Corpus de sangre
El 7 de junio de 1896 fue, como el de 1640, un Corpus de sangre en Barcelona. Al pasar la procesi¨®n por la calle de Cambios Nuevos hacia la iglesia de Santa Mar¨ªa del Mar, una mano desconocida arroj¨® un explosivo que caus¨® media docena de muertos en el acto y algunos m¨¢s en d¨ªas sucesivos. La ciudad se horroriz¨®. No era el primero de estos atentados -dos a?os antes, Santiago Salvador hab¨ªa lanzado sus famosas bombas sobre el patio de butacas del Liceo, en plena representaci¨®n de ¨®pera-, pero esta vez no se le encontraba ni siquiera el pretexto de que se trataba de dar una lecci¨®n o escarmiento a la burgues¨ªa. Los muertos pertenec¨ªan a capas populares y hab¨ªa entre ellos varios ni?os.Como es secuela habitual de este tipo de actos, se despert¨® una ciega ansiedad de persecuci¨®n. La polic¨ªa, totalmente desorientada sobre la autor¨ªa real del atentado, pareci¨® plantearse como ¨²nico objetivo llenar las c¨¢rceles a cualquier precio. Pronto hubo 400 detenidos, entre anarquistas (alguno de ellos, como Jos¨¦ Llunas, notorio enemigo de la propaganda por el hecho), dirigentes de sociedades obreras, maestros laicos, incluso publicistas de tendencias librepensadoras; en resumen, y seg¨²n escribe un buen especialista en el tema, "todos los sospechosos de ideas avanzadas que se pudo encontrar en los alrededores de Barcelona, siguiendo las indicaciones de la Asociaci¨®n de Padres de Familia, los jesuitas y otros c¨ªrculos integristas.
Unas cuantas docenas de los detenidos fueron trasladados al castillo de Montju?ch. Los testimonios de lo que all¨ª ocurri¨® son, tan abrumadores y coincidentes que es imposible dudar de su veracidad: se empezaba por pasar varios d¨ªas obligados a andar alrededor de la celda sin beber ni comer m¨¢s que bacalao seco; si entonces no se declaraba qui¨¦nes hab¨ªan sido los autores del atentado, se recurr¨ªa a m¨¦todos m¨¢s contundentes: u?as arrancadas, ¨®rganos genitales retorcidos, pies aplastados por m¨¢quinas prensoras, cascos el¨¦ctricos, puros habanos apagados en, la piel... Se necesitaron dos meses, pero al fin la Prensa supo que "hab¨ªan sido hallados los culpables". En el consejo de guerra celebrado en diciembre, el fiscal lanz¨® una atroz pero sincera declaraci¨®n: "agobiado por el n¨²mero, cierro los ojos a la raz¨®n"; y solicit¨® 28 penas de muerte. Tan alto era el n¨²mero de autores conseguido en Montju?ch. A ellos se a?ad¨ªan otras 59 demandas de cadena perpetua, en concepto de c¨®mplices; como tales se conceptuaba a todos los que hab¨ªan asistido a las reuniones p¨²blicas mantenidas en el c¨ªrculo de carreteros donde, seg¨²n la acusaci¨®n, se hab¨ªa fraguado el atentado. En el consejo de guerra, celebrado a puerta cerrada, no se acept¨® alegaci¨®n alguna relacionada con malos tratos a los encausados, y sus declaraciones fueron dadas como v¨¢lidas pese a que algunos de ellos, con un movimiento r¨¢pido, pudieron abrirse las ropas y mostrar las cicatrices al tribunal.
Redujeron las diversas instancias judiciales tanta sinraz¨®n y acabaron condenando a la pena capital a cinco de los acusados y a otros 20 a diversas sentencias de c¨¢rcel. Las ejecuciones se llevaron a cabo el 4 de mayo de 1897 ante un gent¨ªo atemorizado y morboso que se coloc¨® en la muralla del castillo. "?Esto es un asesinato!", "?muera la inquisici¨®n!", "?somos inocentes'", "?apuntad bien, no nos hag¨¢is sufrir!", fueron algunos de los gritos que se oyeron antes de la descarga y de los numerosos disparos a?adidos que necesit¨® el pelot¨®n para rematar -nunca mejor dicho- su macabra tarea. Aunque quiz¨¢ jam¨¢s se sepa con total certeza, hay sobrados indicios de que el verdadero autor del atentado no estaba entre los desgraciados que murieron aquel d¨ªa, sino que hab¨ªa escapado mucho antes a Francia y de ah¨ª pas¨® a Argentina.
Algunos peri¨®dicos acogieron las cartas de denuncia salidas clandestinamente de la fortaleza e iniciaron una campa?a contra la actuaci¨®n gubernamental. No se sumaron, desde luego, a ella La Veu de Catalunya ni el Fomento del Trabajo Nacional, que, por el contrario, telegrafiaban a C¨¢novas pidiendo medidas excepcionales y escarmientos eficaces porque la vida era imposible en Barcelona y la sociedad estaba enferma.
El final de la historia es conocido. Movido por el esc¨¢ndalo, que traspas¨® las fronteras nacionales, un anarquista italiano vino a Espa?a, se instal¨® en el mismo balneario en que veraneaba C¨¢novas y descerraj¨® un par de tiros sobre el presidente del Consejo de Ministros, m¨¢ximo responsable de lo ocurrido en Montju?ch. Le hizo un flaco favor a la estabilidad y la fortaleza pol¨ªtica del pa¨ªs en un momento en que estaba a punto de estallar la guerra con Estados Unidos -guerra en la que, por cierto, el Fomento del Trabajo Nacional adoptaba tambi¨¦n posiciones belicosamente espa?olistas-. En el ambiente regeneracionista de 1900, s¨®lo tres a?os despu¨¦s del final del proceso, el propio Gobierno espa?ol, tan poco dado a reconocer errores, decidi¨® ceder a las presiones de la opini¨®n e indultar -aunque sin revisar el proceso- a los que permanec¨ªan en prisi¨®n. Nadie pudo devolver la vida a los ejecutados.
Este a?o no ha sido el d¨ªa del Corpus, sino, precisamente, el siguiente, cuando otra bomba criminal, sin pretexto ni justificaci¨®n posible, ha causado enorme mortandad en Barcelona. Y los estragos no han sido s¨®lo f¨ªsicos, por lo que se ve. El terror embota la mente y ciega la sensibilidad moral. S¨®lo as¨ª se explica que la patronal catalana, entidad que imagino agrupa a una serie de personas razonables, difunda un documento como el que hemos le¨ªdo en d¨ªas pasados. El verdadero leit motiv,
Pasa a la p¨¢gina siguiente
Viene de la p¨¢gina anterior
del escrito era la exigencia de acci¨®n, y daba la impresi¨®n de que a cualquier precio; pese a la vaguedad con que estaba redactado, parec¨ªa traslucirse que no har¨ªan muchos ascos a noticias tales como la muerte de presuntos etarras en el momento de ser detenidos o en la comisar¨ªa pocas horas despu¨¦s; lo primero, mano dura, y luego se ver¨¢ si los difuntos eran culpables; algo habr¨ªan hecho, con la pinta que ten¨ªan. As¨ª pueden entenderse las dos referencias al "uso abusivo y pretextual" o a "la apelaci¨®n sistem¨¢tica y esterilizante" a los derechos humanos; temibles declaraciones ¨¦stas, sobre todo complementadas con la de que "al terrorismo s¨®lo se le combate con su misma dial¨¦ctica expeditiva". Adi¨®s Estado de derecho -tan penosamente logrado-, adi¨®s garant¨ªas contra errores, arbitrariedades, abusos. Para colmo, la cosa culminaba con un diagn¨®stico (y Dios sabr¨¢ cu¨¢les son los t¨ªtulos de unos empresarios para meterse en tan movedizos terrenos) de que hay "una parte de la sociedad enferma de valores ¨¦ticos y morales", est¨¦ril pleonasmo que s¨®lo puede encubrir una exigencia de qu¨¦ se tomen medidas contra determinados sectores cuya ideolog¨ªa o creencias, m¨¢s que su conducta delictiva, desgrada a los firmantes.
Con todo, lo m¨¢s irritante del escrito no era esto, sino las referencias que el Fomento hac¨ªa a su propia historia: "instituciones civiles como la nuestra poseen tradici¨®n suficiente para contemplar estos acontecimientos desde la perspectiva de la Historia", o "en el pasado los empresarios. supieron reaccionar adecuadamente". Pues no, se?ores, no lo supieron. A no ser que se enorgullezcan de su apoyo a las torturas de Montju?ch, por volver al mismo ejemplo y no hablar de sus conexiones con los pistoleros que mataron a un sindicalista moderado y negociador como Salvador Segu¨ª. Nadie les pide un mea culpa, pero mejor ser¨ªa que dejaran a la historia dormir en paz. Porque con muchas de sus actuaciones -precisamente las que est¨¢n en la l¨ªnea que reivindica este escrito- lo que consigui¨® el Fomento catal¨¢n y quienes siguieron sus pasos no fue favorecer la convivencia, sino exasperarla y pavimentar el aciago camino que acab¨® en la guerra civil.
El Gobierno, en vez de pasar el manifiesto al fiscal del Estado por si pudiera constituir un delito de apolog¨ªa del terrorismo, reiter¨®, cargado de ¨¦nfasis y de culpabilidad, su intenci¨®n de emplear la m¨¢xima firmeza contra los terroristas; aunque en letra peque?a- sin salirse de la legalidad. Y el ministro del Interior, por su parte, se descuelga con declaraciones que convierten a los empresarios-ide¨®logos en unos mansos liberales. Lo que se esboza en ambos casos, y ante la dificultad de evitar los actos criminales, es un proyecto de represi¨®n del pensamiento y de reducci¨®n de las garant¨ªas jur¨ªdicas. Lamentablemente, es de temer que muchos est¨¦n de acuerdo. Con lo que los terroristas habr¨¢n logrado un inesperado y supremo objetivo, que es ponernos a todos a su nivel.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Archivado En
- Pena muerte
- Opini¨®n
- Orden p¨²blico
- Barcelona
- Ayuntamientos
- Sentencias condenatorias
- Sentencias
- Secuestros
- Seguridad ciudadana
- Atentados terroristas
- Pol¨ªtica antiterrorista
- Catalu?a
- Administraci¨®n local
- Lucha antiterrorista
- Sanciones
- Juicios
- Delitos
- Espa?a
- Historia
- Terrorismo
- Administraci¨®n p¨²blica
- Proceso judicial
- Pol¨ªtica
- Justicia
- Ciencia