Sacerdotes, ?casados y c¨¦libes?
El sacerdote, impregnado de entrega, debe representar desprendimiento. Debe ser libre para atarse mejor a la comunidad. Sin preocupaciones familiares y econ¨®micas puede echar sobre s¨ª las cargas de los dem¨¢s... ?stas, entre otras, siguen siendo las razones aducidas en la Iglesia latina para ordenar de presb¨ªteros s¨®lo a quienes est¨¢n dispuestos a permanecer c¨¦libes de por vida. ?Puede darse a este valor un car¨¢cter general en el espacio y el tiempo? ?No podemos estar ante una normativa obsoleta y revisable?En la Biblia, en modo alguno encontramos difamaci¨®n de los c¨¦libes. En el Antiguo Testamento no hab¨ªa c¨¦libes por la sencilla raz¨®n de que no estar casado era se?al de desgracia y oprobio. Por su parte, el Nuevo Testamento enfatiza la vida celibataria en determinados pasajes como signo de que acaba este tiempo del mundo en el que se contrae matrimonio. "En el cielo no se casar¨¢n, ser¨¢n como ¨¢ngeles...".
La vida de Jes¨²s, aparentemente extra?a a los dem¨¢s, no amas¨® una fortuna, no se cas¨® ni tuvo hijos. ?Es paradigm¨¢tica? El que no tuvo mujer ni hijos, es hermano de todos los hombres y otorga la vida a cuantos se acercan a ¨¦l. Jes¨²s llama para seguirle a quienes "se hacen eunucos con miras al reino futuro" (Mt. 19,12). La esterilidad del Antiguo Testamento se convierte en un carisma a los ojos de Pablo, que inculca a sus comunidades el celibato asumido en libertad (1 Cor.7).
As¨ª las cosas, ?hay que seguir plasmando id¨¦nticas exigencias en la vida del sacerdote -disc¨ªpulo de Jes¨²s- en nuestro siglo, con un contexto sociocultural absolutamente dispar? ?Estamos ante un debate de ¨ªndole sobrenatural o ante una cuesti¨®n legal, positiva y modificable? ?C¨®mo defender el celibato sin tener en, cuenta las objeciones al mismo? Tantos desequilibrios psicol¨®gicos en personalidaes sacerdotales, ?no exigen un replanteamiento del tema que nos ocupa? La ley del celibato, por su rigor y absolutismo, ?no est¨¢ causando malestar creciente en sectores clericales?
La virginidad cristiana no es un precepto, sino un llamamiento personal, un carisma otorgado a unos pocos. ?S¨®lo el reino de los cielos puede justificarlo y exclusivamente comprenden este lenguaje aquellos a quienes les es dado?
Historia de la Iglesia
La evoluci¨®n de la disciplina celibataria es complej¨ªsima. Baste indicar que en Padres y Concilios, sobre todo a partir del siglo IV, la doctrina paulina -en ocasiones tergiversada- influye decisivamente en favor del celibato, as¨ª como la existencia del monacato.
El motivo de la continencia cultual (abstenerse del sexo antes de participar en los actos de culto), de importaci¨®n pagana, incide en escritores cristianos como Or¨ªgenes y Siricio. La filosof¨ªa griega marca el pensamiento de san Agust¨ªn, reflejando un talante opuesto al sexo. M¨²ltiples concilios regionales despliegan su esfuerzo para imponer el celibato hasta que los papas del medievo, sobre todo, Gregorio VII, adoptan una norma radical de conducta frente a los contrarios al celibato.
Hist¨®ricamente, la ley del celibato tuvo y tiene motivos econ¨®mico-sociales harto discutibles: temor a que el sacerdote tenga necesidad de trabajar en detrimento de su ministerio, que comprometa el patrimonio eclesial en beneficio de su familia, que escape a la autoridad de sus superiores...
El celibato ha de ser expresi¨®n de desprendimiento, ?y no lo es en muchos casos de larvado ego¨ªsmo? ?No habr¨¢ llegado el momento de revisar la tradici¨®n? Las ingentes secularizaciones de los ¨²ltimos 25 a?os, ?no son se?al inequ¨ªvoca de que debe repensarse la situaci¨®n? El temor vaticano a conceder rescriptos de reducci¨®n al estado laical, adem¨¢s de los graves problemas de conciencia que acarrea, ?no es s¨ªntoma de la inoperante labor ejercida en este tema?
No pocos cl¨¦rigos de vida intachable han salido y otros confiesan llevar una existencia infeliz porque el celibato les resulta intolerable. Algunos compensan su frustraci¨®n con viajes y ocupaciones febriles ajenas al ministerio, amistades equ¨ªvocas, una piedad confusa y neurotizante... Los menos defienden su celibato mediante una inadaptaci¨®n patente y desagradable para la relaci¨®n humana m¨¢s elemental.
Si el desarrollo de la psicolog¨ªa evolutiva propone, sin ambages, el matrimonio para aquellos sacerdotes cuya situaci¨®n no halla salida -con independencia de que se madure la idoneidad de los candidatos-, la reflexi¨®n sobre el problema est¨¢ servida. ?C¨®mo solventar el problema de escasez vocacional si se cierra el di¨¢logo a temas como el del sacerdocio femenino o el de los sacerdotes casados?
Tildar de fr¨ªvolos e infieles a quienes, ordenados un d¨ªa, creen oportuno cambiar de rumbo, incluso por la incapacidad y trastorno psicosocial que la pr¨¢ctica del celibato les supone, no soporta una reflexi¨®n serena.
La experiencia nos dice, hoy como ayer, que tambi¨¦n el sacerdote exige y necesita cari?o de los fieles, e incluso un amor pr¨®ximo y directo. La ejemplificaci¨®n de tantos amores solapados entre cl¨¦rigos y amantes como refleja nuestra espl¨¦ndida novela del siglo XIX (Alas Clar¨ªn, Baroja, Gald¨®s), deber¨ªa ser bot¨®n de muestra para no incurrir en errores pasados.
Frente al estallido de una occidentalizaci¨®n permisiva en materia sexual, el sacerdote puede vivir su celibato o una existencia compartida, con dedicaci¨®n a Dios y los hombres. La realizaci¨®n cristiana no puede, en momento alguno, ser ajena a un progreso e inculturaci¨®n inapelables.
La figura del sacerdote casado no presupone la imagen de una Iglesia deteriorada, contemporizadora o en franco retroceso. Muy al contrario, nos parece la toma de conciencia de que la persona es un valor positivo y no un perjuicio pasajero.
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