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Tribuna:LECTURAS DE VERANO
Tribuna
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Las aguas del olvido

Antonio Mu?oz Molina

Nadie cruzaba el r¨ªo, aunque estaba muy cerca la otra orilla, tal vez porque la mirada no pod¨ªa encontrar en ella nada que no hubiera a este lado, y porque quien cruza un r¨ªo parece que deba exigir alguna compensaci¨®n simb¨®lica, que en este caso quedaba descartada por la cercan¨ªa y la similitud. Todo era igual a ambos lados, las mismas dunas y yerbazales tendidos por el viento del mar, el mismo brillo salino en las crestas de arena. El perro, Sa¨²l, cruz¨® el r¨ªo por la ma?ana, persiguiendo algo que M¨¢rquez hab¨ªa arrojado a la otra orilla con un r¨¢pido adem¨¢n en el que entonces no advert¨ª premeditaci¨®n, sino una de esas decisiones bald¨ªas que dicta el tedio. Sa¨²l nad¨® ¨¢vida y ruidosamente, alzando el hocico sobre el agua revuelta, y cuando emergi¨® al otro lado pareci¨® que se hubiera extraviado. Sacudi¨¦ndose la pelambre empapada deambul¨® por la orilla y estuvo ladrando un rato con quejidos de lobo, sin atender al silbido ni a las voces de M¨¢rquez. A media tarde me di cuenta de que a¨²n no hab¨ªa regresado.Esta ma?ana, mientras tom¨¢bamos el aperitivo en la tranquila penumbra de la biblioteca, M¨¢rquez me dijo el nombre del r¨ªo, Guadalete, y apel¨® a un par de diccionarios geogr¨¢ficos para explicarme su etimolog¨ªa. Siento no haberlo escuchado entonces: supongo que si lo hubiera hecho no habr¨ªa sabido evitar nada. M¨¢rquez abri¨® uno de sus diccionarios y busc¨® la palabra, deteniendo en ella su dedo ¨ªndice, pero yo casi no le hice caso; atento a mi martini, a la ventana que da a la pista de tenis, a las dunas de este lado, al r¨ªo. "Palabra compuesta de una doble ra¨ªz griega y ¨¢rabe", dijo M¨¢rquez, leyendo. En ese instante yo miraba los muslos de Ivonne, excesivos bajo el short blanco, y los terminantes vaivenes con que Charlie G¨®mez mov¨ªa la raqueta, abajo, en la pista de tenis. De cuando en cuando dejaban de jugar y conversaban separados por la red, bromeando en voz baja, reteni¨¦ndose fugazmente las manos mientras se ced¨ªan la pelota blanca. En una ocasi¨®n, Charlie G¨®mez alz¨® los ojos hacia la ventana de la biblioteca y vio que yo estaba mir¨¢ndolos. Me hizo un est¨²pido saludo deportivo, extendiendo el pulgar, y le dijo algo a Ivonne, que mir¨® tambi¨¦n hacia arriba y se ech¨® a re¨ªr.

GALANES Y COLONIAS

Charlie G¨®mez ten¨ªa el aspecto general de esos galanes que anuncian en televisi¨®n colonias masculinas. Alto, inmutablemente bronceado, parec¨ªa menos adicto a Ivonne que a los deportes y a los autom¨®viles, y cuando jugaba al tenis se ce?¨ªa la frente con una banda listada que sin duda Ivonne encontraba irresistible. Durante el desayuno, sentado frente a ¨¦l, pens¨¦ que pod¨ªa sin remordimiento considerarlo un imb¨¦cil. ?Puede no serlo quien permite que le llamen Charlie G¨®mez?

Cuando nos salud¨® desde la pista de tenis, M¨¢rquez, ante otro diccionario, hab¨ªa pronunciado la palabra semental, mir¨¢ndolo con tristeza por encima de sus gafas. Eso me hizo pensar en Ivonne como en un proyecto de vaca. Lo ser¨ªa a la vuelta de algunos a?os y de dos o tres hijos. Dec¨ªa que le gustaban los ni?os y los perros, y cuando supo que yo escrib¨ªa libros -hab¨ªa tres de ellos firmados por m¨ª en la biblioteca, pero ¨¦sa era una habitaci¨®n que ella casi nunca visitaba- se entretuvo en hallar copiosas semejanzas entre la maternidad y la literatura. Me pregunt¨® jovialmente si yo hab¨ªa tenido hijos y plantado ¨¢rboles. Ella los plant¨® en su infancia, nos dijo; su padre era un campesino; por eso deb¨ªamos disculparla si sus modales no se ajustaban siempre a la etiqueta. Vi¨¦ndola comer con los labios tan pintados un trozo de pastel y chuparse sin escr¨²pulo, con halagado aire de travesura infantil, los dedos untados en az¨²car comprend¨ª que era detestable y que M¨¢rquez la amaba m¨¢s all¨¢ de la raz¨®n y del rid¨ªculo, incluso del evidente escarnio. Estaba sentada tan cerca de Charlie G¨®mez que sin duda le rozaba las piernas bajo la mesa.

-Escribir un libro -me dijo-, ?no ser¨¢ como dar a luz?

-A eso ¨¦l no puede contestarte, Ivorme -dijo suavemente M¨¢rquez. La miraba siempre como vigilando la posibilidad de un desastre que ¨¦l debiera atajar.

-Muchas veces yo he pensado en escribir mi vida -Ivonne se volvi¨® hacia Charlie G¨®mez- Ser¨ªa una novela.

-A m¨ª me faltar¨ªa paciencia para estar sentado tanto tiempo sin hacer nada -dijo Charlie G¨®mez. Pens¨¦: "Ahora va a decir que ¨¦l es un hombre de acci¨®n". Lo hizo. Explic¨® luego que si ¨¦l escribiera, lo contar¨ªa todo en una p¨¢gina y terminar¨ªa en seguida, porque no le gustaba adornar las cosas: ¨¦l iba siempre al grano.

-Yo tambi¨¦n -dije t¨ªmidamente, pero ni Charlie G¨®mez ni Ivonne me oyeron, y M¨¢rquez estaba demasiado absorto en ella como para hacerme caso. Tuve la sensaci¨®n de que nii laconismo era una descortes¨ªa. Al fin y al cabo, yo era un invitado, y si hablaban de literatura a la hora del desayuno era en atenci¨®n a m¨ª. Me arrepent¨ª secretamente de haber aceptado la invitaci¨®n de M¨¢rquez y empec¨¦ a imaginar un pretexto para marcharme cuanto antes de la casa. Era s¨¢bado por la ma?ana; hasta la noche del don¨²ngo no podr¨ªa volver a la ciudad. Pero lo m¨¢s grave era que Charhe G¨®mez se hab¨ªa ofrecido a llevarme en su coche. Pens¨¦ con pavor en la velocidad que su descapotable alcanzar¨ªa en la carretera de la costa.

La cocinera, una mujer gorda y callada, empez¨® a retirar la mesa antes de que nosotros nos levant¨¢ramos. Ivonne le dijo que se volviera a su cocina con un gesto irritado.

-No sabe comportarse -dijo- Se pone nerviosa cuando hay invitados.

-Debiste esperar al lunes para despedir a la doncella -le sugiri¨® M¨¢rquez como temiendo enfadarla- Y no hables tan alto. Te ha o¨ªdo.

OLVIDAR TODO

Que me oiga. Es igual que la tra -ahora, Ivonne me mir¨®, habl¨¢ndome con su roja boca llena de pastel- ?Sabe usted por qu¨¦ la desped¨ª ayer tarde? Empez¨® a olvid¨¢rsele todo, estar¨ªa drogada, yo qu¨¦ s¨¦. Le ped¨ª que preparara un lunch y se puso a fregar platos que no estaban sucios. Como usted y Charlie G¨®mez iban a venir, le dije que arreglara las habitaciones de invitados. ?Sabe lo que hizo? Sentarse a tomar el sol en la pista de tenis... Pero yo s¨¦ por qu¨¦ no ten¨ªa la cabeza en su sitio. Por la ma?ana se hab¨ªa escapado para reunirse cn un hombre. En las dunas, en la otra orilla del r¨ªo. Volvi¨® nadando cuando nosotros todav¨ªa no nos hab¨ªamos levantado. Pero yo la vi. Yo vi que puso a secar su ba?ador en la ventana de su cuarto...

-El servicio es hoy d¨ªa un problema indisoluble -dijo severamente Charlie G¨®mez.

-Insoluble -apunt¨® M¨¢rquez, y me sonri¨®, sin mirarlo.

-?Usted juega al tenis? -me pregunt¨® Ivonne-. Es un aburrimiento jugar con Charlie y perder siempre.

-A m¨ª me ganar¨ªa -dije yo- No he jugado nunca.

-No hac¨ªa falta que me lo dijera -Ivonne suspir¨® con tristeza y busc¨® alivio en Charlie G¨®mez; se atrevi¨® a rozarle la mano sobre el mantel, entre las tazas, fingiendo procurar que su marido no la viera- Es usted como mi ?lvaro. S¨®lo la tiene por los libros. Claro que usted al menos los escribe...

Charlie G¨®mez y ella salieron del comedor hacia la piscina y la pista de tenis, vestidos de blanco, con pantalones cortos, movi¨¦ndose con una premeditada agilidad, como si nos ofrecieran a M¨¢rquez y a m¨ª un ejemplo de los alegres beneficios del adulterio y del deporte.

-Venga conmigo a la biblioteca -dijo M¨¢rquez, pero pensaba en otra cosa-. Me firmar¨¢ sus libros y le ense?ar¨¦ mis diccionarios.

El perro Sa¨²l entr¨® en el comedor y se adhiri¨® jadeando a sus piernas. M¨¢rquez le acarici¨® la cabeza y el lomo con la mano derecha. En la otra sosten¨ªa un pesado trozo de madera y lo examinaba meditativamente, como calculando la posibilidad de hacer algo a lo que no estuviera seguro de atreverse. El perro se alzaba sobre las patas posteriores para tocar el trozo de madera y lo husmeaba y lo ol¨ªa con desasosiego. No subimos todav¨ªa a la biblioteca. Cruzamos la parte baja de la casa, llena de cuadros y de muebles antiguos que M¨¢rquez me hab¨ªa mostrado el d¨ªa antes con satisfacci¨®n y desd¨¦n, y salimos a la pista de tenis, frente al r¨ªo. Charlie G¨®mez e Ivonne re¨ªan a carcajadas, muy juntos, cada uno a un lado de la red. Al vernos nos saludaron agitando al mismo tiempo las raquetas, con esa felicidad, tan frecuente en el cine, de quienes est¨¢n a punto de emprender un crucero.

-Sa¨²l -dijo M¨¢rquez. Levant¨® el trozo de madera, ech¨® el brazo hacia atr¨¢s, arqueando el cuerpo hasta casi perder el equilibrio, luego la mano avanz¨® trazando una r¨¢pida curva y el objeto que hac¨ªa un instante estuvo en ella cruz¨® el aire sobre las aguas del r¨ªo y fue a caer entre las dunas. De un salto, el pe rro se arroj¨® al agua y empez¨® a nadar hacia la otra orilla. Cuando lo vimos desaparecer, M¨¢rquez volvi¨® a decirme que subi¨¦ramos a la biblioteca.

Procur¨¦ escribirle dedicatorias distintas en cada uno de mis libros. En el aire quieto de la ma?ana de verano o¨ªa los secos golpes de la pelota y las carcajadas de Ivonne y de Charlie G¨®mez, y sent¨ªa que mi gratitud hacia M¨¢rquez -era rico, conoc¨ªa mis libros, gracias a ellos yo estaba invitado en su casa- iba siendo desplazada por una torpe obligaci¨®n de piedad. Sobre la mesa, en los anaqueles, hab¨ªa fotos en blanco y negro de Ivonne; en algunas de ellas era m¨¢s joven y estaba peor vestida y peinada; sin duda proced¨ªan del tiempo en que M¨¢rquez a¨²n no se hab¨ªa encontrado con ella. Me pregunt¨¦ d¨®nde sucedi¨® y por qu¨¦ fue irreparable.

-Me gusta leer diccionarios y averiguar etimolog¨ªas -dijo M¨¢rquez, mirando por la ventana a Ivonne, que nos daba la espalda-. No lo tome a mal, pero no conozco ninguna novela que me apasione m¨¢s que la lectura de un diccionario.

-No se preocupe -dije yo-. A m¨ª hay veces que me pasa lo mismo.

BUSCAR EN LAS COSAS

Orden y armon¨ªa. ?No es eso lo que ustedes buscan en las palabras y en las cosas? Donde otros, los que no escribimos, s¨®lo vemos el azar, ustedes encuentran los cabos sueltos de una historia. Pero el orden m¨¢s inflexible es el de los diccionarios, y el misterio m¨¢s cercano y dif¨ªcil es el de la etimolog¨ªa de cada palabra. Le pongo un ejemplo. Usted ve a ese tipo que ahora est¨¢ con mi mujer haciendo como que juega al tenis y es f¨¢cil que le asigne un calificativo...

-Desde luego -agradec¨ª la ocasi¨®n de mostrarle a M¨¢rquez mi solidaridad- Es un imb¨¦cil.... un tipo jovial -continu¨® hablando, sin prestarme atenci¨®n-. Jovial. Una palabra cualquiera, sin misterio. ?Sabe lo que de verdad significa y por qu¨¦ nuestro amigo no la merece? Jovial es el pose¨ªdo por Jove, por J¨²piter, por un dios... Manejamos las palabras sin darnos cuenta de que bajo su forma gastada por el uso hay una moneda de oro. Mire ese r¨ªo de ah¨ª abajo. ?No se ha preguntado nunca por qu¨¦ le llaman Guadalete?

Pero no esper¨® mi respuesta, porque entonces empezamos a o¨ªr, tra¨ªdos desde muy lejos por el viento, los ladridos de un perro. Eran largos quejidos, cada vez m¨¢s remotos, que al cabo de unos minutos se extinguieron del todo en un silencio punteado por los golpes de la pelota en la pista de tenis.

Luego bajamos al jard¨ªn, dimos una vuelta por la orilla del r¨ªo, hacia el mar, queriendo ver al perro Sa¨²l entre las dunas; volvimos a la casa para beber unos martinis. Desde la ventana del comedor vi que Ivonne y Charlie G¨®mez se abrazaban con ademanes convulsivos tras un ¨¢rbol, sin soltar las raquetas. En ese momento, M¨¢rquez se me acercaba con las dos copas en las manos. Para que no viera nada me alej¨¦ con rapidez absurda hacia el otro extremo de la habitaci¨® n.

Los martinis y luego la comida me sumieron en un pesado letargo. S¨®lo tras dos tazas de caf¨¦ volv¨ª a sentirme l¨²cido y a odiar a Charlie G¨®mez, y a fijarme con reprobable inter¨¦s en la ce?ida blusa deportiva de Ivonne. Habl¨¢bamos l¨¢nguidamente de lo dif¨ªcil que es hacerse rico con los libros; del calor, que se mitigar¨ªa al anochecer; de la lealtad de los perros, de un pastor alem¨¢n en cuyos ojos hab¨ªa descubierto Charlie G¨®mez una expresi¨®n del todo humana. Ivonne propuso con abatida tenacidad una excursi¨®n a la playa por la que nadie lleg¨® a entusiasmarse. M¨¢rquez, advirtiendo el sue?o y la fatiga en mis ojos, me sugiri¨® que subiera a dormir una siesta. Cre¨ª correcto resistirme un poco y en seguida acced¨ª, imaginando casi dese speradamente el alivio de estar soloy tendido en una habitaci¨®n en penumbra.

- Ire contigo a a playa -le dijo Charlie G¨®mez a Ivonne.

-Tengo una idea mejor -desde la puerta, de antemano dormido, o¨ª con sorpresa la voz de M¨¢rquez-. Juguemos usted y yo un partido de tenis, Charlie.

Entre sue?os segu¨ª escuchando sus voces, los golpes de la pelota, r¨¢pidos y multiplicados pasos de zapatillas de lona sobre el suelo de cemento, muy lejos y muy cerca, como los ladridos del perro Sa¨²l, que no s¨¦ si tambi¨¦n se oyeron en la realidad.

Me despert¨¦ casi de noche. Ten¨ªa la boca seca y amarga, y me pesaba el est¨®mago como si acabara de comer. Cuando caminaba hacia la biblioteca en busca de M¨¢rquez not¨¦ un opresivo silencio de casa abandonada. Sentado ante la mesa, donde todav¨ªa estaba abierto un diccicionario, mir¨¦ la pista vac¨ªa y las dunas, las copas sonoras de los ¨¢rboles, la corriente del r¨ªo. Guadalete, le¨ª; esa palabra estaba subrayada. Iba a seguir leyendo cuando vi a Ivonne parada frente a m¨ª. Todav¨ªa llevaba la blusa deportiva y el pantal¨®n corto, y estaba llorando.

-Se ha ido -me dijo-. Sin decir adi¨®s, sin explicarme nada, sin mirarme. Termin¨® de jugar con ?lvaro y ya no era el mismo.

-?Discutieron?

-Nada -Ivonne se limpi¨® las l¨¢grimas y la nariz con un pa?uelo manchado de rimel-. Yo los miraba jugar. No s¨¦ por qu¨¦ se empe?¨® ?lvaro, si no sabe ni coger la raqueta. Fue a sacar y tir¨® la pelota al otro lado del r¨ªo. Una pelota car¨ªsima. Charlie se irrit¨®...

-?Cruz¨® ¨¦l para buscarla? -dije, pero yo sab¨ªa la respuesta-. Fue como un rel¨¢mpago: en un segundo record¨¦ a la doncella despedida y al perro Sa¨²l. Con incredulidad, sin asombro, lo entend¨ª todo; tambi¨¦n la sabidur¨ªa y la venganza de M¨¢rquez.

-Se tir¨® al agua y cruz¨® el r¨ªo en un momento -dijo Ivonne-. Cuando volvi¨® pas¨® a mi lado sin mirarme. Se cambi¨® de ropa y se fue. Usted es hombre y escritor. ?Puede explicarme qu¨¦ he hecho para que Charlie me abandone as¨ª? Mi marido no sospechaba...

-No sospechaba -dije, y le mostr¨¦ el diccionario abierto y la palabra subrayada-. Sab¨ªa. Hasta yo lo supe, y no hace ni un d¨ªa. que estoy aqu¨ª.

-?Cree que ¨¦l amenaz¨® a Charlie?

-No era necesario. Su mando descubri¨® el modo de que Charlie se olvidara para siempre de usted. Bastaba con hacer que cruzara ese r¨ªo.

DUNAS

Ivonne me mir¨® sin entender, sin encontrar alivio en mis palabras. Por la ventana abierta de la biblioteca le se?al¨¦ el r¨ªo y la regi¨®n de las dunas, ya oscurecida por el anochecer.

-?Se acuerda de la criada que usted despidi¨® ayer? -continu¨¦-. Cruz¨® el r¨ªo y cuando volvi¨® no recordaba nada. Usted mismo nos dijo que le orden¨® arreglar las habitaciones de invitados y que ella se fue a tomas el sol, que se puso a fregar platos que ya estaban limpios... Y ese perro, Sa¨²l, acu¨¦rdese, su marido le hizo cruzar el r¨ªo y ya no ha vuelto. El r¨ªo se llama Guadalete. Es una palabra ¨¢rabe que viene del griego. Los antiguos le llamaban Leteo, el r¨ªo del olvido, porque era la frontera entre el reino de los vivos y el de los muertos. Quien lo cruza pierde la memoria.

Cerr¨¦ de un golpe el pesado diccionario, mir¨¦ a Ivonne con piedad y un poco de deseo, pregunt¨¢ndome qu¨¦ estar¨ªa haciendo M¨¢rquez, d¨®nde. Ivonne no comprend¨ªa o no aceptaba. Dio un paso hacia m¨ª, me abraz¨®, respirando oscuramente contra mi pecho. Para eludir su mirada, que buscaba mi boca, mir¨¦ de nuevo hacia la ventana. Alguien, un hombre, cr¨²zaba la pista de tenis, en ba?ador, con zapatillas blancas, llevando -una toalla al hoimbro. Casi en la oscuridad reconoc¨ª a M¨¢rquez. Lo vi detenerse en la orilla arenosa del r¨ªo, quitarse lentamente las zapatillas y dejarlas cuidadosamente en el suelo, junto a la toalla. Como si se apartara el pelo de la cara ech¨® atr¨¢s la cabeza y luego entr¨® muy despacio en el agua, adelantando los brazos, las manos juntas y extendidas. Antes de dar la primera brazada se volvi¨® hacia la ventana desde donde yo estaba mirando e hizo un gesto con la mano, como diciendo adi¨®s.

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