El aut¨¦ntico 'caso Hess'
EL MI?RCOLES se celebrar¨¢ en una peque?a localidad b¨¢vara el funeral por el l¨ªder nazi Rudolf Hess, el solitario de Spandau, el m¨¢s controvertido de todos los l¨ªderes pol¨ªticos que sufrieron prisi¨®n como consecuencia de la Il Guerra Mundial. Las circunstancias de su muerte, infligida por propia mano en el castillo prisi¨®n de la citada localidad pr¨®xima a Berl¨ªn, y la obstinaci¨®n con la que algunos de sus deudos se resisten a aceptar la evidencia del suicidio, contribuyen a convertir el caso en un esc¨¢ndalo menor y a dar a la previsible concentraci¨®n nazi en Wunsiedel un aire de ocasi¨®n esperada, que no deber¨ªa merecer mayor atenci¨®n si atendemos exclusivamente a la escasa trascendencia pol¨ªtica que ese controlado desbordamiento de pasiones populares pueda reclamar.Cualquier pol¨¦mica a la que todos estos hechos den lugar sobre la pervivencia del nazismo, la capacidad de resurrecci¨®n nost¨¢lgica de estos grup¨²sculos, como los que empapelaron calles de Madrid y Barcelona con esquelas in memoriam a la madrugada siguiente al fallecimiento del lugarteniente de Hitler, es pura an¨¦cdota. Parece ocioso, por tanto, entrar en la disquisici¨®n de si este u otro tipo de muerte menos dram¨¢tica, si la libertad en su momento o la permanencia del recluso en Spandau, habr¨ªan convenido m¨¢s o menos a la democracia alemana, al apaciguamiento de las conciencias, a la superaci¨®n m¨¢s que al olvido de las atrocidades de la segunda guerra.
Los hechos pol¨ªticos de todo orden creados desde 1945 en la Mitteleuropa, la formaci¨®n de un s¨®lido Estado democr¨¢tico en el lado occidental de la divisoria europea, el control que ejerce la Uni¨®n Sovi¨¦tica al otro lado de la misma, consolidan un paisaje humano y social que hace impensable nada que desborde la min¨²scula algarada de la nostalgia. Hess, cualquiera que haya sido su fin actual, muri¨® en realidad hace muchos a?os como lo que era: el representante de un orden desaparecido con su creador Adolf Hitler.
Sin embargo, no hay que olvidar que el nazismo, aparte de circunstancias espec¨ªficamente alemanas, como el revanchismo de Versalles y la debilidad del liberalismo en Alemania durante el siglo XIX, cont¨® con un caldo de cultivo internacional como fue la marginaci¨®n de una gran parte de la poblaci¨®n europea en la gran crisis de los a?os treinta. Es cierto tambi¨¦n que nada parecido sucede en la actualidad, pero otros problemas sacuden a esa ciudadan¨ªa como consecuencia de los cuales persiste un nazismo de nuestro tiempo, distinto al hist¨®rico, pero de ra¨ªces sociales muy comunes. Si el movimiento xen¨®fobo de Jean Marie Le Pen en Francia es una forma de esos nazismos recurrentes, no lo es por sus mayores o menores coincidencias con el nacionalsocialismo, ni porque hable de establecer futuros Estados totalitarios, sino porque se cultiva en una misma marginaci¨®n, en un repliegue fan¨¢tico sobre el propio terreno, porque hace del otro, sea norteafricano, negro, ¨¢rabe o europeo menos favorecido, el espantajo de los propios terrores e impotencias. Ese otro, en el que un nazismo se miraba como en un espejo deformado, fue el jud¨ªo en tiempos pasados, y hoy es una cierta inundaci¨®n de las masas del Tercer Mundo, que da alientos a esa mala Europa que llevamos dentro.
?sa es la verdadera dimensi¨®n del modesto caso Hess, aquella que sirva para recordarnos que si el nazismo fue la consecuencia de una ¨¦poca superada, las pulsiones de una Europa a¨²n ferozmente particularista, cuando se le aprietan las tuercas de su propia inseguridad, resurgen en forma variada pero siempre amenazadora. No, es un recuerdo, por tanto, lo que hay que temer, sino una presencia actual de aquellos repliegues, de aquellos temores, de aquellas traiciones a la idea misma de Europa.
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