El habitante
S¨¦ con seguridad que en mi casa vive oculto un animal peligroso y desconocido. En tiempos menos intensos que ¨¦stos, el hecho hubiera parecido una obsesi¨®n o un sue?o. Hoy sabemos que es real. Cada noche, cuando regreso, al abrir la puerta, lenta y sigilosamente, siento que se abre tambi¨¦n la posibilidad de o¨ªr su respiraci¨®n y de que, al encender la luz, su presentida forma se revele por fin en esta vacilante realidad.Ellos se valen de nuestra existencia para ser; como si nos copiaran, porque todav¨ªa no han podido hallar su fundamento vital. Pero si se sintiesen descubiertos no vacilar¨ªan en matarnos. Durante milenios convivieron con nosotros, c¨®modamente ignorados. Desde que descubrieron que la raz¨®n humana hab¨ªa conseguido por fin sacarlos de las sombras, nos imitan para ocultarse en nuestras propias apariencias: viven con nuestro ritmo y, en cierto modo, nos habitan. Duermen si nos dormimos, vigilan si vigilamos.
Cuando este monstruo supo que yo hab¨ªa descubierto su presencia, con t¨¦cnicas de mimetizaci¨®n empez¨® a actuar paralelamente, a utilizar mis propios pasos para desplazarse, a respirar conmigo, hasta conseguir no digo sustituirme (porque la raz¨®n, que es humana, me salva), pero s¨ª usurpar mis contenidos, limitando mi libertad, poniendo en duda mi identidad y naturaleza, introduciendo en ella una especie de ruido molesto que altera permanentemente la percepci¨®n que tengo del mundo y de m¨ª mismo.
Pese al miedo, que no he podido superar en tantos a?os de b¨²squeda o acecho, no enciendo inmediatamente la luz cuando llego a mi casa por las noches. Mis ojos se han acostumbrado a la oscuridad, y en esas condiciones puedo recorrer las habitaciones sin equivocarme ni hacer ruido, destapando ba¨²les, abriendo guardarropas, espiando debajo de las camas. ?l tambi¨¦n est¨¢ habituado a estas pr¨¢cticas y se desplaza durante mi recorrido, delante o detr¨¢s de m¨ª; no he podido precisarlo todav¨ªa. Enciendo la luz ¨²nicamente cuando tengo presunciones m¨¢s o menos ciertas de que el animal aparecer¨¢ enteramente, sorprendido en medio de una habitaci¨®n o detr¨¢s de una puerta. Normalmente llevo un arma en la mano, listo para atacar o defenderme. A veces, por caprichos de la rutina, uno se ha olvidado del arma y enciende la luz completamente indefenso; entonces el riesgo es grav¨ªsimo.
LECTURAS Y MONSTRUOS
Mis ¨²nicas lecturas desde que empez¨® todo esto son sobre zoolog¨ªa. Procuro, a trav¨¦s del conocimiento profundo de las formas conocidas, la percepci¨®n de las que ignoramos, que por pertenecer acaso a una l¨ªnea evolutiva diferente se ocultan a nuestra mirada para que no las consideremos monstruosas. Lo cual me lleva a preguntarme c¨®mo me ver¨¢ a m¨ª este animal, si no es ¨¦l quien me busca y yo el que se oculta. Mis cuadernos de apuntes contienen miles de formas imprevistas, en actitudes y posiciones inexistentes en las especies conocidas. Digamos que son casi una zoolog¨ªa paralela. Una de ellas por lo menos, y de esto estoy muy seguro, coincide con la del animal que habita en esta casa desde hace tanto tiempo.
El problema es entonces, para m¨ª, puramente mec¨¢nico, no de percepci¨®n. Cada vez que entro en la casa ensayo un desplazamiento nuevo, rozamientos sesgantes, complicaciones geom¨¦tricas, velocidades demoradas inteligentemente, en busca de sus misteriosas actitudes. Su naturaleza, que todav¨ªa ignoro, le da muchas ventajas en este juego y siempre consigue eludirme.
Mi familia comparti¨® mis temores durante un tiempo, sobre todo cuando los hijos eran peque?os. Crecidos, se considera que est¨¢n capacitados para gritar o defenderse, y creyendo que eso es suficiente, ahora ya nadie se preocupa aqu¨ª, se han olvidado de los antiguos temores, duermen confiados en la noche propicia, abren las puertas que yo mismo cierro noche a noche en cuanto me creen dormido. Como si entre ellos y la presencia destructiva existiese una complicidad cuya sola presunci¨®n es intolerable para m¨ª.
No hace mucho estuve a punto de descubrirlo. Desde la cama detect¨¦ su presencia en el altillo. Mi o¨ªdo es agud¨ªsimo y me permite percibir murmullos imposibles. Camin¨¦ de puntillas hasta el lugar sin encender ni siquiera una linterna. A pocos pasos de la puerta que lo ocultaba, su olor ya era perceptible. Por no perder una oportunidad tan buena, no despert¨¦ a mi familia, bajo la tentaci¨®n de poderles decir por fin: vengan a ver y desmientan si es que pueden, vengan a ver cu¨¢nta raz¨®n ten¨ªa yo, vengan para que les perdone por haber dudado. En fin, esas cosas que uno va guardando para soltarlas cuando llegue el d¨ªa de la libertad.
Era un olor de vida, de fermento. Tom¨¢ndolo como punto referencial pude intuir algo de su forma, tan borrosa que luego fue imposible dibujarla. El animal respiraba, claro, y al mismo tiempo que yo, en mi ritmo. Me bast¨® contener un instante la respiraci¨®n para o¨ªr claramente la suya, unos segundos solamente, porque ¨¦l tambi¨¦n la contuvo, como ocupando mi existencia.
Ni su actitud ni su posici¨®n eran de un cuadr¨²pedo normal. Sin duda estaba erguido (o erguida), apoyando dos patas en la pared para adaptarse al poco espacio existente detr¨¢s de la puerta. A esto lo deduje por el olor; mi capacidad de percepci¨®n es tremenda. A pesar de que una vez m¨¢s no llevaba armas encima, empuj¨¦ la puerta violentamente, dando un grito para paralizarlo y de paso no o¨ªr el que dar¨ªa el propio animal, acosado por el miedo; para que ambos se confundiesen en uno solo, como las respiraciones.
OLOR DE LA BESTIA
No estaba all¨ª desde hac¨ªa unos segundos. Debi¨® escaparse aprovechando mi grito. Subsist¨ªa su olor como de bestia en celo. Salt¨® por la ventana, que da a unos tejados protectores, que parec¨ªan crujir bajo la luz lunar. Busqu¨¦, con la lupa, cualquier resto de pelos o rayaduras en el suelo y las paredes. No encontr¨¦ nada. Su astucia es incre¨ªble.
?Qu¨¦ busca en mi casa? ?Por qu¨¦ me persigue? ?Tengo yo alg¨²n rasgo com¨²n con ¨¦l, con ella? No es comida lo que procura. Los residuos son cuidadosamente observados antes de dejarlos como al descuido, y al d¨ªa siguiente siguen intactos. Acaso busca simplemente aproximaciones a nuestra existencia, y cuando caemos en el sue?o profundo se acerca todo lo que puede para recibir por lo menos algo de lo que necesita, quiz¨¢ calor humano. Me permite suponer esto lo mucho que he meditado sobre su psicolog¨ªa. De lo contrario no hubiera convivido tanto tiempo con nosotros, se hubiera ido, harto o hastiado. S¨¦ que en m¨ª hay algo que lo atrae particulamente. He empezado a estudiar mi propia forma buscando ese rasgo m¨ªo que alimenta su esperanza.
Algo muy importante: a veces, cuando mastico, me muerdo las partes internas de la boca, como si tuviese dientes de m¨¢s o estuviesen descolocados. La tengo llagada por dentro. Y cada vez que me muerdo siento que mi torpeza es puramente animal, que confundo el acto m¨¢s o menos civilizado de comer con alguna costumbre ancestral que no pertenece a mi naturaleza. Cuando me afeito descubro en m¨ª actitudes que no se corresponden con mi personalidad. Para verlas mejor finjo afeitarme, sin instrumento alguno, haciendo con la cara y las manos todos los movimientos que provoca el acto real de afeitarse. Es incre¨ªble la cantidad de rasgos desconocidos que surgen entonces. Tras esa gimnasia me quedo muy quieto, observando escrupulosamente mi cara ante el espejo, y descubro actitudes y momentos de una naturaleza diferente a la m¨ªa, oculta, apenas disimulada por las cejas, el ment¨®n, la distancia entre los ojos, la salvadora ubicaci¨®n y forma de mis orejas. Es como si me mirara ¨¦l. El hecho, lejos de desalentarme, de perderme en otras interpretaciones de esta situaci¨®n, me da m¨¢s fuerzas para continuar el acecho. Significa que n somos tan extra?os el uno para el otro, que existe un v¨ªnculo lejano que justifica la b¨²squeda, algo que nos permitir¨¢ entendernos finalmente.
Volviendo a los motivos de su presencia en esta casa, no creo que se sustenten en la agresividad como fin, aunque haya motivos para pensar que eventualmente pueda utilizarla como medio. La presunci¨®n, nunca descartada, de que salga de mi casa y vuelva peri¨®dicamente permitir¨ªa pensar que uno de los factores de esta realidad es la costumbre o la rutina, aunque seguramente habr¨¢ tenido sus motivos, antes de caer en ella, para elegir mi casa como madriguera.
?Y qu¨¦ sabemos de lo tan mal llamado monstruoso? Mucho
El habitante
tiempo se ha perdido en especulaciones superficiales y desapasionadas sobre este aspecto irrenunciable de la realidad, descuidando su verdadera naturaleza. Y si es cierto que estos engendros desconocidos buscan aproximarse y adem¨¢s lo hacen por costumbre, entonces quiere decir que tienen una inteligencia humana y que, acuciados por su condici¨®n de intrusos en nuestro cerrado mundo, puedan volverse contra nosotros en cualquier momento.Lo que llamamos monstruoso no es m¨¢s que el impulso de cierta vida postergada, que desea integrarse con nosotros, volviendo al comienzo, sea como sea. De all¨ª los riesgos de mi b¨²squeda, de mis acciones, que no pasan inadvertidas para su inteligencia, peligrosamente mezclada a sus instintos. Conoce cada uno de mis movimientos, y mientras pueda evitarlos con simples desplazamientos no me atacar¨¢. Pero si ¨¦stos, a fuerza de persistencia, le resultan peligrosos, en un momento preciso que ya existe en su conciencia me dar¨¢ el zarpazo.
Por eso hay per¨ªodos en que abandono mi b¨²squeda, a ver si un descanso oportuno aten¨²a su posible violencia y de paso me distraigo de la m¨ªa. Esto provoca una gran alegr¨ªa en mi familia. Piensan que el posible peligro ha desaparecido. Y es cuando m¨¢s lo hay. Tengo comprobado que cuando mi ansiedad se calina, la presencia aprovecha para acercarse m¨¢s. Son sus momentos de comunicaci¨®n m¨¢s plena.
Una de las dificultades mayores de esta b¨²squeda est¨¢ en el desconocimiento de su forma. Por m¨¢s dibujos que haya hecho o haga, por mas que trate de conformarme con alguna aproximaci¨®n elegida sin rigor (simple producto del deseo, no de una correspondencia con la realidad), su forma, no quiero enga?arme, me es desconocida todav¨ªa. Me digo que tiene que ser un cuadr¨²pedo. Pero ?por qu¨¦ necesariamente? Ser¨¢ porque desde el comienzo descart¨¦ la posibilidad de aves o de insectos, debido a su olor ostensible, a su inteligencia, al volumen que positivamente s que tiene, que aumenta con el tiempo. Cuando ¨¦l est¨¢ en la casa y yo llego se me eriza la piel. Ning¨²n ave provocar¨ªa en m¨ª esa reacci¨®n. Un animal grande, s¨ª. Adem¨¢s, alguna vez encontr¨¦ pelos. Yo afirm¨¦ que le pertenec¨ªan, y en mi casa nadie pudo demostrar lo contrario, pese a la violencia con que se opusieron a mi afirmaci¨®n. En el suelo muchas veces aparecieron huellas que al aceptar or¨ªgenes diversos incluyen entre ¨¦stos a mi monstruo. Cada vez que hicimos limpieza general aparecieron indicios taxativos: olores, rayaduras, trapos amontonados como para dormir, par¨¢sitos. A pesar de lo sorpresivo de estas limpiezas, siempre hay un espacio de tiempo para ¨¦l, alg¨²n hecho sincr¨®nico que le permite la certera huida y el ocultamiento.
Hace alg¨²n tiempo, despu¨¦s de una limpieza as¨ª, m¨ª mujer, venciendo su determinaci¨®n de no hablar de este asunto, que, seg¨²n ella, la entristece y averg¨¹enza, me pregunt¨® si todav¨ªa cre¨ªa en la existencia verdadera de este animal o lo que fuese. No vacil¨¦ en responder (porque jam¨¢s titubeo cuando se trata de estas cosas vitales para m¨ª), y le dije inmediatamente que no se trataba de creer o no creer, yo no cre¨ªa nada, el animal simplemente estaba aqu¨ª, y su condici¨®n de algo que est¨¢ era independiente de las dudas o creencias que se pudiera tener sobre su existencia real. Ella me dijo que as¨ª no pod¨ªamos vivir, y se fue a otra habitaci¨®n, creo que a llorar, sin esperar el final de mi respuesta. Una respuesta que cabalmente no hubiera llegado nunca, porque no estaba en ra¨ª, porque yo no pod¨ªa captar la intencionalidad de sus palabras. Ya s¨¦ que es dif¨ªcil vivir as¨ª. Per, bueno, uno hace lo posible.
La comunicaci¨®n con la familia a la que pertenezco casi ha desaparecido en los ¨²ltimos tiempos. Me excluyen. Sus habitaciones, ahora, est¨¢n lejos de la m¨ªa, donde comparto un espacio con la presencia ineludible. Si el azar nos re¨²ne, al verme llegar cambian de tema, no me consideran apto para sus conversaciones, nimbadas de una supuesta normalidad. Aunque esto pueda molestarme un poco, no puedo prestarles la atenci¨®n que se merecen ni reaccionar de acuerdo con mis sentimientos: estoy siempre muy ocupado en mis asuntos; mejor dicho, en este del animal, que debo resolver porque no hay otra salida.
Ellos exigen pruebas. Precisamente es esta necia actitud lo que impide presentir la existencia de esa cosa paralela que nos vulnera, d¨ªa a d¨ªa. Yo no puedo darlas. En ese sentido, estoy tan desvalido como el animal que cohabita nuestra casa. Las pocas veces que hago referencias al asunto eluden la conversaci¨®n, no me responden, ni siquiera me miran a la cara, bajan los ojos como avergonzados o entristecidos. Ni siquiera el saber que mi b¨²squeda es por el bien de todos provoca en ellos, una actitud comprensiva. Son indiferentes, van a las fiestas, dejan la casa sola, proyectan vacaciones, hablan de los est¨²pidos sucesos de la, vida cotidiana, de las noticias intrascendentes y reiterativas que aparecen en los peri¨®dicos. Del animal, nada. Nunca.
S¨¦ que en el fondo este asunto no ha vulnerado sustancialmente nuestras relaciones. Durante los per¨ªodos en que me callo y quedo quieto para aplacar las posibles iras del habitante, ellos hablan normalmente conmigo, me cuentan sus cosas, c¨®mo anda todo por ah¨ª. Y esto bastar¨ªa para convertirme en el simple hombre satisfecho si no fuera por esa presencia oculta entre nosotros.
MOVIMIENTOS TORPES
A veces me siento fatigado. Los a?os pasan y este asunto contin¨²a sin variantes. Pero hay una esperanza: el animal envejece y se pone cada vez m¨¢s torpe. Sus movimientos ya no son aptos para sus designios. Esta inevitable alteraci¨®n f¨ªsica puede resultar definitivamente ¨²til para m¨ª. Una noche cualquiera no podr¨¢ desplazarse con la rapidez de siempre cuando sienta que abro la puerta de la casa. Entonces no tendr¨¢ otra opci¨®n que esperar, indefenso, el sacrificio o la conmiseraci¨®n cuando yo encienda la luz que me revele su forma. Cerrar¨¢, los ojos por no poder soportar mi monstruosidad y esperar¨¢ cualquier cosa, cansado de todo. Tratar¨¢ de disimular su aspecto, presintiendo que la normalidad en que ¨¦l se piensa ser¨¢ horrible para m¨ª. El temblor que el miedo pondr¨¢ en ¨¦l restar¨¢ grandeza a su ferocidad agotada. Y estirar¨¢ el cuello hacia el filo del cuchillo.
Pero no lo matar¨¦. Nunca ha sido ¨¦se mi prop¨®sito. Cuando pueda verlo, lo primero que har¨¦ ser¨¢ tocarlo. Percibir su calor. O¨ªr su respiraci¨®n. Acercar¨¦ lentamente mis dedos hacia el ¨¢mbito creado por su cabeza misteriosa, los ir¨¦ estirando poco a poco, y entonces, por fin, en la revelaci¨®n t¨¢ctil de su cuerpo, sentir¨¦ la plenitud de su existencia y de la m¨ªa.
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