Alberti
La melena de un poeta que se ha dejado crecer el pelo para cederle espacio a la blancura. La estatura de un hombre que siempre mir¨® al mundo de frente y la edad sin edad de un cl¨¢sico. Que me perdone Rafael Alberti por censarle entre los "madriles", como otro d¨ªa lo hice con Gerardo, con su querido Gerardo, con nuestro querido Gerardo. Pero el propio Alberti ha contado en La arboleda perdida de cuando se vino a Madrid y le temblaban las piernas, de hambre o impaciencia. Y cant¨® la ciudad mejor que nadie, del billete de tranv¨ªa a las carnalidades cl¨¢sicas y renacentistas del Prado. Claro que, vuelto a Espa?a tras la muerte civil del franquismo, me lo dec¨ªa una tarde en la cuesta de San Vicente:-?ste ya no es mi Madrid, Umbral.
Pero lo va siendo, lo va siendo, y ahora que ha salido de un accidente municipal como salen los ¨¢ngeles de una tormenta (siempre ha gobernado ¨¢ngeles, desde su libro sobre ellos), uno quisiera recordar a los madrile?os que a toda hora se pasea por nuestras calles uno de los ¨²ltimos del 27 (D¨¢maso me parece que sale poco), y que Alberti, aparte la sorpresa continua de su poes¨ªa, es un trozo del diccionario con pies, y cuando en un colegio est¨¢n dando su lecci¨®n, a lo mejor ¨¦l pasa por delante de ese colegio, camino de sus asuntos po¨¦ticos. Convivimos con un cl¨¢sico, en fin, de cerca o de lejos, que es lo m¨¢s parecido a convivir con un ¨¢ngel. Si hubiese ¨¢ngeles, ser¨ªan como Alberti.
Pero Alberti es un ¨¢ngel peatonal, un G¨®ngora encanecido, un Quevedo que viene cojeando, quevedeando, de la edad o el accidente, un Lope que abarca en su mirada viva y triste el tropel luminoso de las chicas que pasan por la calle. Alberti es todo el 27, que salv¨® la guerra como salva un pueril accidente de autom¨®vil.
Le visit¨¦ en Italia, le visite en Madrid, reci¨¦n llegado, y me descubri¨® "la profundidad hacia afuera", que es la mejor definici¨®n del Barroco que conozco, y que ¨¦l enunciaba sencillamente, como un S¨®crates l¨ªrico, cerca del Mediterr¨¢neo. Ahora que le duele un pie, sabemos que los ¨¢ngeles se quiebran en la luz de los sem¨¢foros. Pero siguen.
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