Hace tiempo

que la lectura de sus editoriales me produce un ¨¦xtasis intelectual que suele transformarse en un irresistible deseo de coger papel y l¨¢piz para decirles unas cuantas cosas. En esta ocasi¨®n no he podido resistirme. Hace varios d¨ªas sentaron ustedes c¨¢tedra con un editorial sobre la esquizofr¨¦nica guerra de las banderas en el Pa¨ªs Vasco, cuyo contenido elev¨® el list¨®n de la iluminaci¨®n propia de sus opiniones a la categor¨ªa de lo patol¨®gico. Tras criticar a tirios y troyanos, nos dejaron ustedes con las ganas, una vez m¨¢s, de disfrutar del conocimiento de la verdad que, al parecer, s¨®lo su peri¨®dico posee, pero que nos niegan con insana recurrencia. ?Por qu¨¦ no nos dicen qu¨¦ hubieran hecho ustedes en cuesti¨®n tan esperp¨¦ntica? ?C¨®mo es posible criticar las tres posturas posibles sin aportar ninguna otra?La arrogancia de sus editoriales se est¨¢ convirtiendo en un aut¨¦ntico pontificado que pasar¨¢ a la historia como una de las m¨¢s impresionantes labores de revelaci¨®n sobrenatural que, por supuesto, nada revela. Ya quisieran las enc¨ªclicas papales participar, siquiera en parte, de su demagogia. Cr¨¦anme que, a mi edad, s¨®lo me restan dos deseos en esta vida: que ustedes lleguen (por fin) al palacio de la Moncloa y que yo sea el editorialista del diario de mayor tirada nacional. Prep¨¢rense para cuando llegue el momento. Mientras tanto, publiquen esta carta y habr¨¢n dado otro paso m¨¢s en el camino hacia el div¨¢n.-

Madrid.