La paz de Gandhi
LA SEMANA pasada, un acuerdo firmado en Colombo, la capital de Sri Lanka, puso aparente punto final a la larga historia de la guerra de guerrillas de la minor¨ªa tamil contra la etnia dominante en la antigua isla de Ceil¨¢n, en lo que puede considerarse t¨¦rminos ampliamente favorables a los insurrectos.Seg¨²n lo estipulado en los acuerdos de paz, los tamiles, de cultura hind¨², que constituyen algo menos de un 20% de la poblaci¨®n de Sri Lanka, formada muy mayoritariamente por cingaleses de formaci¨®n budista, obtienen un generoso estatuto de autonom¨ªa y la posibilidad de que ¨¦ste cubra la extensi¨®n de dos provincias, la norte, en torno a la pen¨ªnsula de Jaffna, donde los tamiles son fuertemente mayoritarios, y la oriental, en la que s¨®lo un 40% de la poblaci¨®n es de este origen racial y cultural. Esta important¨ªsima concesi¨®n, conseguida al t¨¦rmino de a?os de lucha y miles de muertos, permitir¨ªa a los tamiles controlar, desde una considerable autonom¨ªa interna, m¨¢s de la mitad de la costa oriental de Sri Lanka; pero la misma se halla sujeta a un refer¨¦ndum para ratificar la fusi¨®n, que ha de celebrarse ¨²nicamente en la provincia oriental. El hecho de que el propio primer ministro cingal¨¦s, Junius Jayewardene, haya afirmado que espera que el refer¨¦ndum no favorezca las posiciones tamiles muestra hasta qu¨¦ punto el acuerdo reposa sobre terreno pantanoso.
La minor¨ªa tamil, de unos cuatro millones de habitantes, no constitu¨ªa, sin embargo, un problema puramente interno de Sri Lanka, y ese ha sido un factor determinante en la moment¨¢nea soluci¨®n de la antigua crisis. Los tamiles fueron trasladados a Ceil¨¢n, como mano de obra barata, por el poder colonial brit¨¢nico, durante la ¨²ltima parte del siglo XIX, desde su habitaci¨®n tradicional, al otro lado del estrecho, en la extremidad meridional del subcontinente. A unas cuantas millas de mar de la pen¨ªnsula de Jaffna, 50 millones de tamiles constituyen la gran mayor¨ªa de la poblaci¨®n del Estado indio de Tamil Nadu. Por esa raz¨®n, el primer ministro indio, Rajiv Gandhi, asediado de problemas dentro y fuera de su partido, ten¨ªa tanto inter¨¦s como necesidad de intervenir en el conflicto.
Al cabo de una larga negociaci¨®n en la que Delhi aplic¨® en algunos momentos una brutal presi¨®n sobre el Gobierno de Colombo, Gandhi ha acabado por imponerse tanto al temor de Jayawardene a que un ancho segmento de la isla se constituya en embri¨®n de Estado separatista como al radicalismo del principal l¨ªder de la guerrilla, Velupillai Prabakharan, que exig¨ªa la independencia o, en el peor de los casos, una situaci¨®n confederal con la mayor¨ªa cingalesa. Este ¨²ltimo ya ha declarado, en una perfecta simetr¨ªa con las posiciones de Jayawardene, que s¨®lo la presi¨®n india le ha obligado a deponer las armas y que su facci¨®n guerrillera, los tigres, como es conocida, continuar¨ªa luchando por la independencia aunque con otras armas, presumiblemente las de la acci¨®n pol¨ªtica, al frente de su masa de reinsertados.
En esta situaci¨®n parece evidente que, salvo para una minor¨ªa de genuinos moderados, la paz de Colombo depende de la firmeza de una doble resignaci¨®n. La de una mayor¨ªa de la poblaci¨®n cingalesa que acepta lo que considera el peligro de partici¨®n de la isla como un mal menor; y la de seguramente tambi¨¦n una mayor¨ªa de los tamiles que pacta por debajo de su irredentismo. Del resultado del refer¨¦ndum, y sobre todo de que la cooperaci¨®n entre los dos pueblos cree hechos consumados que refuercen lo positivo de aquella doble resignaci¨®n, depende la consolidaci¨®n de los acuerdos. Por el momento, tan s¨®lo Rajiv Gandhi tiene todos los motivos para desear que se imponga su paz en la isla cingalesa.
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