Dan Cartwright
Un californiano que pasea por el mundo adiestrando delfines
Tiene el apellido de la familia vaquera de Bonanza y el aspecto rubicundo y atl¨¦tico de un adicto a la buena vida. Dan Cartwright, de 33 a?os, lleg¨® hace pocas semanas a Madrid con una misi¨®n muy especial: supervisar el funcionamiento del reci¨¦n inaugurado delfinario del zool¨®gico y montar un espect¨¢culo con tres delfines, dos lobos marinos y tres focas que a¨²n permanecen en estado ind¨®mito. Antes hizo lo mismo en otros parques de Europa, y tambi¨¦n en Jap¨®n y Estados Unidos.
El contrato con Cartwright, firmado en principio por un a?o, es un lujo que se ha permitido el zool¨®gico madrile?o, puesto que el rubio adiestrador est¨¢ considerado como uno de los grandes expertos en la materia. Habitualmente trabaja en Marine World, una empresa especializada en exhibiciones acu¨¢ticas. El acercamiento de Cartwright a los delfines y focas se produjo hace 14 a?os, en su Long Beach natal, en California, tras abandonar el colegio. "Me di cuenta de que ir al colegio era perder el tiempo", dice, muy convencido. Cartwright comenz¨® su andadura de adolescente impetuoso pidiendo trabajo aqu¨ª y all¨¢, hasta que consigui¨® un puesto en una compa?¨ªa de espect¨¢culos marinos: su oficio consist¨ªa en alimentar a los delfines y limpiar la piscina.
Desde all¨ª realiz¨® una carrera con bastantes elementos cl¨¢sicos del made in USA una amistad desmedida con los animales, una oportunidad inesperada para preparar un n¨²mero, y un adiestrador experimentado que sentencia cablegr¨¢ficamente: "Hey, chico, ya eres un profesional".
Cuando se le pregunta cu¨¢l es su truco para adiestrar a los delfines, Dan se coloca la mano junto a la boca y susurra: "El hambre y la inteligencia de los animales". "Ellos no trabajan gratis; lo hacen por comida. As¨ª que cuando hacen bien lo que les ense?o, les arrojo un pedazo de pescado fresco".
Un c¨®digo particular
Las ¨®rdenes a los animales las imparte mediante un c¨®digo de gestos corporales y caricias, sin necesidad de monos¨ªlabos dictatoriales. Cuando los delfines realizan correctamente la prueba, Dan hace sonar un silbato para que vayan a recoger la recompensa gastron¨®mica; si el pito no se escucha, tienen que intentarlo otra vez. ?l calcula que dentro de seis meses, poco m¨¢s o menos, tendr¨¢ listo su espect¨¢culo acu¨¢tico para que el p¨²blico lo disfrute. Mientras lo prepara, colabora en funciones que ya est¨¢n en marcha, y en las que participan tres delfines adiestrados.
A pesar de que pasa el d¨ªa con sus delfines, Dan Cartwright encuentra tiempo para escabullirse por la ciudad donde trabaja. "Es la primera vez que vengo", dice en ingl¨¦s, porque no sabe ni una pizca de espa?ol. Est¨¢ fascinado con Madrid, y no lo dice como entrenador de f¨²tbol extranjero con ganas de renovar contrato. Se le nota.
Las dos cosas que m¨¢s le gustan, en estricto orden preferencial, son las mujeres y la arquitectura.
Su admiraci¨®n por el pa¨ªs le ha llevado ya a trazarse una meta m¨¢s complicada que hacer brincar a un delf¨ªn: aprender a tocar flamenco en su vieja guitarra californiana.
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