¨ªdica, sino tambi¨¦n sus derechos humanos, se marca la diferencia entre los sistemas absolutos y quienes sirven a la comunidad.
Durante las ¨²ltimas d¨¦cadas, la sociedad espa?ola ha experimentado transformaciones materiales y ha sabido adaptarse a ellas. Espa?a protagoniz¨® el proceso de urbanizaci¨®n m¨¢s r¨¢pido que se conoce en Europa. Perder el lugar donde se ha vivido y trabajado durante toda la vida puede ser muy arduo, pero ese fue el destino de millones de espa?oles durante las dos ¨²ltimas d¨¦cadas. A ello les movi¨® la necesidad de sobrevivir y no lo bulldozers. No hab¨ªa oportunidad de elegir. La tenaz resistencia que en Ria?o oponen las gentes, incluso hasta la muerte, a abandonar sus lares se fundamenta en el dolor de verse desarraigados, desatendidos por una burocracia est¨¦ril y un poder atento a las estad¨ªsticas y de espaldas a la realidad de las gentes. No es por eso improbable que esta adversidad se encuentre acentuada por la mezquindad de la Administraci¨®n y por la insensibilidad en la gesti¨®n de un problema con una decisiva carga humana.
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