Pinturas para 'Il Gattopardo'
Piero Guccione, un pintor conocido en Francia y en Estados Unidos, aunque creo que desconocido a¨²n en Espa?a, ha realizado para una edici¨®n americana de Il Gattopardo una decena de pinturas al pastel de extraordinaria intensidad y sugesti¨®n. Y puesto que nos hallamos en el 30? aniversario de la muerte de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, quien, como es sabido, muri¨® antes de la publicaci¨®n de su obra, las im¨¢genes de Guccione, adem¨¢s de acompa?ar la relectura de la novela con una disposici¨®n de ¨¢nimo m¨¢s serena -cuando apareci¨® suscit¨® demasiado entusiasmo en algunos y cierta perplejidad y recelo en otros, entre los que me incluyo-, solicitan y proponen una interpretaci¨®n que, partiendo del paisaje, llega a la historia y a la visi¨®n de la vida. El paisaje siciliano, como cualquier otro paisaje en cualquier parte del mundo que haya sido o est¨¦ habitada por el hombre, es al mismo tiempo naturaleza e historia: naturaleza que el hombre ha mod¨ªficado y ordenado seg¨²n sus propias necesidades e ideales. Desplazando de su sitio un pu?ado de arena, dice Borges: "He modificado el desierto". Exacta paradoja, como la de Wilde cuando dice que la naturaleza es una imitaci¨®n del arte.Al lector espa?ol que nunca haya estado en Silicia puede servirle, para hacerse con una impresi¨®n adecuada, la lectura de un poema de Jos¨¦ Mar¨ªa Valverde titulado precisamente Tierra de Sicilia: "Esta Voz la conozco en otro rostro; este trigo maduro, con su vello de verde, a¨²n, y su saz¨®n de flores;/ estas lomas solemnes y vac¨ªas, / de color mineral, denso y pesado; / estas vetas de gris rosa; estos troncos individuales como los pastores; estos valles de r¨ªo seco, donde pasa como un gran ¨¢guila un respiro / de cielo sin pintar; estas anchuras / alzadas a mirarse con lo abierto. / ?sta es la gravedad de aquel paisaje/ de Castilla que en m¨ª fue la nativa / figura de la vida y la esperanza; / pero aqu¨ª m¨¢s reunido en una mano / nerviosa...".
N¨®tese ese "cielo sin pintar" que puede querer decir no pintable, no reproducible en pintura, y tambi¨¦n no pintado hasta ahora. O al menos as¨ª me atrevo a pensar, con la inseguridad que siempre tengo cuando leo en una lengua que no es la m¨ªa. Tambi¨¦n puede ser que sean v¨¢lidas las dos hip¨®tesis, considerando, en apoyo de la segunda, que Valverde haya visto los cielos sicilianos pintados por Guttuso, de colores demasiado abiertos, demasiado violentos; en una palabra, que no guardan relaci¨®n con los de ciertas horas de la Sicilia interna, de la Sicilia del feudo, que es precisamente la que Valverde quiere parangonar con Castilla. Colores todav¨ªa no pintados, si as¨ª se puede decir, antes de Guccione, pero que no escasean en las descririciones literarias del paisaje siciliano. Y que no escasean, en concreto, en Il Gattopardo: podr¨ªa considerarse incluso que constituyen una especie de leitmotiv del Juicio moral e hist¨®rico que sobre Sicilia fluye a lo largo del libro.
Se ha dicho que eran 10 los cuadros de Guccione; de ellos, uno despliega, con incomparable profundidad y encanto, ese cielo estrellado que el protagonista de Il Gattopardo escruta -esa impresi¨®n nos da- en una noche de verano; otro nos da una fugaz pero vibrante imagen de las cosas m¨ªsticas, pertenecientes al atroz misticismo ele los antepasados, que se encuentran en la casa solariega del pr¨ªncipe; otro, en fin, es una imagen del vals que el pr¨ªncipe Salinas baila con la bella Ang¨¦lica: "Valse m¨¦lancolique et langoureux vertige", por decirlo con un verso de Baudelaire, y que quienes hayan visto la pel¨ªcula de Visconti lo recordaran con m¨²sica de Verdi. Todos los dem¨¢s cuadros representan el paisaje, y todos parecen como magnetizados por una frase del libro: "Bajo una luz cenicienta se agitaba el paisaje, irredimible". Una frase que puede asumirse como clave para entenderlo. En la irredenci¨®n que el pr¨ªncipe de Lampedusa asigna al paisaje siciliano se halla contenido un juicio sobre la irredenci¨®n de Sicilia, de los sicilianos.
De la misma manera que hoy existe la man¨ªa de escoger y salvar, en cada literatura y en todas las literaturas, los libros m¨¢s importantes o los m¨¢s hermosos, en tiempos del futurismo la man¨ªa consist¨ªa en extraer de una obra una sola frase o un solo verso en el que se condensase el sentido y la belleza de toda la obra (la mayor concesi¨®n se le hizo a Dante: tres versos). Si quisi¨¦ramos hacer un juego semejante con Il Gattopardo, esta frase, bien analizada, podr¨ªa ser su s¨ªntesis: "Bajo una luz cenicienta se agitaba el paisaje, irredimible". El hecho f¨ªsico de la agitaci¨®n, cuando se viaja en diligencia por los impracticables caminos sicilianos, unido a la visi¨®n del paisanaje, produce una especie de ritmo ondulante que propicia el sue?o: s¨ªmbolo del eterno sue?o siciliano; la luz cenicienta, que es luz de angustia y de expiaci¨®n; la irredenci¨®n de una tierra ¨¢rida, ¨¢spera, escasa de agua, mal cultivada; irredenci¨®n que de visi¨®n se transforma en juicio so bre el hombre siciliano, sobre la inmutable violencia de sus pasiones, sobre su delirante amor a s¨ª mismo. Sobre este hombre han pasado siglos de historia, dice el pr¨ªncipe de Lampedusa, como el agua sobre la piedra: para hacer m¨¢s compacta y lisa su locura de creerse perfecto. Lo cual no puede ser, y de hecho no es verdad. Pero no s¨®lo leyendo Il Gattopardo se tiene la fuerte tentaci¨®n de creer que los sicilianos, a lo largo de los siglos, han obrado de tal manera que, creyendo cambiarlo todo, no han cambiado nada. Cuando leemos en Cicer¨®n que los sicilianos son gentes, "de ingenio agudo y receloso, nacidos para la pol¨¦mica parece que no han pasado 2.000 a?os, y que en el discurso del antiguo abogado romano, los sicilianos se hallan igual que en las p¨¢ginas de Verga, de Pirandello, de Lampedusa.
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