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Tribuna:LECTURAS DE VERANO
Tribuna
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Recepci¨®n

Felicitas hab¨ªa sido una estudiante d¨®cil sobre cuyo futuro cab¨ªa fundar ciertas esperanzas, pero, en el momento de escoger, de apuntarse a las oposiciones que pod¨ªan resolver su vida de forma discreta y provechosa, se hab¨ªa negado. Sin aspavientos, silenciosa pero tenazmente, hab¨ªa dicho que no, que no quer¨ªa seguir estudiando. Su padre, un hombre culto, estuvo a punto de perder el dominio de s¨ª mismo. Una mujer est¨²pida, eso era todo lo que dejar¨ªa tras de s¨ª. ,-Tendr¨¢s que trabajar -fue, de todos modos, lo ¨²nico que dijo.

Inmediatamente, Felicitas abandon¨® la universidad y se coloc¨® de dependienta en una de las tiendas de la plaza. Era una mercer¨ªa de una t¨ªa lejana que siempre estaba dispuesta a echar una mano en los asuntos familiares. Apenas pagaba a Felicitas, pero le proporcion¨® una m¨ªnima base para escapar al menosprecio de su padre. Y en seguida, antes de que nadie pudiera pensarlo, vino el salto: Madrid. Esta vez se trataba de una droguer¨ªa.

-En cierto modo es descender de categor¨ªa -dijo la t¨ªa Damiana, su protectora-, pero ya has dado el paso hacia nuevas oportunidades. Madrid es Madrid. En tu lugar, yo no me lo pensar¨ªa.dos veces. Si te quedas, a lo m¨¢s a lo que puedes llegar es a ser una mujer como yo, y aqu¨ª, cr¨¦eme, el mundo se nos escapa.

La t¨ªa Damiana ten¨ªa buen aspecto, sus dotes de mando y organizaci¨®n eran notables, y le gustaba tener fama de generosa. Sin embargo, Dios sab¨ªa por qu¨¦, no se hab¨ªa casado. Felicitas se dijo que aquello deb¨ªa ser cierto: el mundo se le hab¨ªa escapado. En Madrid, tal vez, pod¨ªa encontrar un marido adecuado, un hombre sensible y amable que no le exigiera esforzarse continuamente como si la vida se tratase de una carrera de obst¨¢culos o de un juego de enigmas. Comunic¨® la decisi¨®n a sus padres.

-Una droguer¨ªa -dijo con voz sorda su padre, al tiempo que clavaba los ojos en las manos de su madre, como s¨ª ella fuera la culpable o quien deb¨ªa, al menos, ofrecer una respuesta a aquel extra?o acontecimiento. Sin embargo, ante el silencio de su mujer, sigui¨® hablando-. Estaba preparado para que hubieras querido ir a Madrid a estudiar, incluso pensaba ayudarte, pero ir a trabajar en una droguer¨ªa -mir¨® a su hija, que esperaba pacientemente, sin ninguna esperanza, el veredicto del padre, y la frase se interrumpi¨® ah¨ª, sin final. Dijo luego, tajantemente-: haz lo que quieras. Tal vez no valgas para m¨¢s -hizo un gesto de rechazo con la mano-. D¨¦janos solos. Quiero hablar con tu madre.

CONSEJOS

Felicitas llor¨® aquella noche porque no pod¨ªa comprender que los consejos de su sabia t¨ªa Damiana, que pensaba haber expuesto en el cuarto de estar, estuvieran tan en ¨ªntimo desacuerdo con los principios de su padre. Aquella noche se confirm¨® una constante intuici¨®n de Felicitas: nunca comprender¨ªa a su padre. Las frases en lat¨ªn, de las que Felicitas sab¨ªa a medias el significado y que adornaban la conversaci¨®n de su padre, ha b¨ªan sido un s¨ªmbolo de la distancia que los separaba. ?Qu¨¦ ten¨ªa de malo una droguer¨ªa? A la t¨ªa Damiana le parec¨ªa bien, a todo el mundo que entraba en la tienda a comprar una esponja, una percha, un bote de lej¨ªa, le ten¨ªa que parecer bien. Pero el desprecio de su padre, tan claramente manifestado, abarcaba incluso esos peque?os objetos tan necesarios para la buena marcha de una casa. A eso se ve¨ªa reducida ella, a un peque?o objeto, nada necesario, por lo dem¨¢s.

Pero se trag¨® sus sentimientos, entre los que se destacaba ya el de odio hacia su padre, y acept¨® el trabajo en la droguer¨ªa. Nunca se arrepinti¨®. A Felicitas le gustaba complacer a la gente que entraba en la tienda en busca de un par de cosas y que a veces, mirando hacia las estanter¨ªas, recordaba s¨²bitamente la necesidad de un producto m¨¢s. Con las personas que entraban en la tienda entraba un pedazo de la calle. Las se?oras llevaban colgadas de sus brazos bolsas voluminosas que abr¨ªan en busca de un hueco o de otra bolsa, y Felicitas sab¨ªa d¨®nde hab¨ªan estado, d¨®nde iban: al mercado, ala fruter¨ªa, a la panader¨ªa. Unas dejaban los encargos de la droguer¨ªa para ultima hora, porque pesaban m¨¢s, pero otras prefer¨ªan hacerlo al principio de todo, como si fuera eso lo ¨²nico que fueran a comprar. La imaginaci¨®n de Felicitas hallaba all¨ª su terreno natural. Le gustaba pensar en esas vidas de las que ella percib¨ªa ¨²nicam ente un pedazo, esas ma?anas de las amas de casa atareadas y las tardes, menos mon¨®tonas, siempre con alguna peque?a sorpresa. Mujeres m¨¢s j¨®venes, hombres mayores, tal vez un abuelo al que se le ped¨ªa ese favor: que se llegara a la droguer¨ªa en busca de amon¨ªaco o alcanfor. Y alg¨²n que otro joven como extraviado que quer¨ªa cuchillas de afeitar o champ¨². A pesar del cansancio era estupendo estar siempre all¨ª, como punto de llegada de tantos recados y necesidades, y Felicitas a veces pensaba que muchos clientes ven¨ªan tambi¨¦n para verla a ella, que sab¨ªa escuchar, atender y sonre¨ªr.

Una tarde calurosa de verano, Felicitas se hab¨ªa sentado en su silla plegable dentro del recinto del mostrador. Hac¨ªa bochorno y seguramente el desfile empezar¨ªa un poco m¨¢s tarde, hacia las seis. Desde all¨ª, con una revista de fotogramas sentimentales delante de sus ojos, Felicitas echaba de cuando en cuando una ojeada hacia el hueco ab¨ªerto de la puerta para ver c¨®mo una persona avanzaba despacio por la calzada sumida en suspiros y sudor.

CLIENTE

Vio cruzar la calle al mozo de los recados del hotel Regencia, que era un cliente t¨ªpico de las tardes. Se pregunt¨® si entrar¨ªa o seguir¨ªa de largo, y el chico, al parecer, se pregunt¨® lo mismo porque n¨²r¨® un momento hacia dentro, dud¨®, y al fin entr¨®.

-?Hola, Felicitas! -dijo, sonriente, porque era un muchacho simp¨¢tico, sin dobleces-. Dame dos botes de abrillantador, pero del ¨²ltimo que me diste, un producto nuevo, ?recuerdas?, al patr¨®n le gust¨® m¨¢s. Por cierto -se la qued¨® mirando- ?sabes lo qu¨¦ me ha dicho? No te lo vas a creer. Me coge del brazo y me dice: ?qu¨¦ sabes de la chica de la droguer¨ªa, la de la cuesta? He estado pensando, parece una chica muy simp¨¢tica, muy amable, es lo que necesitar¨ªamos aqu¨ª, en recepci¨®n. A lo mejor hablo con ella un d¨ªa de estos. Se toc¨® la barbilla, como hace siempre, ?qu¨¦ crees que le parecer¨¢ a ella?, me pregunt¨®. Le dije que ni idea, claro, pero te lo digo por si acaso, para que no te quedes muy sorprendida si ¨¦l viene y te lo dice.

-En el hotel -murmur¨® Felicitas.

Estaba extasiada. El hotel Regencia, ante cuyas puertas pasaba algunas veces, le parec¨ªa el mejor hotel que hab¨ªan visto sus ojos. Las puertas g¨ªratorias, el vest¨ªbulo alfombrado y el remoto mostrador de madera con las cas¨ªllas a sus espaldas guardando las llaves de sus clientes, le parec¨ªa uno de los lugares m¨¢s inalcanzables de cuantos pod¨ªa imaginar.

-No es mal trabajo el del hotel -dijo el chico, como si hiciera falta convencer a Felicitas de las excelencias de aquel trabajo.

El chico pag¨® al fin el precio del abrillantador y se fue. Felicitas no pudo ya seguir el hilo de la historia sentimental de su revista. Miraba con ansiedad hacia la puerta por donde hab¨ªa desaparecido el mozo de los recados y por donde aparecer¨ªa el director del hotel Regencia para ofrecerle trabajo. Record¨® todos los cuentos y novelas que hab¨ªa le¨ªdo, todos los finales felices, todas las hero¨ªnas triunfantes, y se uni¨® a su gloria tras el mostrador de la droguer¨ªa. En su sonrisa silenciosa, los clientes que aquella tarde entraron en la tienda hubieran podido encontrar un grado de misterio. Porque ella no se lo dijo a

Recepci¨®n

nadie. Se parec¨ªa demasiado a un sue?o.Pero junto a la ilusi¨®n naci¨® la inquietud, ?y si no era verdad? Era absurdo que el mozo de los recados la hubiera enga?ado con una cosa as¨ª. ?l no pod¨ªa imaginar que significara tanto para ella. Sin embargo, aquel d¨ªa de bochorno concluy¨® con ansiedad: Felicitas no descansar¨ªa hasta confirmar la noticia. Se maginaba a s¨ª misma mucho mejor vestida, mucho mejor arreglada (sin aquella bata blanca con la que ahora deb¨ªa cubrirse), dando y recogiendo llaves, tal vez un mensaje, llamadas telef¨®nicas, consultando el libro de los clientes. Le cost¨® mucho dormirse, desvelada por la sensaci¨®n de poder obtener algo en lo que nunca se hubiera atrevido a pensar.

El d¨ªa siguiente transcurri¨® muy despacio. Como el anterior, hac¨ªa un calor pegajoso, y Felicitas se dijo: un director no va a venir a buscarme en un d¨ªa as¨ª, de tanto calor, lo m¨¢s adecuado es que env¨ªe al mozo. Pero tampoco el mozo apareci¨®. Durante varios d¨ªas, Felicitas mir¨® hacia la p uerta constantemente. Mientras atend¨ªa a una se?ora, su mirada se desviaba hacia quien atravesaba el umbral.

-?Pero qu¨¦ te pasa que parece que no est¨¢s en lo que,est¨¢s? -le reproch¨®, incluso, un cliente.

CALOR

Felicitas se disculp¨®. Bien sab¨ªa que no era el calor. A ella no le molestaba. Hab¨ªa cosas m¨¢s importantes que el calor. Su vida pod¨ªa cambiar. Imagin¨® que en el vest¨ªbulo del hotel nunca har¨ªa calor y estuvo a punto de decirlo: donde se debe estar muy fresco es en el vest¨ªbulo del hotel Regencia, pero se call¨®, comprendiendo que hubiera sonado extra?o.

Sin embargo, suspir¨®.

-T¨² es que est¨¢s enamorada, eso es lo que pasa -dijo ¨²n se?or que viv¨ªa solo y que sol¨ªa venir por las ma?anas.

Felicitas enrojeci¨®. Siempre que se hablaba de amor enrojec¨ªa. Y volvi¨® a suspirar, esta vez con m¨¢s fuerza, como si quisiera espantar los malos pensamientos de los dem¨¢s. Estaba deseando poder decirles: ?saben?, me voy al hotel. Me han llamado del hotel. Me han ofrecido el trabajo de recepcionista.

Pero los d¨ªas pasaban y aquel acontecimiento no se cumpl¨ªa. Felicitas estaba deseando volver a ver al mozo de los recados, al menos eso: confirmar que el director hab¨ªa dicho eso de ella, hasta pod¨ªa preguntarle si no ser¨ªa conveniente que ella fuera a verlo al hotel, ?por qu¨¦ no? Al cabo de un par de semanas (nunca se hab¨ªa retrasado tanto) vino el mozo y encarg¨® un lote completo de productos de limpieza. Felicitas lo mir¨® fijamente: hubiera preferido que fuera ¨¦l quien hiciese alusi¨®n a aquel asunto, pero permanec¨ªa herm¨¦ticamente- callado.

-?Te acuerdas de lo que me dijiste el otro d¨ªa -dijo al fin Felicitas en tono despreocupado, como si se acordara en ese mismo momento-. Lo de que tu director dijo que yo pod¨ªa trabajar en la recepci¨®n -su mirada era un poco interrogante y seria, pero trat¨® de parecer fr¨ªvola-, pues lo he estado pensando y s¨ª, me gustar¨ªa. A fin de cuentas, aqu¨ª hago algo parecido, ?no? Y en el hotel el trabajo es m¨¢s selecto, ?no? -le hab¨ªa costado dar con esa palabra y le pareci¨® satisfactoria. Selecto, eso era- me gusta el trato con la gente, no soy una eremita -otra buena palabra-. ?Sabes una cosa? Me gustar¨ªa mucho trabajar en el hotel, la verdad.

El mozo sonri¨®.

-Me alegro -dijo-, porque el patr¨®n me lo ha vuelto a decir. Me dijo: he pasado por delante de la droguer¨ªa y he visto a esa chica, la dependienta. Es la clase de chica que me gustar¨ªa tener aqu¨ª, en recepci¨®n.

por qu¨¦ no entr¨®? -pregunt¨® Felicitas con los ojos muy abiertos.

-Es un tipo raro -dijo el chico, pensativo a lo mejor no se atrevi¨®.

-?Qui¨¦nlleva ahora la recepci¨®n?

-Entre ¨¦l y su mujer, pero eso no puede durar. Ellos tienen otras cosas que hacer. Llevan as¨ª dos meses, desde que se march¨® el se?or Romero, que era un buen recepcionista -hab¨ªa un tono de admiraci¨®n en la voz del chico y Felicitas se estremeci¨®: ella tambi¨¦n estaba dispuesta a admirarlo.

-Pues me gustar¨ªa -insisti¨® Felicitas-. ?Crees que me lo dir¨¢?

IDIOMAS

El chico se encogi¨® de hombros. Ya no parec¨ªa tan seguro como la primera vez. -A lo mejor piensa que aqu¨ª est¨¢s contenta, a lo mejor no se quiere poner a mal con la due?a. -?Ysi se lo dijera yo? El chico la mir¨® un poco asombrado. que quiere a lgo, lo busca -dijo al fin mientras pagaba el lote. -?T¨² crees que debo hacerlo? ?Qu¨¦ me aconsejas? es un buen trabajo. Ganar¨ªas m¨¢s que aqu¨ª, me parece. ?Sabes idiomas? -pregunt¨®, levemente altivo, como si la estuviera contratando ¨¦l.

-He estudiado franc¨¦s y de

Pasa a la p¨¢gina siguiente

Recepci¨®n

Viene de la p¨¢gina anterioringl¨¦s s¨¦ algunas frases -en ese momento Felicitas pens¨® en el lat¨ªn que sab¨ªa su padre-. ?Qu¨¦ har¨ªas t¨²?

-Siempre es mejor que te llamen, eso desde luego, pero puedes ir t¨², no veo por qu¨¦ no.

El tono del muchacho sonaba indeciso.

-Esperar¨¦ unos d¨ªas -dijo Felicitas.

Sola en la tienda, Felicitas se qued¨® reflexionando. Al chico le parec¨ªa normal que ella fuera a ver al director, pero le parec¨ªa mejor que la llamara ¨¦l, ?por qu¨¦ tantas endiabladas reglas? Ella quer¨ªa trabajar en el hotel y el director dec¨ªa que quer¨ªa una chica como ella. No obstante, no hab¨ªa entrado en la tienda a dec¨ªrselo. Felicitas se pas¨® la mano por la frente. Le dol¨ªa la cabeza. La droguer¨ªa, repentinamente, la agobiaba. ?Tendr¨ªa la suerte de poder abandonarla? Ese d¨ªa, ese momento del adi¨®s, ?llegar¨ªa? No dej¨® de sonre¨ªr a los clientes, porque sonre¨ªr era ya una parte de s¨ª misma, pero su mente estaba lejos. Ya no parec¨ªa f¨¢cil el acceso a la recepci¨®n del hotel, que hac¨ªa un par de meses se hab¨ªa abierto ante sus ojos como una visi¨®n prometedora, pero deb¨ªa trazarse un plan de acci¨®n. Dejar¨ªa transcurrir una semana, y despu¨¦s ir¨ªa al hotel Regencia, preguntar¨ªa por el director en la misma recepci¨®n y le dir¨ªa que estaba interesada en trabajar all¨ª.

VERANO

La semana transcurri¨® sin novedades. Finalizaba el verano y Felicitas ten¨ªa derecho a unos d¨ªas de vacaciones, para los que ya hab¨ªa planeado una estancia junto al mar. Pod¨ªa dejar el asunto para la vuelta, pero una tarde, despu¨¦s de dejar la tienda, camin¨® hacia el hotel y cruz¨® el umbral de su puerta. ?C¨®mo iba a pasar unas vacaciones sin saber lo que le aguardaba a la vuelta? Felicitas ya hab¨ªa imaginado la posibilidad de que el director del hotel le diera un no rotundo, pero quer¨ªa o¨ªrlo para dejar de pensar en el mostrador de recepci¨®n, que se hab¨ªa convertido en un peso intolerable.

En el mostrador estaba una se?ora de mediana edad, que a Felicitas no le result¨® ni muy desagradable ni muy desconocida. Era una de esas se?oras que entraban en la droguer¨ªa cargadas de bolsas, levemente m¨¢s distinguida, porque en ese momento no llevaba bolsas. En cambio, sosten¨ªa un bol¨ªgrafo y repasaba las notas de un cuaderno de contabilidad. Felicitas mir¨® aquel cuaderno. Hab¨ªa pensado en ¨¦l m¨¢s de una vez y se dijo: esto lo he vivido antes. He pensado tanto en este hotel que lo conozco perfectamente. Era la misma luz, la misma madera, la misma alfombra, todo estaba donde ten¨ªa que estar, las llaves, los ceniceros, los cuadros, el calendario. Sin embargo, era la primera vez que pisaba el hotel y no dejaba de tener el aire de lo desconocido y misterioso.

La mujer del mostrador levant¨® sus ojos, interrogante.

-Soy Felicitas, la de la droguer¨ªa -dijo-. Me han dicho que ustedes buscaban una chica para la recepci¨®n -mir¨® las manos temblorosas de la mujer que sujetaban el bol¨ªgrafo como pod¨ªan y que se apoyaban en el mostrador, de donde obten¨ªan seguridad- o para lo que sea -a?adi¨® con rapidez.

Por unos instantes la mujer no dijo nada.

-Me parece que te conozco -dijo al fin-. Has dicho que trabajas en la droguer¨ªa.

-En la de la cuesta -puntualiz¨® Felicitas. Iba a a?adir que ellos compraban all¨ª todo lo de la limpieza y que mandaban al mozo a hacer recados, pero la mujer se movi¨®. Lentamente dej¨® su puesto tras el mostrador.

-Espera -dijo, y sali¨® del vest¨ªbulo.

La mujer apenas la hab¨ªa mirado, pero tampoco le hab¨ªa dicho que se marchara. Eso era buena se?al. Felicitas se acerc¨® al mostrador y acarici¨® la superficie de madera pulida, Estaba tan cerca del sue?o. No le importaba que la mujer se hubiera ido y tardara en volver. Le gustaba estar en aquella habitaci¨®n, con el pasillo a la derecha, las escaleras justo a la izquierda del mostrador y la puerta giratoria enfrente. Tambi¨¦n se ve¨ªa la calle desde all¨ª. Otra calle, m¨¢s ancha de la que se ve¨ªa desde la droguer¨ªa. La gente no paseaba con las bolsas de la compra. Iban con menos prisa, a una cafeter¨ªa, al cine o simplemente de paseo.

Del pasillo de la derecha, por donde hab¨ªa desaparecido la mujer, se escuch¨® un ruido de pasos. Felicitas mir¨¦ atentamente. En el, cuarto entr¨® un hombre que deb¨ªa ser el due?o. Llevaba una camisa blanca, muy limpia, sin corbata, y una chaqueta de verano de color gris claro. Andaba un poco renqueante.

-As¨ª que eres la de la droguer¨ªa -dijo, mir¨¢ndola.

-Me dijo el chico -no sab¨ªa el nombre del chico y Felicitas se sinti¨® desconsiderada. Era importante para aquel trabajo conocer los nombres de las personas- Me dijo que buscaban a alguien para la recepci¨®n, que el se?or que estaba se march¨® hace unos meses.

-Estuvo 10 a?os con nosotros -dijo el hombre, que se sent¨® en una butaca tapizada de oscuro-. Si¨¦ntate, chica, ?c¨®mo has dicho que te llamas?

-Felicitas.

-Un nombre original, vaya. Y alegre. ?Qu¨¦ car¨¢cter tienes? -pregunt¨® inmediatamente-. El buen humor es esencial para un trabajo como ¨¦ste. No importa c¨®mo te sientas, pero tienes que mostrar una cara amable a los hu¨¦spedes, a todos por igual. Nada de man¨ªas. Todos los hu¨¦spedes pagan su cuarto y un trato de respeto. A todos, los buenos d¨ªas y la buena educaci¨®n. Atender al hu¨¦sped es una tarea delicada. Hay que saber estar por debajo de ¨¦l y, en determinados momentos, muy brevemente, hacerle ver que ¨¦sta es una comunidad a la que tambi¨¦n ¨¦l debe algo. S¨®lo si es necesario. En todo el tiempo que llevo dedicado a la hosteler¨ªa, no me he encontrado m¨¢s que con dos casos desagradables. Dos casos.

-Me gusta mucho -dijo Felicitas- En la.droguer¨ªa tambi¨¦n es un poco as¨ª. Hay que atender a todos los clientes por igual. Me gusta hacerlo. Y del humor, creo que no me falta. Me encanta la gente.

-Eres joven, eso es lo que pasa, pero as¨ª es mejor.

PA?UELO

El due?o del hotel tuvo un acceso de tos. Cuando se recuper¨®, sac¨® un pa?uelo, con el que se sec¨® el sudor de la cara.

-Nos echar¨¢s una mano en todo lo dem¨¢s. Tu cometido est¨¢ en la recepci¨®n, tras el mostrador, pero a primera hora de la ma?ana est¨¢ el chico, que releva al portero de noche, un muchacho ¨¢rabe. Todos buenos trabajadores. Por la ma?ana ayudar¨¢s a la mujer de la limpieza con los cuartos, y despu¨¦s de comer yo puedo atender esto mientras t¨² ayudas en la cocina. Somos como una familia, ya nos conocer¨¢s. Marta te ense?ar¨¢ el cuarto, arriba, donde vas a dormir. No es gran cosa, pero te sale gratis, ?qu¨¦ ganab¨¢s en la droguer¨ªa? Aqu¨ª son 20, m¨¢s la Seguridad Social. Y todos los a?os, ascenso.

Felicitas no se hab¨ªa atrevido a pensar mucho en el sueldo. Secretamente hab¨ªa esperado m¨¢s, pero, de todos modos, el trabajo era mucho mejor que en la droguer¨ªa. Pod¨ªa vivir con ese dinero.

-Est¨¢ bien -dijo.

Felicitas le comunic¨® que pensaba irse de vacaciones la semana pr¨®xima, pero que pod¨ªa dejarlo, si era muy urgente, El due?o neg¨® con la cabeza.

-Nada de eso -dijo- t¨®mate tus vacacioens y disfruta.

El due?o hizo entonces algunas bromas, sobre el tiempo y sobre la juventud, y Felicitas pens¨® en ese mu?do que se le hab¨ªa escapado a su t¨ªa Damiana, entre los solemnes soporta les de la lejana plaza Mayor. Enseguida se levantaron. La entrevista hab¨ªa concluido.

Al fin pudo Felicitas comunicar la noticia en la droguer¨ªa. Todo el mundo la felicit¨® y todos le recomendaron que pidiera un aumento de sueldo a los seis meses, cuando ya su posici¨®n fuera fuerte. Pod¨ªa ganar mucho m¨¢s. Le hab¨ªan ofrecido un sueldo bajo porque estaba de prueba, era l¨®gico. Sus amigas, las que iban de vacaciones con ella, tambi¨¦n acogieron con aprobaci¨®n la nueva noticia. En medi¨® de todo, era progresar. En eso todos estaban de acuerdo.

De forma que, a la vuelta de las vacaciones, Felicitas hizo su maleta y se traslad¨® a su nueva residencia. Ten¨ªa un cuarto para ella sola, aunque ten¨ªa que utilizar el cuarto de ba?o que usaban los due?os, al final del pasillo. Durante el d¨ªa estaba muy atareada, ayudando a todo el mundo y atendiendo a los hu¨¦spedes dentro y fuera del mostrador. Por la noche, cuando se, tend¨ªa sobre la cama, en un colch¨®n bastante inc¨®modo, se dec¨ªa que todo estaba bien. Aquel lugar le gustaba, ¨¦se era el mundo con el que hab¨ªa so?ado. Todos la llamaban y la quer¨ªan. El due?o, a los dos meses, le ofreci¨® una paga extra si se quedaba tras el mostrador hasta las doce de la noche, hora en que llegaba Salem, el muchacho ¨¢rabe.

Y en seguida descubri¨® Felicitas que esos eran los mejores momentos del d¨ªa. A esa hora silenciosa, en la calle empezaba el rumor de la vida nocturna. Desfilaba por la calzada gente con ganas de diversi¨®n, ataviada para brillar en la oscuridad. Felicitas los contemplaba tranquila. Le gustaba estar all¨ª, mientras ellos desfilaban en busca de jaleo. En una ocasi¨®n, un hombre se detuvo mir¨¢ndola al otro lado de la puerta giratoria, al fin se decidi¨® a empujarla y apareci¨® ante los ojos de Felicitas, que llev¨® su mano al timbre de alarma, sin presionarlo.

-?Por qu¨¦ no te vienes conmigo? -pregunt¨® el hombre-. He ganado dinero en una apuesta y estoy solo. Quiero celebrarlo. Pero me han gustado tus ojos, qu¨¦ demonios. Hay muchas chicas en la calle, pero me he prendado de tus ojos.

Para su propio asombro, Felicitas hasta sonri¨®, mientras dec¨ªa:

-No puedo dejar el mostrador, pero si todav¨ªa est¨¢ aqu¨ª ma?ana pase a verme. Tal vez pueda escaparme un rato.

-Ma?ana es ma?ana, mu?eca, y la noche es larga. No voy a poder esperar. Pero no te olvidar¨¦. Qui¨¦n sabe.

CALMA

El hombre, c¨®n mucha calma, se encamin¨® hacia la puerta giratoria, la volvi¨® a empujar y sali¨® a la calle. Desde all¨ª hizo una reverencia profunda y luego envi¨® un beso a Felicitas. Inmediatamente desapareci¨®.

Felicitas, que en aquel momento estaba escribiendo una carta a sus padres, se qued¨® un rato con la mirada fija en la puerta giratoria, por donde el hombre hab¨ªa desaparecido. Todav¨ªa vio pasar ante sus ojos a un grupo de personas que hablaban muy alto. Luego pase¨® su mirada por el peque?o vest¨ªbulo. Todo estaba en su lugar. La luz amarillenta de las l¨¢mparas ca¨ªa sobre los muebles y daba a la habitaci¨®n la iluminaci¨®n y las sombras precisas. En medio del silencio, del rumor de la calle que se filtraba hasta el vest¨ªbulo, ven¨ªa, de cuando en cuando, de las habitaciones de arriba, el ruido de una puerta que se abre o se cierra, una tos, unas voces apagadas.

Felicitas suspir¨® y busc¨® el hilo perdido de la carta a sus padres. Describi¨® una vez m¨¢s para ella la vida del hotel, con la ¨ªntima convicci¨®n de que, al fin, en aquel momento de su vida, su padre habr¨ªa llegado a sentirse orgulloso de ella.

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