Hambre y nacionalizaciones
El escritor Mario Vargas Llosa ha comenzado una campa?a contra las nacionalizaciones en su pa¨ªs que supera en vehemencia a la de los banqueros y empresarios que le apoyan. Dice Vargas Llosa que las nacionalizaciones llevan al comunismo como el humo al fuego. Y dice, para coger resuello te¨®rico, que la izquierda deber¨ªa de aprender del socialismo espa?ol, que, en un alarde de astucia y prudencia, ha evitado meter las manos en las peligrosas nacionalizaciones.Yo no s¨¦ qu¨¦ es, t¨¦cnicamente, una nacionalizaci¨®n, sino en su concepto m¨¢s vulgar. Ignoro sus mecanismos y los procesos por los que ha de pasar. Pero supongo qu¨¦ Vargas Llosa no sabr¨¢ mucho m¨¢s, a no ser que los banqueros y empresarios le hayan dado lecciones aceleradas, o fuera ya ¨¦l, desde hace tiempo, banquero o empresario, cosa que ignoro tambi¨¦n. De cualquier forma, ¨¦sta no es una objeci¨®n tan fatal como para que uno se calle. Tampoco Reagan sabe mucho de nada y, sin embargo, no suelen acusarle de ignorante aquellos tan exigentes. Adem¨¢s, si todo el mundo es experto en cuestiones que ata?en a la vida cotidiana, todos somos expertos en hambre, corrupci¨®n, dominio de unos sobre otros y padecimientos m¨²ltiples. Finalmente, siempre est¨¢ la historia y los hechos que ella nos muestra para comprobar si una nacionalizaci¨®n engendra comunismo y pobreza o si la no nacionalizaci¨®n trae consigo libertad, progreso y satisfacci¨®n de las necesidades (que en Per¨², como en Espa?a, no son pocas) de la gente. Y en este punto no creo que ning¨²n Vargas Llosa tenga m¨¢s argumentos que los de su contrario: si las nacionalizaciones llevan al (?) comunismo, el capitalismo de no pocos pa¨ªses mantiene al pueblo en la pobreza cuando no la exporta. Cierto que Vargas Llosa puede decir que hay capitalismos mejores y que la democracia necesita tiempo. Lo mismo que decimos otros muchos: s¨®lo que en sentido contrario.
Todo ello nos lleva al problema que est¨¢ en el fondo del asunto. Y ese problema es, por encima del todo, el del hambre. Por encima a¨²n de la libertad que dice defender Vargas Llosa. No creo que igualdad y libertad sean incompatibles a pesar de los abundantes y respetabil¨ªsimos pensadores que opinan al rev¨¦s. El mismo sir I. Berlin, el fil¨®sofo ingl¨¦s, ve¨ªa en el intento por conjugar ambos conceptos una de las causas del dogmatismo. Precisamente porque algunos creemos que hay que buscar machaconamente su armon¨ªa, no sancionamos ni el Per¨² de Vargas Llosa ni otros pa¨ªses en los que el Estado es el patr¨®n. Pero si, como el burro de Burid¨¢n, nos obligaran a escoger, dudar¨ªamos mucho. M¨¢s a¨²n, pensar¨ªamos que habr¨ªa que partir, antes de nada, de la situaci¨®n en la que ese pa¨ªs se encuentra. Y, si por casualidad, ese pa¨ªs es un pa¨ªs mayoritariamente hambriento, tocar¨ªamos madera antes de decir que es m¨¢s importante poder publicar un libro que eliminar el hambre de ni?os y adultos.
Porque el hambre, mayoritariamente, est¨¢ ah¨ª. Antes de la cruzada de Vargas Llosa era mi intenci¨®n escribir algo al respecto. Su defensa de las antinacionalizaciones lo ha precipitado. No es mi intenci¨®n aguar la fiesta a nadie hablando de hambre. Recuerdo, en mi adolescencia, un serm¨®n dominical sobre el infierno en pleno verano. El cura nos dec¨ªa que si hablaba aquella ma?ana soleada del infierno era porque tanto sol presagiaba pecado. Todo sonaba a falso. Era como un susto m¨¢s para apartar del camino que para iniciar otro mejor. Todav¨ªa m¨¢s, proviniendo de un pa¨ªs en donde el culto a la comida es verdaderamente religioso, parecer¨ªa un sarcasmo sacar los trapos sucios a los que comen bien.
Pero, a pesar del cura y del pa¨ªs, la cuesti¨®n est¨¢ en el hambre. Es una cuesti¨®n central sobre la que deber¨ªa de girar nuestra concepci¨®n pol¨ªtica del mundo. Los que tenemos grandes reservas biol¨®gicas, los que se dedican a olvidar sus desdichas y sus fracasos literarios, pol¨ªticos, o amorosos, todos deber¨ªamos de tener mucho m¨¢s cuidado al usar nociones universales como justicia o libertad: el hecho de que el hambre sea protagonista en el mundo es nuestro fracaso radical. Por no hablar de la rehabilitada idea de cultura occidental a la cual se la quiere volver a coronar como reina en un mundo de miserables.
No hay nada de original en lo dicho. S¨¦ que hay historias del hambre, geograf¨ªas del hambre y que existen varios organismos dispuestos a que se resuelva o, al menos, se mitigue el hambre mundial. Todo ello, a la vista de los resultados, para poco sirve. Cuando, en realidad, no tendr¨ªa que ser tan dif¨ªcil. dif¨ªcil es,sin duda, el quererlo. Tan dif¨ªcil como a aquella asamblea de ricos reunidos que deseaba ser pobre. S¨®lo necesitaban despojairse de lo que ten¨ªan.
La ?dea de tener hambre es, por s¨ª misma, profundamente humana. Feuerbach dec¨ªa que el hombre es lo que come (jugando con las palabras alemanas ist e isst). Unamuno hizo del hambre una gran met¨¢fora que abarcara tanto al cuerpo como al esp¨ªritu. Y un c¨ªnico lleg¨® a decir que "el amor lo hace cesar el hambre". El invicto amor caer¨ªa, tambi¨¦n, derrotado ante el hambre. ?sta, como el tiempo, todo lo pueden. El hambre, por tanto, lo invadir¨ªa todo y ser¨ªa una excelente explicaci¨®n de lo que nos sucede. No en un sentido estricto de explicaci¨®n, sino como hilo que nos conducir¨ªa a lo m¨¢s normal y a lo m¨¢s extra?o de nuestro proceder.
Pero interesa m¨¢s resaltar aqu¨ª la idea de pasar hambre. Y esto, como condici¨®n elemental, como absurdo incomprensible, como reacci¨®n visceral de cualquiera que no haya perdido el sentido, como dato primario del que no se puede pasar. Es m¨¢s que probable que todos hayamos pensado alguna vez en su terror, pero es m¨¢s que probable que lo hayamos olvidado inmediatamente o en el preciso instante de su aplicaci¨®n.
El hambre, as¨ª, es un gran argumento. Un argumento decisivo contra la confianza que pueda tener uno en la humanidad. M¨¢s a¨²n, es un argumento que rdiculiza a aquellos que hablan de derechos que se quieren para todo el mundo, pero que pocos los disfrutan. Mientras no s¨®lo haya hambre, sino que se pase hambre, se muera de hambre y se muera abundantemente de hambre, todo lo dem¨¢s suena a risa, a absurdo, a cuento chino. Si en un mundo que se puede permitir so?ar y acariciar la utop¨ªa terrestre no es posible evitar que la mayor¨ªa de la humanidad padezca, de una forma mortal o de una forma cruel, hambre, nuestras ideas pol¨ªticas se aproximan a. la mentira. Poco habr¨¢ que creer de lo que salga de nuestros labios.
No hay argumento m¨¢s fuerte que el del hambre. Ni siquiera Ha guerra muestra tanta perversidad. En ella siempre distinguiremos aspectos l¨²dicos, de superaci¨®n o cosas, semejantes en medio de su siniestra realidad. En el hambre, en la dejaci¨®n o complicidad activa para que otros mueran, s¨®lo encontramos cobard¨ªa. Este argumento, por tanto, es suficiente para reducir a cero a otros que bien se quieren m¨¢s fuertes o que intentar¨ªan refutarlo.
De lo dicho se sigue, entre otras cosas, que deber¨ªamos socratizar nuestro pensamiento pol¨ªtico: no entendemos casi nada, la confusi¨®n se viste de claridad, los esquemas que quieren abarcarlo todo son los primeros que habr¨ªa que destruir, etc¨¦tera. Se sigue tambi¨¦n la necesidad de una cierta sencillez que coloque ante los ojos estos hechos y no sublimaciones ego¨ªstas. Por eso la discusi¨®n sobre las nacionalizaciones suena a m¨²sica celestial, a nada que tenga que ver con lo que m¨¢s importa en Per¨², resto del mundo y en buena parte a Espa?a: con el hambre. Cualquier golpe de tim¨®n intelectual, cualquier dramatizaci¨®n pol¨ªtica, cualquier aspavimiento moderno o posmoderno choca con el hambre y nuestra, capacidad para resolverlo.
Me parece espl¨¦ndido que
Vargas Llosa defienda lo que a ¨¦l le parece correcto. Me parecer¨ªa mucho mejor que, en plena, consecuencia, no s¨®lo gritara contra el hambre, sino que pusiera el grito en el cielo y los medios en la tierra para resolverlo.
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