?El fin de una ¨¦poca?
El 21 de noviembre, Maxim Litvinov, quien hab¨ªa sido comisario para Asuntos Exteriores de la URSS y principal instrumento de la pol¨ªtica de Stalin de acercamiento a las democracias occidentales durante la era de la Sociedad de Naciones, se acerca al embajador americano Harriman durante un entreacto de una ¨®pera en el Bolshoi y le comunica en tono de profunda depresi¨®n su juicio sobre las relaciones entre su pa¨ªs y el mundo capitalista. "?Usted es, pues", concreta el americano, "extremadamente pesimista?". "Sinceramente, s¨ª". Meses antes, en mayo, Litvinov hab¨ªa dicho al predecesor de Harriman, el general Bedell Smith: "Lo m¨¢s a lo que podemos aspirar desde ahora es a una larga tregua armada".A estas confesiones desesperanzadas hab¨ªa precedido el discurso de Stalin, en la misma sala del Bolshoi, en febrero de aquel a?o cr¨ªtico. El general¨ªsimo hab¨ªa archivado los temas de la patria com¨²n rusa, que englobaba a todos, y los de la comprensi¨®n hacia los aliados de la guerra, y hab¨ªa presentado los intereses rusos con los de Estados Unidos y, sobre todo, con los del Reino Unido como dif¨ªcilmente conciliables. Una respuesta desde casi un antagonismo total la de Churchill en Fulton el 5 de marzo.
Desde entonces se desarrolla un horizonte de hostilidad potencial y muchas veces real por todos los medios, salvo el conflicto b¨¦lico. Ha habido, como se va sabiendo, momentos en que la voluntad de tregua, es decir, de evitar la cat¨¢strofe b¨¦lica nuclear, ha estado en m¨¢ximo peligro de ser arrollada por la mec¨¢nica del enfrentamiento y por el mismo juego de los mecanismos de la mutua disuasi¨®n. McNamara recuerda varios en los siete a?os en que fue secretario de Defensa de Estados Unidos y los enumera en un reciente libro en que resume su aportaci¨®n anal¨ªtica al debate estrat¨¦gico (Blundering into disaster, Nueva York, 1986): Berl¨ªn, agosto de 1961; Cuba, octubre de 1962; Pr¨®ximo Oriente, junio de 1967...
?El acuerdo en principio alcanzado el viernes sobre las INF significa el comienzo de una nueva ¨¦poca en las relaciones entre los bloques? M¨¢s que una respuesta enf¨¢tica, una orientaci¨®n exige una brev¨ªsima recapitulaci¨®n de los datos estrat¨¦gicos tal y como se vienen desarrollando desde finales de los a?os setenta.
Camino de Reikiavik
Al finalizar la d¨¦cada de los setenta, la doctrina nuclear oficial de la OTAN era la de la respuesta flexible. A una amenaza o agresi¨®n se responder¨ªa con la medida que fuere equivalente y decisiva. Incluso se calculaba la destrucci¨®n (la MAD, la destrucci¨®n mutua asegurada). La respuesta flexible, que sustitu¨ªa a la masiva, respond¨ªa mejor al temor europeo de que el riesgo eventual inconmensurable hiciese vacilar a los americanos ante la eventualidad de someter a sus ciudades a la destrucci¨®n en caso de un conflicto en Europa.
Pero, a lo largo de los setenta, operando en Estados Unidos el s¨ªndrome de Vietnam, los sovi¨¦ticos desarrollan una pol¨ªtica destinada a obtener una superioridad t¨¢ctica y estrat¨¦gica en Europa mediante la instalaci¨®n de INF, en concreto de los SS-20. Esto mueve a los europeos a reclamar una mayor y menos discutible vinculaci¨®n entre el sistema defensivo en Europa y el trasatl¨¢ntico. Los temores enunciados por el canciller Schmidt en su c¨¦lebre conferencia en la Chatham House londinense va a provocar la propuesta americana a la OTAN de desplegar cohetes de alcance intermedio, propuesta vinculada a la oferta de negociaci¨®n para eliminar los eurocohetes de parte y parte, es decir, a la doble decisi¨®n.
El c¨¢lculo sovi¨¦tico hab¨ªa sido de car¨¢cter pol¨ªtico. El temor a la desvinculaci¨®n con el sistema dom¨¦stico icoamericano (es decir, con los cohetes estrat¨¦gicos ICMB) conducir¨ªa a una pol¨ªtica de acomodaci¨®n de los europeos respecto a la pol¨ªtica de la URSS. El resultado ser¨ªa una orientaci¨®n hacia una neutralizaci¨®n, al menos parcial. En todo caso, la respuesta de la OTAN mediante un propio despliegue provocar¨ªa protestas del movimiento pacifista, que alterar¨ªa la relaci¨®n de fuerzas en varios pa¨ªses, en especial en la RFA. C¨¢lculo, como se ha visto, que no se ha confirmado.
La vinculaci¨®n entre los t¨¦rminos del acuerdo (despliegue negociaci¨®n) se mantendr¨ªa ser¨ªa confirmada por la Administraci¨®n de Reagan. De 1982 a 1985, la tensi¨®n entre las de superpotencias fue muy alta. En las dos el pensamiento pol¨ªtico se militariza. Las realidades internacionales son contempladas fundamentalmente desde el enfoque de la supremac¨ªa militar que garantice la supervivencia. El resto de los elemento que definen la situaci¨®n internacional quedan supeditados e objetivo vital.
El grado de integraci¨®n es en este per¨ªodo uno de los m¨¢s bajos desde los a?os sesenta.
En un mundo cultural, pol¨ªtico y a¨²n econ¨®micamente plural, pero en el que las superpotencias poseen un casi monopolio nuclear, la concentraci¨®n casi exclusiva en lo estrat¨¦gico produce una tremenda deperdici¨®n de factores esenciales. Tanto la URSS como Estados Unidos tienen capacidad para decidir lo considerado vital -Ia seguridad-, pero renuncian a te?ir el mundo de sus lecturas e ideales. Pagan su hegemonismo militar con la reducci¨®n de la influencia de sus modelos.
Pero la conciencia creciente de la complejidad se va imponiendo. En la URSS, la admisi¨®n de un parcial retraso tecnol¨®gico y de un inocultable retraso econ¨®mico y cultural conduce a la ascensi¨®n de una visi¨®n tecnocr¨¢tica y modernizadora. En Estados Unidos, a la cura de la frustraci¨®n del Vietnam en la primera Administraci¨®n de Reagan sigue una adaptacion de la llamada revoluci¨®n conservadora a las lecturas del establecimiento tradicional. El resultado de las elecciones de noviembre de 1986 para el Congreso y gobernaciones de los Estados -antes de las revelaciones del Irangate-, la toma de posici¨®n de las Iglesias, el cambio en el tono de la Prensa, son claros s¨ªntomas de que la tradici¨®n liberal e internacionalista americana no hab¨ªa perecido bajo la presi¨®n de la lectura predominantemente estrat¨¦gica.
Ambas potencias est¨¢n seguras de su capacidad en lo decisivo, lo que les permite tratar; ambas est¨¢n preocupadas por el futuro; ninguna de las dos descartan la posibilidad de un conflicto como consecuencia del error o de la liberaci¨®n de fuerzas ciegas durante la crisis. Tales factores conducen a Reikiavik y luego al acuerdo de principio anunciado el viernes.
?Se trata de un cambio decisivo y definitivo respecto a la desconflainza esencial? ?La conciencia de que las responsabilidades en com¨²n tienen m¨¢s peso que las hostilidades residuales se manifiesta inequ¨ªvocamente en el acuerdo de Washington?
El planteamiento militar hab¨ªa marginado al pol¨ªtico. Hab¨ªa, al menos, definido los l¨ªmites del planteamiento general. Una reducci¨®n del 4% del arsenal nuclear, que es lo que representa la eliminaci¨®n de las INF, no cambia sustanc¨ªalmente la situaci¨®n. Salvo que esta reducci¨®n y la de un 50% de las armas intercontinentales, tal y como fue propuesta en Reikiavik, sea s¨ªntoma de que la visi¨®n general de los intereses de los sistemas va prevaleciendo sobre el monopolio de la visi¨®n militar.
Los efectos sobre Europa
Europa occidental se encuentra en la compleja situaci¨®n de necesitar la disuasi¨®n trasatl¨¢ntica y que le sea, a la vez, precisa la distensi¨®n.
El gran tema inmediato que la plantea, la eliminaci¨®n de las INF, es si la operaci¨®n favorece la desvinculaci¨®n del sistema militar en Europa con el dom¨¦stico americano.
La confianza en la vinculaci¨®n nunca ha sido total. Al fin y al cabo, el desarroflo de un sistema de INF hace posible militarmente un conflicto limitado a Europa, todo ello con la cualificaci¨®n de que para la URSS la distinci¨®n entre armas intermedias y estrat¨¦gicas no es muy real, puesto que las primeras son realmente estrat¨¦gicas par ellas, pues todas alcanzan su territorio. Lo esencial para Europa es si la reducci¨®n disminuye la credibilidad del compromiso americano de poner en peligro su propio territorio en el caso de un conflicto inicialmente reducido a Europa. Personalidades tan conocedoras del tema como Kissinger, Nixon o Rodwney, afirman que la credibilidad en la garant¨ªa disminuye. Pero la garant¨ªa americana m¨¢s que de la percepci¨®n depende de la relaci¨®n pol¨ªtica. Que la seguridad europea es esencial a la propia es algo com¨²n y firme en Estados Unidos. El comienzo de un conflicto b¨¦lico es m¨¢s probable que en el Golfo; pero la pugna entre los sistemas sigue teniendo como principal escenario a Europa.
El sistema nuclear americano es m¨¢s flexible que el sovi¨¦tico, menos dependiente del megatonaje basado en tierra. Menos vulnerable. La visi¨®n americana es talasocr¨¢tica; la sovi¨¦tica, continental. Europa occidental necesita una visi¨®n continental, pero su estrategia se basa en un apoyo desde el mar, desde fuera. La ¨²nica estrategia que hace veros¨ªmil su subsistencia f¨ªsica es caso de conflicto.
Pocas palabras m¨¢s. Es evidente que un destino europeo que se encamine a la integracion pol¨ªtica exige a plazo medio un sistema defensivo propio. Pero para que ¨¦ste tenga alg¨²n peso, para que garantice su seguridad y potencie su influencia, es necesario que el techo de armamento de las superpotencias disminuya. En un proceso de armamentismo, como el actual, lo que pudieren gastar los Gobiernos europeos en defensa no ser¨ªa significativo, salvo que disminuyesen los servicios que exige: la estructura y objetivos de sus sociedades (educaci¨®n, cobertura social, sanidad, etc¨¦tera). Para decirlo en t¨¦rminos economicistas la utilidad marginal del esfuerzo militar europeo ser¨ªa insuficiente para proyectar un verdadero peso propio.
Por eso, la reducci¨®n del 4% del arsenal nuclear y la eventual reducci¨®n del 50% de las armas intercontinentales est¨¢ en el sentido de otorgar a Europa un papel menos irreal que el actual.
?Fin de una ¨¦poca, pues? En todo caso, un signo esperanzador de que la seguridad no depende de una carrera armamentista sin l¨ªmites.
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