El deseo del desarme
Si Gorbachov contin¨²a con sus invitaciones al desarme y encima se porta bien en Polonia o Checoslovaquia en los pr¨®ximos cinco a?os, ser¨¢ un desastre para la OTAN". La frase, de un funcionario de la OTAN, refleja la incertidumbre que reina en el seno de la Alianza Atl¨¢ntica ante lo que est¨¢ ocurriendo en las relaciones Este-Oeste y en las relaciones entre los propios aliados occidentales. Las ¨¦pocas de distensi¨®n siempre han sido malas para la cohesi¨®n de la OTAN, una organizaci¨®n ¨²nica en su g¨¦nero y que pronto va a cumplir sus 40 a?os de existencia. La OTAN necesita para sobrevivir que los que la integran compartan el sentido de la amenaza y busquen medios en com¨²n para hacerle frente.?Qu¨¦ ha pasado? Sencillamente, que EE UU y la URSS, una vez m¨¢s por encima de las cabezas de los europeos, se est¨¢n poniendo de acuerdo en algunas medidas de control de armamentos o, por vez primera en la era at¨®mica, de desarme. No es que el anunciado acuerdo entre Washington y Mosc¨² para la supresi¨®n de los euromisiles sea bueno o malo -hay opiniones para todos los gustos-, sino de que es un acuerdo de las superpotencias en el que los europeos han tenido poco que decir, salvo aceptarlo con la boca peque?a.
La situaci¨®n que se ha creado puede proporcionar una oportunidad para avanzar en la integraci¨®n europea, al menos occidental. De otro modo, los europeos, como recordaba el diario franc¨¦s Le Monde, pueden despertarse ma?ana y aparecer s¨®lo como enanos entre los gigantes. No obstante, el peso que ha tenido Europa Occidental en este acuerdo de desarme deja mucho que desear. Los europeos desean un desarme. Pero no saben cu¨¢l. Desean unas mejores relaciones con el Este. Pero no saben en qu¨¦ sentido. Si el deseo es la presencia de la ausencia de una realidad, como Alexandre Kej¨¦ve parafraseaba a Hegel, Europa Occidental no sabe lo que desea. Pero siente que desea algo.
La Alianza Atl¨¢ntica ha sido una organizaci¨®n de defensa que se ha basado hasta ahora en el elemento de disuasi¨®n de las armas nucleares norteamericanas. Ahora vive una etapa m¨¢s en la crisis permanente de confianza, que durante varios a?os han toreado los aliados, en la garant¨ªa nuclear norteamericana. Pues la cuesti¨®n fundamental es -o era- si, en caso de guerra, EE UU estar¨ªa dispuesto a sacrificar Nueva York por defender a Hamburgo.
Evidentemente, desde hace algunos a?os -Henry Kissinger fue de los primeros que lo dijeron-, EE UU ya no est¨¢ dispuesto a esto. Por ello eran importantes los euromisiles. Para establecer el eslab¨®n entre la disuasi¨®n central norteamericana y la disuasi¨®n ampliada a Europa.
LAS PREOCUPACIONES DE SCHMIDT
Cuando en 1977 el entonces canciller de la Rep¨²blica Federal de Alemania, Helmut Schmidt, pronunci¨® su famoso discurso que, se dice, dio origen a la decisi¨®n de la OTAN de desplegar nuevos misiles, el dirigente socialdem¨®crata no estaba en realidad pidiendo tal despliegue, sino expresando su preocupaci¨®n sobre las negociaciones SALT sobre armamento estrat¨¦gico: "Unos techos en armamentos estrat¨¦gicos limitados a Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica menoscabar¨¢n inevitablemente la seguridad de los miembros europeos de la Alianza frente a la superioridad militar sovi¨¦tica en Europa si no logramos eliminar las disparidades del poder¨ªo militar en Europa de un modo paralelo a las negociaciones SALT".
La Administraci¨®n de Carter lleg¨® a estudiar la posibilidad de hacer frente a estas preocupaciones en un nuevo foro de negociaciones Este-Oeste, pero Francia y otros pa¨ªses rechazaron la idea. As¨ª se abri¨® el camino -a lo que ayud¨® el desarrollo tecnol¨®gico para los misiles de crucero y los Pershing 2- para la doble decisi¨®n de compensar el desequilibrio mediante despliegues y ofrecer a la vez una negociaci¨®n a la URSS.
Algunos pensamos en su ¨¦poca que los euromisiles, capaces de alcanzar el territorio sovi¨¦tico, planteaban una crisis de Cuba al rev¨¦s, y aumentaban la posibilidad de que una guerra nuclear quedara limitada a Europa. Estaban basados en tierra, y el factor territorial en estos asuntos tiene un fuerte componente psicopol¨ªtico del que carecen las armas basadas en el mar o en el aire. La relaci¨®n entre lo pol¨ªtico y lo militar es central para la disuasi¨®n que act¨²a, muy principalmente, sobre la percepci¨®n del adversario. Los cohetes que desaparezcan se pueden reemplazar -como parece que as¨ª va a ser- por otros basados en el mar o a bordo del aire. No tendr¨¢n el mismo impacto pol¨ªtico.
Para el secretario general de la OTAN, lord Carrington, la verdadera garant¨ªa de la vinculaci¨®n de Estados Unidos a Europa est¨¢ en los 350.000 soldados norteamericanos que hay en el Viejo Continente, y que no act¨²an as¨ª sino como rehenes. ?Pero cu¨¢nto tiempo se va a poder mantener esta situaci¨®n?
Hay tendencias que apuntan hacia un nuevo aislacionismo en Estados Unidos. Cuando Reagan entr¨® el viernes de la semana pasada en la sala de conferencias de Prensa de la Casa Blanca para anunciar el hist¨®rico acuerdo de principio sobre los euromisiles, los periodistas norteamericanos se tiraron, verbalmente, sobre ¨¦l. Las preguntas llovieron, no sobre el gran triunfo, sino sobre el soldado norteamericano que la v¨ªspera hab¨ªa sido herido por fuerzas sovi¨¦ticas en la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana. El sentido de la historia qued¨® trastrocado.
Seguramente EE UU no abandonar¨¢ militarmante a Europa en los pr¨®ximos 10 o 20 a?os, pero al final lo har¨¢. Junto a la tradici¨®n aislacionista, siempre fuerte, est¨¢n los problemas presupuestarios de Estados Unidos. ?Va a poder el pa¨ªs con la mayor deuda p¨²blica del mundo seguir liderando una Alianza con cuyos miembros, adem¨¢s, es cada vez m¨¢s fuerte la competencia comercial? Algunos ven en el acuerdo sobre los euromisiles "el caballo de Troya para la retirada norteamericana del suelo europeo". Y esto preocupa sumamente a los muchos de los Gobiernos de Europa Occidental. Pues, por el momento, Europa Occidental no tiene alternativa a la defensa basada en el poder¨ªo norteamericano, como reconoce incluso el presidente franc¨¦s, Fran?ois Mitterrand.
IRRITACI?N EUROPEA
No puede ser una casualidad que, en este contexto, el presidente del Gobierno espa?ol, Felipe Gonz¨¢lez, haya cambiado el tono de su discurso y afirme ahora que no hay que hablar de c¨®mo se marchan las fuerzas norteamericanas de Europa, sino de c¨®mo se quedan. Europa limita su irritaci¨®n frente a Washington para no enviar se?ales equivocadas al pueblo y al Congreso norteamericanos.
La gota que estuvo a punto de desbordar el vaso de las dudas europeas fue la cumbre de Reikiavik, en octubre de 1986, entre Ronald Reagan y Mijail Gorbachov. Los aliados de Washington se quedaron consternados de que Reagan estuviera a punto de llegar con Gorbachov a un acuerdo que hubiera sido hist¨®rico: la eliminaci¨®n de todas las armas nucleares bal¨ªsticas para 1996. Esto hubiera significado trastrocar todo el sistema de defensa occidental de arriba abajo, y Reagan dio tan gigantesco paso sin haber consultado a sus aliados. Las dudas que sembr¨® esta actitud en las capitales europeas a¨²n no se han acallado.
El acuerdo, a¨²n de principio, sobre los euromisiles es una prueba de que en Reikiavik, en contra de lo que pareci¨® en un primer momento, s¨ª se avanz¨® hacia una nueva era que muchos europeos no desean. Por ello tuvo que correr Margaret Thatcher a Camp David y convencerle a Reagan de que hiciera marcha atr¨¢s a este respecto. Reagan, desde entonces, se ha quedado s¨®lo con el objetivo de reducir en un 50% las fuerzas nucleares estrat¨¦gicas bal¨ªsticas. Y hacia ello, al parecer, se avanza con la URSS, con el tel¨®n de fondo de qu¨¦ ocurrir¨¢ con la Iniciativa de Defensa Estrat¨¦gica. Y este ser¨ªa un paso ya sumamente importante. Despu¨¦s de todo los misiles de alcance intermedio que van a desaparecer, s¨®lo representan un 4% del poder¨ªo nuclear de las superpotencias. Lo que est¨¢ ocurriendo en torno a los euromisiles es tan importante como la desaparici¨®n en s¨ª de estos cohetes.
De repente, han vuelto a resurgir con fuerza las declaraciones gubernamentales en Par¨ªs y Londres de que no renunciar¨ªan nunca a su armamento nuclear nacional y de que lo modernizar¨¢n. El Reino Unido no quiere volver a quedarse solo, como se qued¨® en 1940.
Reikiavik puso en marcha toda una serie de movimientos de acercamiento entre los europeos occidentales. Par¨ªs y Londres han comenzado a hablar de colaborar en el terreno nuclear. Francia y la RFA hacen avanzar ideas de una brigada franco-alemana o de un Consejo de Seguridad Militar com¨²n, en la que el Gobierno espa?ol se muestra interesado. La UEO (Uni¨®n Europea Occidental), que renaci¨® con ocasi¨®n del despliegue de los euromisiles, parece ahora cobrar una mayor importancia. No obstante, una vez m¨¢s, los europeos desear¨ªan crear su propio pilar en la Alianza, pero sin enviar una se?al err¨®nea a Washington. Al no saber, no poder o no querer ir demasiado lejos, puede esta ser una ocasi¨®n perdida para Europa.
Si en la OTAN hay cierto movimiento, tambi¨¦n los aliados defienden a rajatabla los principios que les han unido en las ¨²ltimos a?os: la doctrina de la escalada flexible y la dependencia en las armas nucleares para compensar la supuesta inferioridad en armas convencionales frente al Pacto de Varsovia. Al menos a medio plazo seguir¨¢n las armas nucleares, si no se encuentra un sustituto para ellas. En Europa, a pesar de la desaparici¨®n de los euromisiles, la OTAN dispondr¨¢ de 4.600 cabezas nucleares, adem¨¢s de otras 400 que le est¨¢n asignadas de los misiles a bordo de submarinos norteamericanos, y se habla de introducir otras nuevas o modernizar las existentes, a lo que hay que sumar las reducidas fuerzas francesas y brit¨¢nicas a los miles de cabezas nucleares estrat¨¦gicas que conserva EE UU, por una parte, y el poder¨ªo nuclear sovi¨¦tico, por otra.
Quiz¨¢ sea hora de que la OTAN se ponga a pensar en un cambio. "Los medios militares deben tener objetivos pol¨ªticos, y si el entorno pol¨ªtico cambia, la estrategia tambi¨¦n ha de cambiar", declara el experto brit¨¢nico Lawrence Freedman. La opini¨®n p¨²blica europea es cada vez m¨¢s contraria a un sistema de seguridad que implica el suicidio en caso de que fracaso la disuasi¨®n. Los aliados europeos de Estados Unidos no saben, sin embargo, a qu¨¦ mundo les gustar¨ªa aspirar. Europa Occidental tiene miedo.
Es indudable que el teatro europeo sigue siendo central. No tanto porque la guerra pueda empezar en ¨¦l como por que pueda terminar aqu¨ª. En Europa, sobre todo en el frente central, se da la mayor concentraci¨®n de armamentos del mundo.
"En ninguna parte est¨¢, como Europa, la amenaza al Occidente tan articulada por la presencia de grandes fuerzas militares organizadas. En ninguna parte es el v¨ªnculo entre el conflicto local y el general tan inmediato", se?ala el alem¨¢n Cristoph Bertram en Foreign Affairs.
Europa teme todo. Teme el cambio. Teme una reunificaci¨®n alemana. Teme una hegemon¨ªa sovi¨¦tica. Teme que los norteamericanos se vayan. Tiene miedo a tener miedo y parecer tenerse miedo a s¨ª misma. Cuando las superpotencias se entienden, Europa se enfada porque queda al margen de las grandes decisiones. Cuando las superpotencias no hablan, se queja, pues tampoco le dejan hablar a ella, aunque sea con muchas voces. Cuando las superpotencias se enfrentan, teme verse implicada en un conflicto que no inici¨®. Y ante Gorbachov, no sabe muy bien qu¨¦ hacer. Gorbachov est¨¢ desconcertando a¨²n m¨¢s a los europeo, que a EE UU. Hace unos meses, seg¨²n indican fuentes de la OTAN, el Comit¨¦ Pol¨ªtico de la OTAN estudi¨® el efecto Gorbachov y su credibilidad. Quienes mas duros se mostraron hacia el l¨ªder del Kremlin y la pol¨ªtica que preconiza ni fue Estados Unidos, sino algunos europeos, los franceses a la cabeza.
Todo este desarme ha sido de cara a la opini¨®n p¨²blica, como de cara a la opini¨®n p¨²blica fue la OTAN la que propuso en 1981 la opci¨®n cero -creyendo que la URSS nunca lo aceptar¨ªa-, y la opini¨®n p¨²blica la que ha forzado a Gobiernos como el brit¨¢nico, el franc¨¦s o el de la RFA a no poder rechazar la supresi¨®n de los euromisiles que ellos mismos propusieron. Resultan curiosas las reacciones cabizbajas y cautas, ante ¨¦ste primer acuerdo de desarme, de los Gobiernos europeos occidentales, con alguna excepci¨®n como la del espa?ol.
Curioso tambi¨¦n que la OTAN no haya hablado casi de que ha logrado que la URSS acepte la opci¨®n cero cuando Occidente ha negociado desde una posici¨®n de fuerza: una vez comenzado el despliegue de los euromisiles, con un Reagan aferrado a la SDI, y cuando la OTAN y EE UU han mejorado sus sistemas militares.
AVANZAR HACIA UN CONSENSO
La OTAN y los europeos deber¨ªan avanzar hacia un consenso. Establecer una pol¨ªtica de seguridad m¨¢s coherente y de mejor aceptaci¨®n entre la opini¨®n p¨²blica. Y lograr una coherencia entre la pol¨ªtica de defensa y la pol¨ªtica de control de armamentos. Pues el desarme en s¨ª no garantiza una mayor seguridad, como tampoco lo garantiza el rearme en s¨ª. La seguridad debe ser, sobre todo, pol¨ªtica, y a ella deber¨ªa adaptarse su, muy fundamental, dimensi¨®n militar. Y quiz¨¢s habr¨ªa que tratar lo convencional como lo nuclear y hablar tanto de una disuasi¨®n convencional como de la nuclear.
Los europeos occidentales deben ahora intentar reconstruir el consenso sobre defensa que se rompi¨® a ra¨ªz del despliegue de los euromisiles, y acercar los partidos en el Gobierno a las posturas de la izquierda socialista en la oposici¨®n. Ya no se podr¨¢ volver a los cauces tradicionales. La saga de los euromisiles ha producido un trauma. Y el consenso s¨®lo se podr¨¢ restablecer a la luz de lo que est¨¢ ocurriendo en la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Quiz¨¢s el funcionario de la OTAN que cit¨¢bamos al principio tenga raz¨®n.
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