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Tribuna:LECTURAS DE VERANO
Tribuna
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El farero de Marina

El escritor Ra¨²l Ruiz (Badalona, 1947), una de las j¨®venes promesas de la literatura espa?ola, autor de El tirano de Taormina y Hay un lugar feliz lejos, muy lejos, falleci¨® el pasado d¨ªa 18 tras una larga enfermedad. El texto que hoy publica EL PA?S es in¨¦dito y pertenece a un libro de relatos inconcluso, dedicado al pueblecito de Golcona, donde el autor pasaba varios meses al a?o. La pasi¨®n por el mar es el tema de esta historia de un farero que muere mirando el horizonte de agua que han pintado los ni?os en un muro de hormig¨®n.

El cami¨®n llegar¨ªa a las diez de la ma?ana. Se lo enviaba su hijo. Parec¨ªa, pues, inevitable el traslado a Rocabruna.Desde que muri¨® su esposa y -m¨¢s a¨²n- desde que recibi¨® oficialmente la notificaci¨®n de desalojo, hab¨ªa vivido como si todo fuera provisional: el faro mismo, el mar, el horizonte, su propia vida. Pero, incluso as¨ª, habr¨ªa preferido quedarse, construirse una choza en las proximidades, pedir una pr¨®rroga a la Comandancia de Marina..., o cualquier cosa que lo retuviera, que hiciera necesaria su presencia all¨ª. La cuesti¨®n era no abandonar el fragor del mar, sus olores, sus colores.

Pero su hijo ya lo hab¨ªa decidido: ten¨ªa que dejar el faro e irse a vivir con ¨¦l a Rocabruna. ?C¨®mo pod¨ªa negarse?, ?c¨®mo pod¨ªa oponerse a la fuerza y empuje de su propia sangre?, ?c¨®mo pod¨ªa enfrentarse a esa decisi¨®n razonable? Lo que m¨¢s le hab¨ªa dolido, sin embargo, hab¨ªa sido la mezquina amenaza de no bajarle los nietos..., "si persiste en esa locura de vivir aqu¨ª solo".

"?Aqu¨ª solo? ?Pero si aqu¨ª es donde estoy m¨¢s acompa?ado!".

Y pensaba en los recuerdos de cuarenta y cuatro a?os, deambulando a su alrededor como gatos siameses; pensaba en las tormentas, en los rel¨¢mpagos y truenos, en la lluvia queriendo entrar por las ventanas; pensaba en las lucecitas de alta noche, aquellas luci¨¦rnagas marinas de sus amigos los pescadores; pensaba en todas las macetas con que su esposa hab¨ªa inundado el faro, y pensaba en la soledad, en la tristeza de una casa sin horizonte, sin mar, sin recuerdos que iluminaran rincones.

"All¨ª tendr¨¢ agua corriente, ropa limpia, comida caliente, gente de su edad con la que pasear, charlar, jugar una partida de domin¨®... All¨ª, al fin, podr¨¢ descansar".

"Descansar ?de qu¨¦?".

No hab¨ªa concebido nunca su dedicaci¨®n como trabajo. ?C¨®mo pod¨ªa sentirse cansado de lo que hab¨ªa sido una ilusi¨®n distendida, alargada, gozada, disfrutada d¨ªa a d¨ªa? Desde que, a los siete a?os, sus padres lo bajaron de Rocabruna para que se ba?ara por primera vez en el mar, ya no hab¨ªa querido separarse jam¨¢s de aquel enorme misterio, de aquella pasi¨®n por lo ilimitado.

Primero se imagin¨® pescador, como los de Marina; despu¨¦s, ballenero en los mares del Norte. Hubo ¨¦pocas en que se ve¨ªa en un transatl¨¢ntico, haciendo escalas en pa¨ªses ex¨®ticos; otras, se figuraba navegante solitario. Lleg¨® incluso a pensar que todos los galcones hundidos del mundo estaban esperando que ¨¦l los rescatase.

Pero, al principio, tuvo que ayudar a su padre en el campo: se necesitaban todos los brazos de la familia para sacar adelante los vi?edos. A sus catorce a?os, ya hac¨ªa las labores propias de un hombre.

En verano -s¨®lo en verano- pod¨ªa escaparse alguna que otra vez a Marina. Le emborrachaba aquel olor a peces reci¨¦n pescados, le encantaban las voces aguardentosas de aquellos "lobos de cabotaje"; se extasiaba con la subasta del pescado en el dep¨®sito. Cuando acababa aquella feria de luz -el sol rielaba en las escamas de los peces-, dejaba el peque?o puerto, corr¨ªa hasta la playa, se descalzaba, se arremangaba los pantalones y andaba y andaba, chapoteando por la orilla y escuchando atentamente el rumor del agua como si de all¨ª -de entre las piedras, redondeadas y saladas, batidas por las olas- nacieran todos los vientos, los rumores, los silbidos y los gemidos de la naturaleza.

Ten¨ªa diecis¨¦is a?os cuando vivi¨® su m¨¢s excitante y peligrosa aventura con el mar.

Antes del amanecer, hab¨ªa salido sigilosamente de su casa y se dirig¨ªa hacia Marina. Por miedo a que alguien lo descubriera, dej¨® el camino y baj¨® por la rambla: enormes pe?ascos, ¨¢rboles desgajados y arrastrados por la corriente de invierno, restos de animales putrefactos, alguna rueda de carro, hierbajos y ca?as, formaban el entramado de aquella v¨ªa natural, de aquella calzada de est¨ªo.

Lleg¨® a la playa; pero, en vez de ir hacia el puerto, se qued¨® embelesado mirando la lejan¨ªa: un semic¨ªrculo anaranjado se empezaba a vislumbrar por entre rasgadas nubes c¨¢rdenas, rosas y grises. Todo estaba en suspenso: no hab¨ªa olas, ni gaviotas, ni respiraci¨®n siquiera. Lenta, casi inveros¨ªmilmente, todo fue cambiando de color: las nubes se iban haciendo blancas y grises, el mar adquir¨ªa tonalidades de vino, el sol ard¨ªa hasta ponerse amarillo... En un instante -acaso la visi¨®n apenas se pod¨ªa medir con el tiempo-, el cielo se puso azul p¨¢lido y limpio, se rehizo la l¨ªnea del horizonte, el sol amarille¨® la calma superficie y el mar tom¨® un indescriptible verde con reflejos de azul met¨¢lico.

Not¨® el agua en las rodillas. Como arrebatado, volvi¨® a la arena seca y se desnud¨®. Con la majestad del hombre que ha sorbido el mundo por los poros, que lo ha aferrado con las manos, que lo ha hecho suyo y lo retiene en sus pupilas, se introdujo en el mar. Sinti¨® el agua en su cuerpo como espejo que se fuera haciendo a?icos: el fr¨ªo era un acicate para nadar y nadar, bracear hasta el agotamiento, hasta ese momento en que se rebasa el cansancio y se sigue nadando y nadando, porque ya nada importa m¨¢s que el agua y la luz, esa luminosidad que ciega los ojos y hace de la sensatez un b¨¢rtulo abandonado justo al comienzo.

LA MAR ES MUJER

Apenas pod¨ªa tenerse en pie cuando lleg¨® de nuevo a la orilla. Sin duda, ya no era el mismo: era otro ya el que dejaba rodando su cuerpo por la arena, el que sent¨ªa irreprimibles ganas de gritar y bailar, el que re¨ªa al pensar en el mar como una mujer...

"Cualquier noche de estas viene un turista borracho o drogado y le desvalija... Aqu¨ª no tiene seguridad. En casa, todas las ventanas tienen rejas".

"?Para qu¨¦ quiero yo una c¨¢rcel?".

No acababa de entender lo absurdos que eran su hijo y su nuera, lo absurda que pod¨ªa llegar a ser la gente: cada vez o¨ªa hablar m¨¢s de libertad y cada vez ve¨ªa m¨¢s obst¨¢culos, m¨¢s l¨ªmites, m¨¢s rejas, m¨¢s corazones encarcelados. "?Qu¨¦ racional, qu¨¦ animal es este hijo m¨ªo!". Y, sin embargo, de peque?o no hab¨ªa sido as¨ª. De peque?o amaba tambi¨¦n la inmensa libertad solitaria del faro y sus alrededores. Con arena mojada, hac¨ªa fortificaciones interminables en la playa: multitud de torreones y murallas almenadas, con su foso circund¨¢ndolo todo. Desde lo alto, sus padres lo miraban con esa sonrisa alelada, arrobada, desbordante de paternidad gratificada.

Se hab¨ªan casado tres a?os despu¨¦s de haber ganado ¨¦l las oposiciones..., pero se conoc¨ªan de toda la vida -en Rocabruna es imposible no conocerse de toda la vida-. Cuando ¨¦l march¨® al servicio militar, ella le estuvo escribiendo -ininterrumpidamente- unas cartas maravillosas en las que le iba contando todo lo que ocurr¨ªa en Rocabruna y Marina, todo lo que acontec¨ªa entre sus habitantes, todo lo que pasaba por su coraz¨®n. A cada carta adjuntaba una hoja de olivo o algarrobo, una amapola seca, un mech¨®n de sus cabellos o unos granos de arena... "El mar no cave enel sovre", le escrib¨ªa con adorable heterograf¨ªa.

En su destino, ¨¦l aprovech¨® para aprender todo lo que el maestro de Rocabruna no pudo llegar a ense?arle: cuatro a?os en la escuela son pocos para el que quiere ser farero... Y es que, all¨ª, en el cuartel, se hab¨ªa enterado de la posibilidad de ganar unas oposiciones y vivir, con un sueldo m¨ªnimo -pero suficiente- junto al mar. "Por las noches bigilaremos las estrellas y las varcas", le escribi¨® ella cuando ¨¦l se lo comunic¨® en torcidos renglones que sub¨ªan, se empinaban hacia la derecha, con el entusiasmo de la pluma que comparte el alborozo de la mano.

?Ya se imaginaba due?o absoluto de todo el mar que pod¨ªan ver sus ojos! ?Amo y se?or de todo el mar contemplado! Ya no eran figuraciones infantiles, sue?os, ilusiones, espejismos de su deseo: ya no ser¨ªa pescador o ballenero, navegante solitario o pirata. Ahora ser¨ªa farero, farero en Marina de Rocabruna.

"No insista, padre, por favor".

"Por lo menos si vivierais en Marina".

"Comprenda que nos es m¨¢s c¨®modo vivir en Rocabruna".

"Si ya lo entiendo, hijo, si ya lo entiendo".

Pero ?por qu¨¦ ten¨ªa que irse a vivir con ellos, all¨¢ arriba? Hubieran podido hacerse una casa en Marina, pero el negocio estaba en Rocabruna y su hijo hab¨ªa preferido aceptar del suegro una antigua casa de dos pisos a la salida del pueblo. Supon¨ªa que mucho hab¨ªa tenido que ver su nuera y -no poco- lo que se ahorraba. Antes, no era as¨ª; pero desde que hab¨ªa montado el supermercado, no hac¨ªa m¨¢s que hablar y hablar de dinero... Antes, cuando regentaba el peque?o colmado de su suegro, era un mocet¨®n desprendido y amigo de la juerga; pero se cas¨® muy joven, empez¨® a tener ni?os y se vio en la necesidad -eso dec¨ªa ¨¦l- de trabajar m¨¢s y m¨¢s. A?¨¢dase -si se quiere- el ansia de su mujer por figurar entre las familias importantes del pueblo. De esta manera, trabajando duro, agri¨¢ndosele un algo el car¨¢cter, hab¨ªa llegado a ser considerado como medianamente rico.

OJOS DE ELISA

"M¨ªreselo de este modo: en casa podr¨¢ cuidar de los ni?os y, si quiere, le daremos una asignaci¨®n por ello. ?Qu¨¦ le parece?".

"?Qu¨¦ me va a parecer? Una cochinada. ?C¨®mo voy a cobrar un sueldo por estar con mis nietos?".

"Pues bueno: se mira la televisi¨®n... ?Qu¨¦ quiere que le diga?".

?La televisi¨®n? ?Qu¨¦ estupidez ver el mundo tan peque?o, tan encogido, tan cerrado! ?Qu¨¦ maravilla irreproducible era el mundo sin l¨ªmites! ?El mar, la noche, los ojos de su Elisa ... ! Y se sonaba para recordar -sin h¨²medas cursiler¨ªas- aquellos a?os tan felices con su esposa, aquellas noches -por ejemploen que sub¨ªan a la veranda y ¨¦l le cubr¨ªa los hombros con su brazo y ella -mirando las estrellas y aguant¨¢ndose la risa- le dec¨ªa: "Mira, las barcas han pasado el horizonte y est¨¢n subiendo". A ¨¦l le gustaba callar, escuchar las frases que Elisa emit¨ªa casi sin sonido,asi como aliento, como destilando una rara poes¨ªa que naciera en los mismos labios -sin raciocinio apenas-, como besos... "?Otra estrella que naufraga!", exclamaba al sorprender una estrella fugaz. "Al mar ya le salen canas, como a ti", susurraba cuando el mar empezaba a picarse. "La noche de alta mar acaba de poner otro huevo de oro", murmuraba al amanecer...

Hac¨ªa cinco meses ya que vi

El farero de Marina

v¨ªa solo: Elisa muri¨® dulcemente, como se pasa de la noche al d¨ªa, como oscurece, como crep¨²sculo que no supiera cu¨¢l es su meta y se entretuviera en el camino. Tom¨¢s gir¨® ciento ochenta grados la luz del faro para avisar a Rocabruna entera de que algo extra?o estaba ocurriendo, para avisar al m¨¦dico y al sacerdote. No hizo falta ni galeno ni confesor: el tr¨¢nsito se efectu¨® sin ellos. All¨ª estuvo ¨¦l toda una madrugada, siendo lo que siempre hab¨ªa sido: amante, amigo, amado... "La muerte es azul, Tom¨¢s", fue lo ¨²ltimo que dijo."Pues diga lo que diga, usted se vendr¨¢ a vivir con nosotros... Ma?ana le env¨ªo un cami¨®n para la mudanza... No quiero pasar, cualquier d¨ªa de estos, la verg¨¹enza de ver c¨®mo la guardia civil lo echa a la calle como a un perro... Pero ?es que no piensa en los dem¨¢s? ?Qu¨¦ dir¨ªa de nosotros la gente?".

?Echarlo la guardia civil? ?C¨®mo iban a atreverse? En noches de fr¨ªo intenso, de encrespado mar, pasaba la patrulla por la playa y alguien gritaba: "?Eh!, Tom¨¢s, ?hay caf¨¦?". "Para vosotros siempre hay... y una copa con permiso del sargento", les contestaba desde lo alto. Y Elisa recalentaba el que hab¨ªa hecho para la cena y, cuando llegaban -ateridos- al comedor, se encontraban su taza de caf¨¦ y su copa de co?ac a punto. Se quitaban sus capotes, sus tricornios y siempre hab¨ªa alguno que sacaba una cajetilla de tabaco rubio requisado y se la ofrec¨ªa a Tom¨¢s. Sentados en torno a la mesa mientras fumaban y beb¨ªan, hablaban de esas important¨ªsimas cosas sin importancia. Elisa era feliz mirando a Tom¨¢s, viendo c¨®mo lo respetaba y quer¨ªa todo el mundo.

Pero el cami¨®n ya se ve¨ªa venir por la carretera: era tiempo de pensar en lo que hab¨ªa de recoger. ?Qu¨¦ despilfarro, un cami¨®n! ?Qu¨¦ iba a llevarse? Por un instante imagin¨® la cara de su hijo al verlo llegar sin... ?S¨ª, llegar¨ªa a Rocabruna en la cabina de un cami¨®n vac¨ªo! Ni muebles, ni ropa, ni vajilla...: tan s¨®lo se llevar¨ªa su anticuado cat¨¢logo de barcos, su extravagante cuaderno de bit¨¢cora y la maceta de Elisa en la que, a?o tras a?o, plantaba la albahaca.

Al principio, la vida en Rocabruna se le hizo soportable. La parte que correspond¨ªa al desv¨¢n fue adecentada y adecuada: lo que originariamente hab¨ªa de ser -y hab¨ªa sido- trastero hizo las veces de "habitaci¨®n del abuelo". Esto no incomod¨® a Tom¨¢s, antes bien lo agradeci¨®, pues desde all¨ª pod¨ªa ver el mar.

Se levantaba temprano y abr¨ªa la ventana. La Casa del Indiano -en ruinas- se le ofrec¨ªa como una visi¨®n de fantasma grato, de deteriorada instant¨¢nea de una historia que sonaba a ultramar, que ol¨ªa a mulata, a ron y caf¨¦..., y que ten¨ªa la cadencia de una habanera.

Por encima de la Casa del Indiano, contemplaba el azulado horizonte, al tiempo que pasaba la mano por la albahaca para que desprendiese aquel profundo olor, aquel perfume que -indefectiblemente- estaba unido a su m¨¢s querido pasado. Despu¨¦s, bajaba y despertaba a sus nietos, quedamente, como arrullo que viniera de muy lejos, de alta mar o de lejanas islas. Cuando comenzaban a entreabrir los ojos, cuando empezaban ya a sonreirle, les dec¨ªa: "Antes de partir el barco, la sirena sonar¨¢ tres veces... Pffffuuuu...".

La segunda se?al -aquella onomatopeya que ol¨ªa a salitre y que evocaba bandadas de gaviotas- la emit¨ªa Tom¨¢s desde la cocina, bajo la escandalizada mirada de su nuera... Pero ya bajaban los ni?os, atropell¨¢ndose, tratando de no perder aquel maravilloso barco del abuelo.

Desayunaban Tom¨¢s y los tres ni?os. Su nuera y su hijo lo hab¨ªan hecho antes. Los ni?os sorb¨ªan la leche, se miraban entre s¨ª e intercambiaban risitas, al acecho, como agazapados a la espera de una se?al que -de improviso- sonar¨ªa estent¨®rea. El abuelo miraba de reojo las tazas de sus nietos y, cuando comprobaba que ya se hab¨ªan vaciado, se levantaba y hac¨ªa que la sirena provocara nueva algarab¨ªa, nuevos reproches y una nube de vapor que s¨®lo ve¨ªan los ni?os.

Zarpaban los cuatro y navegaban hasta la escuela. Luego, Tom¨¢s -como un n¨¢ufrago- se dejaba llevar por corrientes desconocidas que -inevitablemente- lo llevaban al camino de la ermita. Desde all¨ª, por encima de las copas de los ¨¢rboles, de los tejados de Rocabruna, m¨¢s all¨¢ de los campos cultidos, divisaba Marina y el faro, miraba -h¨²meda y amorosamente- la costa inasequible.

Por las tardes, cumpl¨ªa religiosamente con su siesta. A ¨¦l no le apetec¨ªa ir al casino y jugar interminables partidas de cartas o domin¨®. Prefer¨ªa tenderse en la cama y sumirse en un duermevela dominado por sus recuerdos, sus querencias, sus imaginaciones. No llegaba a dormir nunca, pero eso exactamente era lo que pretend¨ªa: una somnolencia dirigida, un caliginoso paisaje en el que confluyeran im¨¢genes pret¨¦ritas y sombras del porvenir.

A primeras horas de la noche, sal¨ªa Tom¨¢s con su silla de enea y se sentaba frente a la casa. Tomaba el fresco, mientras hojeaba su cat¨¢logo de barcos y su cuaderno de bit¨¢cora. No tardaban mucho en acercarse sus nietos y, con ellos, los ni?os de la calle... Y Tom¨¢s esperaba a que le preguntaran, se hac¨ªa de rogar, exig¨ªa de sus peque?os amigos un inter¨¦s, un entusiasmo, una verdadera devoci¨®n. Cuando ve¨ªa las caras ansiosas, suplicantes, dispuestas a la credulidad total, Tom¨¢s les ense?aba los santos de su cat¨¢logo y les daba nombre, les se?alaba las caracter¨ªsticas de cada uno, les hac¨ªa fijarse en las diferencias.

Otras veces, les le¨ªa anotaciones de su curioso cuaderno de bit¨¢cora: "Ha sido un d¨ªa de calma absoluta. Nos hemos mantenido al pairo, mientras trat¨¢bamos de recomponer los desperfectos que hab¨ªa causado la tormenta de la noche pasada. Mantenemos el rumbo para que ma?ana sea un d¨ªa tan agitado como el de hoy... y poder gozarlo". "Tampoco hemos recibido mensajes en botellas. A la orilla s¨®lo llegan desperdicios o botellas vac¨ªas. ?C¨®mo salvar a alguien si no se pone en comunicaci¨®n con nosotros?". "A lo lejos vimos una escuadra turca, pero no os¨® atacarnos. Quiz¨¢ los turcos ya no sean nuestros enemigos. Habr¨¢ que esperar para confirmarlo. Elisa no lo duda...".

SECAR ESTRELLAS

?No hab¨ªa d¨ªa en que -Para terminar- no les instruyera en cuanto a la fabricaci¨®n de pipas y ca?as de pescar, o les ense?ara c¨®mo secar estrellas de mar, o c¨®mo hacer dibujos con pechinas, o c¨®mo profetizar el tiempo.

A lo largo de noches y noches, los ni?os y muchachos de Rocabruna se fueron enterando de que "el mar es bueno y malo, apacible y terror¨ªfico, azul y gris..."; de los distintos vientos que afectaban a la comarca, "Fundamentalmente, tramontana -que viene del Norte y es fr¨ªo-, terral -que viene del Oeste, es seco, unas veces caliente y otras fr¨ªo-, levante -que viene del Este, es h¨²medo y templado y trae la lluvia-, aljamal -que viene del Sur, es c¨¢lido y h¨²medo y trae los ensue?os- y ¨¦cigo -que es un viento burl¨®n que borra los malentendidos y viene de arriba o de abajo".

De este modo discurr¨ªa la vida de Tom¨¢s: sus nostalgias s¨®lo lo her¨ªan levemente. Pero, a principios de septiembre, cuando las tormentas anuncian el cambio de estaci¨®n, ocurrieron dos hechos de fatales consecuencias. Sin duda, nada ten¨ªa que ver una cosa con la otra pero sabido es que los sentimientos buscan -y encuentran- otra cadena de relaciones.

El primero de los acontecimientos lo sorprendi¨® en su misma casa: la albahaca se estaba secando. En rigor, nada de extra?o hab¨ªa en lo que pasa a?o tras a?o, con una puntualidad que la naturaleza repite amorosaraente. Sin embargo, Tom¨¢s intuy¨® que aquella vez era diferente.

La confirmaci¨®n de sus f¨²nebres augurios vino de fuera.

La Calle Nueva part¨ªa del arco de Santa Clara y se alargaba justo hasta su casa. Enfrente, la Casa del Indiano -abandonado edificio de dos plantas, ruinoso, con restos de azulejos multicolores y enmara?ados Jardines- hab¨ªa servido, durante estos ¨²ltimos a?os, para que los muchachos saborearan el misterio (del lugar prohibido, maldito; para que los muchachos hicieran de aquellas ruinas el templo de sus escondites, de sus juegos; para que los muchachos disfrutaran los primeros y secretos placeres de la piel sobresaltada, los primeros temblores y escalofr¨ªos porcariciar un muslo o sentir el latido de un cuerpo inacabado.

Es el caso que -no se sabe c¨®mo- la Casa del Indiano fue vendida, se construy¨® una valla de obra y se procedi¨® a la demolici¨®n, all¨ª se iba a levantar un edificio de cuatro pisos.

Desde el momento mismo en que Tom¨¢s se enter¨®, ya no hubo d¨ªa que no fuera un martirio para ¨¦l: dej¨® de acompa?ar a sus nietos a la escuela, trat¨® de dormir horas y horas, olvid¨® su cuaderno y su cat¨¢logo... Viv¨ªa con el terror de abrir un d¨ªa la ventana de su habitaci¨®n y no poder ver ya el mar...

Por fin, la albahaca se sec¨® totalmente.

LA CARACOLA

A la ma?ana siguiente decidi¨® no levantarse de la cama. "?Para qu¨¦, si lo peor puede ocurrir de pie, en la ventana, frente a lo que fue la Casa del Indiano?". Otro d¨ªa se obstin¨® ya en no comer. "?Para qu¨¦. alimentar el cuerpo, si no puedo alimentar mi alma?...". Y es que se iba imaginando la progresiva construcci¨®n del inmueble: "Ya han terminado los cimientos". "Ahora estar¨¢n haciendo el esqueleto". "Habr¨¢n acabado las paredes". "Estar¨¢ ondeando la bandera en el tejado...".

Inevitablemente, cay¨® enfermo: lo que -para todos- hab¨ªa sido una tozudez senil se convirti¨® en innominada y verdadera enfermedad. Nada pod¨ªan hacer por ¨¦l ni su hijo, ni su nuera, ni los nietos, ni el m¨¦dico: Tom¨¢s no respond¨ªa a los est¨ªmulos familiares o medicinales. Solamente hizo un amago de sonrisa cuando su hijo -otra vez ni?o- le dijo: "Padre, ya tiene tel¨¦fono: hilo directo con el mar...". Y le acerc¨® una caracola.

Sin embargo, el proceso era ya irreversible y s¨®lo cab¨ªa esperar que, de un momento a otro, Tom¨¢s culminara su sosegado suicidio.

Pero en Rocabruna hab¨ªa a¨²n quienes trataron de jugar una ¨²ltima baza.

"Lev¨¢ntese. Tiene que ver algo".

"S¨ª, abuelo, lev¨¢ntate y ven a la ventana".

Aunque hubiera querido, le resultaba ya imposible mover un solo miembro. A duras penas abr¨ªa y cerraba los ojos. Susurraba interrogantes o desdenes. Su cara era un desgastado mascar¨®n de proa.

Entre su hijo y su nuera lo llevaron a la ventana, donde lo esperaban sus nietos, sonrientes, con un alborozo travieso y expectante.

All¨ª estaba -a punto de ser inaugurado- el edificio excesivo, aquellos cuatro horrendos pisos, aquel horrible mastodonte de cemento y aluminio. Pero, bajando la mirada, dirigi¨¦ndola hacia la valla de protecci¨®n, un estallido de colores sorprendi¨® a Tom¨¢s, el moribundo farero de Marina.

Los ni?os y muchachos de Rocabruna -los mismos que cog¨ªan gatos, los ataban y los echaban en las albercas; los mismos que quemaban lagartijas; los mismos que cazaban ratas con varillas de paraguas como arcos y flechas; los mismos que robaban nidos de gorriones para usar los huevos como proyectiles; los mismos que saqueaban ¨¢rboles frutales; los mismos que empezaban a ver la televisi¨®n- hab¨ªan pintado la parte frontal del muro, hab¨ªan plasmado una panor¨¢mica de la costa, que inclu¨ªa pinos, mar, faro, gaviotas, ba?istas, estrellas, sol, luna, velas y vientos.

Dos l¨¢grimas descendieron por las arrugadas mejillas: eran l¨¢grimas lucientes, como gotas de mar reflejando rayos de sol.

"La vida tambi¨¦n es azul, Elisa", fue lo ¨²ltimo que dijo.

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