La censura de Margaret Thatcher
LA DECISI?N de los jueces de la C¨¢mara de los Lores, el m¨¢s alto tribunal del Reino Unido, de prohibir que se publique nada sobre el libro Spycatcher (Cazador de esp¨ªas), del antiguo agente del servicio de contraespionaje M15, Peter Wright, deja a la Prensa brit¨¢nica e una situaci¨®n no s¨®lo escandalosa sino absolutamente rid¨ªcula. Mientras en el mundo entero se venden ciertos de millares de ejemplares del libro y todos los peri¨®dicos publican extractos y comentarios sobre ¨¦l, la Prensa brit¨¢nica se ve obligada al silencio.Todo empez¨® con la acci¨®n legal emprendida el a?o pasado, ante los tribunales australianos, por el Gobierno de la se?ora Thatcher para impedir la publicaci¨®n del libro de Peter Wright, actualmente residente y nacionalizado australiano. La justicia australiana se pronunci¨® contra la tesis de la se?ora Thatcher pero, desde entonces, ¨¦sta se esfuerza por impedir a la Prensa brit¨¢nica que hable del libro y de sus incidencias judiciales. Suponiendo que existiese al principio un temor serio sobre los efectos del libro en el plano de la seguridad -cosa harto dudosa-, es obvio que hoy ese aspecto est¨¢ superado. Si el objetivo inicial del Gobierno Thatcher era esconder secretos peligrosos, su actitud ha servido para dar al libro, y a sui secretos, la m¨¢xima publicidad. Si quer¨ªa, por otre lado, castigar a un antiguo agente infiel a sus promesas, ha ayudado con una publicidad gratuita a multiplicar los beneficios del libro.
Lo que hoy resulta m¨¢s sorprendente es que la se?ora Thatcher y su partido se muestren incapaces de tener en cuenta unas realidades objetivas que convierten su actitud en absurda. Y que, para sostenella y no enmendalla, lleguen a olvidarse de normas democr¨¢ticas elementales. Desde que Spycathcher se ha convertido en best seller en Estados Unidos, se multiplican situaciones verdaderamente pintorescas: numerosos ejemplares de esa edici¨®n entran en el Reino Unido de modo legal. Cualquier ciudadano ingl¨¦s puede encargarlo por tel¨¦fono a Nueva York y recibirlo en pocos d¨ªas. Han aparecido en la Prensa fotograf¨ªas del libro en bibliotecas p¨²blicas, donde se puede pedir prestado. El diputado laborista Tony Benn ha le¨ªdo extractos ante miles de personas en Hyde Park Corner, lugar tradicional de m¨ªtines. Pero la Prensa brit¨¢nica no puede aludir al libro prohibido.
Lord Bridge of Harwich, uno de los jueces que se opuso al criterio mayoritario del tribunal de los lores, y que fue presidente de la comisi¨®n encargada de supervisar los servicios secretos, ha pronunciado palabras muy serias sobre el tema: en su opini¨®n, "el actual intento de privar al p¨²blico de este pa¨ªs de informaciones" que circulan libremente en el resto del mundo son pasos hacia "la censura" y "el totalitarismo". Es cierto que las prohibiciones tienen a¨²n car¨¢cter provisional, y que est¨¢ pendiente el juicio sobre el fondo. Pero ello no disminuye la gravedad del atentado cometido contra la libertad de prensa. En todo caso, resulta preocupante que, en un pa¨ªs con una tradici¨®n de libertad tan arraigada, sectores de la clase pol¨ªtica den pruebas de una insensibilidad casi total ante el valor de la libertad de la prensa como factor insustituible de un sistema democr¨¢tico.
Es posible que Spycatcher reduzca el cr¨¦dito, que ya estaba bajo, de los servicios de inteligencia brit¨¢nicos. Pero lo que es evidente es que la actitud del Gobierno de Margaret Thatcher ante ¨¦l no contribuir¨¢ a corregir las causas de ese desprestigio, y s¨ª a minar la autoridad de las instituciones.
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