Recuerdo de la revista
Todo est¨¢ en Esperanza Roy. En ella y en unas m¨²sicas de lo que fue la revista, que a¨²n conservan un sabor de ¨¦poca, de Chueca a Moraleda, insistentemente madrile?ista en esta selecci¨®n, aunque no falten los n¨²meros llamados ex¨®ticos.Esperanza Roy es muy buena actriz, lo que da a su actuaci¨®n de vedette un fondo sabio, una iron¨ªa junto al desparpajo, una manera de ser y de estar que dif¨ªcilmente ten¨ªan las originales: es una actriz que representa a una vedette, y esta condici¨®n es muy arreciada en nuestro tiempo, y hay todo un tejido teatral que se hace doblando lo antiguo, tomando de ellos unos valores de base y a?adi¨¦ndoles como su propia cr¨ªtica desde dentro.
Un sistema que vale o no vale, seg¨²n se haga -y para qu¨¦-; y Esperanza Roy vale. Todo lo que la rodea est¨¢ hecho para ella, y tiene un valor porque ella se lo da. Tiene su p¨²blico, sus fan¨¢ticos; gozan desde que aparece, se derriten con sus frases y sus gestos. Es tambi¨¦n muy de nuestro tiempo la adoraci¨®n a la vedette a partir de cierta ambig¨¹edad; desde fuera del atractivo er¨®tico -no como antes-, desde grupos muy amplios: son ellos los que arrancan los aplausos y las ovaciones que los dem¨¢s siguen con entusiasmo. Y entre los talentos esc¨¦nicos de Esperanza est¨¢ el de suscitar esa ambig¨¹edad.
Por la calle de Alcal¨¢ 2
Libreto de Juan Jos¨¦ de Arteche y ?rgel F. Montesinos. M¨²sica de varios autores arreglada y dirigida por Manuel Alfaro. Int¨¦rpretes: Esperanza Roy, Rosa Valenti, Mar¨ªa Rus, Paco Cecilio, Emina Ozores, Luis Perezagua, Paco Racionero y Fernando Valverde y otros. Figurines de Jos¨¦ Ram¨®n de Aguirre. Decorados de Rafael Redondo. Coreograf¨ªa de Alberto Portillo. Director: ?ngel F. Montesinos. Teatro Alc¨¢zar. 23 de septiembre.
Chicas se?oritas
Est¨¢ todo el ornato caracter¨ªstico, y tambi¨¦n doubl¨¦, como se dec¨ªa en la ¨¦poca: las luces, los oros, las plumas. Entran en el mismo juego. Las chicas son ahora se?oritas de cuerpo de baile, altas, bonitas, coreografiadas -por Alberto Portillo, que es un experto en este sentido-; son decentes, m¨¢s vestidas que en las calles -no digamos en las playas- del verano. No incitan, no favorecen el pecado -y hacen bien, porque ya no hay pecados-. Se podr¨¢ decir lo mismo de los boys por quienes pongan m¨¢s inter¨¦s en ello.Insistiendo en el doubl¨¦, sobre todo ello se superpone la megafon¨ªa, la t¨¦cnica del sonido. Apenas hay voces en directo, como no hay orquesta: un largo playback, que no siempre suena como debe, y que falsifica las voces.
Esto es una p¨¦rdida considerable: la actuaci¨®n en directo y sin micr¨®fono -como se hac¨ªa, en ese mismo teatro y con la misma ac¨²stica, en la gran ¨¦poca- tiene sus emociones en la revista y en el teatro en general. Es una de las ¨²ltimas defensas del teatro: que cada frase tenga un valor ¨²nico, y no se mecanice como las artes de repetici¨®n que contin¨²an al teatro.
Esta forma recuerda un poco los espect¨¢culos de travestidos que miman lo que cantan otros: y estoy dispuesto a reconocer que ese sonido o esa reminiscencia pueda tener para muchos el mismo morbo de la falsificaci¨®n o de la imitaci¨®n.
El libreto, de Arteche y Montesinos, tiene los fallos de siempre en la revista -tiempos rellenos para cambios de trajes o de escenarios-, y tambi¨¦n es as¨¦ptico, sin la vieja sicalipsis.
Demasiado largos, demasiado vac¨ªos a veces; pero hay que aceptar su ¨¦xito -con la imitaci¨®n del follet¨ªn de radio hab¨ªa gente que literalmente se retorc¨ªa de risa- y el trabajo consuetudinario de los actores: Mar¨ªa Rus y Paco Cecilio en la cabecera.
?ngel F. Montesinos ha hecho un trabajo minucioso; aunque no fuera m¨¢s que la ordenaci¨®n y el ritmo, la construcci¨®n del r¨¢pido rompecabezas, ser¨ªa ya admirable. A los decorados de Rafael Redondo me atrever¨ªa calificarlos de posmodernos, despu¨¦s de haber aprendido algo de ello en la l¨²cida Gu¨ªa de Umbral; tanta fealdad no puede ser normal, sino deliberada para conseguir el mismo aspecto del fantasma de lo antiguo metido en lo nuevo. Los trajes de Jos¨¦ Ram¨®n de Aguirre tienen muchas veces una elegancia a lo Cecil Beaton, y casi siempre son limpios de l¨ªnea y graciosos de colores.
El p¨²blico se entusiasm¨®. Quitemos la parte de los fan¨¢ticos, y la de los amigos y compa?eros, y a¨²n quedar¨¢ suficiente sinceridad en risas y ovaciones como para certificar el ¨¦xito, al que Montesinos respondi¨® con las habituales palabras de agradecimiento y de traspaso a sus colaboradores, incluyendo los invisibles: empresarios y maquinistas.
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