El precio de la euforia
LA TENDENCIA general registrada en las bolsas espa?olas a lo largo de los ¨²ltimos meses refleja en cierta medida el clima de euforia econ¨®mica que parece haberse apoderado del pa¨ªs. Existen, sin lugar a dudas, elementos objetivos que justifican este clima, pero hay que convenir, aun reconoci¨¦ndolos, que no es oro todo lo que reluce y que en algunos casos la euforia tiende a oscurecer los rasgos de algunas operaciones que en otros pa¨ªses habr¨ªan provocado la intervenci¨®n de las autoridad de tutela para al menos garantizar la transparencia del mercado.Tal es el caso, por ejemplo, de las actuaciones de quienes provocan mediante declaraciones y campa?as de opini¨®n cuidadosamente calculadas el alza espectacular de valores correspondientes a empresas sobre cuya viabilidad a corto y medio plazo cabe albergar las m¨¢s expresas reservas y que parecen descubrir de la noche a la ma?ana la piedra filosofal del saneamiento instant¨¢neo y sin esfuerzo. La posibilidad de maniobras de este g¨¦nero se ve acrecentada por el arca¨ªsmo de la regulaci¨®n burs¨¢til espa?ola y por la tolerancia de algunos sectores de la Administraci¨®n, que parecen dedicar m¨¢s atenci¨®n a dirimir querellas internas que a ocuparse con rigor de los intereses generales de la naci¨®n, entre los que se encuentra la protecci¨®n de los peque?os ahorradores.
La ausencia de una normativa adecuada que regule el funcionamiento de las bolsas espa?olas se hace sentir cada vez con mayor apremio: existe un proyecto de ley que te¨®ricamente debe rellenar esta laguna y acabar con una situaci¨®n de interinidad que en algunos aspectos viene de la guerra civil, pero las autoridades no se deciden a presentarlo al Parlamento, aparentemente como consecuencia de las presiones corporativistas de los interesados en que nada cambie.
Mientras tanto asistimos a una especie de carnaval de plusval¨ªas en operaciones puramente especulativas cuya base real suele brillar por su ausencia. El dinero fluye a la bolsa atra¨ªdo por la esperanza de una ganancia f¨¢cil en un corto espacio de tiempo. El deseo de ganar dinero es l¨®gico y no hay nada que objetar; el problema surge cuando la ganancia se obtiene mediante un acceso privilegiado a la informaci¨®n confidencial de las compa?¨ªas o sobre la base de promesas irrealizables, o cuando resulta de una posici¨®n institucional en la que existe una clara contradicci¨®n entre el inter¨¦s p¨²blico y el privado. Las autoridades pueden y deben intervenir para evitar estas situaciones y garantizar as¨ª el desarrollo ordenado de un mercado transparente en donde las posibilidades de acceso a la informaci¨®n sean iguales para todos y en donde la ganancia tenga como fundamento ¨²ltimo la buena marcha de las empresas. Al fin y al cabo, el accionista es un part¨ªcipe de la aventura empresarial y no el poseedor de un boleto de bingo. Lo que est¨¢ ocurriendo en algunos segmentos de los mercados de valores nacionales se asemeja m¨¢s al juego de la ruleta que a un mercado de capitales, con la peculiaridad de que algunas fichas parecen tener siempre premio.
Se trata de una situaci¨®n que no puede prolongarse indefinidamente. La l¨®gica de los mercados de valores es que las cotizaciones suban y bajen como consecuencia del juego de las fuerzas que se encuentran en la base de la econom¨ªa. Las autoridades p¨²blicas deben organizar estos mercados con la debida transparencia, eliminando, los factores que intensifican artificialmente estos movimientos, ya que de otra manera lo que puede producirse a t¨¦rmino es una p¨¦rdida de confianza en las instituciones fundamentales de la econom¨ªa de mercado. Tal vez esto carezca de importancia para quienes han conseguido en muy poco tiempo plusval¨ªas millonarias, pero no debiera dejar indiferentes a los responsables del buen funcionamiento de estas instituciones. La reforma del mercado de valores no debe aplazarse por m¨¢s tiempo.
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