En San Antonio quieren ver "c¨®mo es un rey de cerca"
?Los reyes se eligen como aqu¨ª los presidentes?", pregunta Debbie Kingins con toda la ingenuidad y la ignorancia de un ciudadano medio norteamericano. Es domingo y Debbie lleva una hora esperando que don Juan Carlos y do?a Sof¨ªa lleguen al fuerte de El Alamo, en San Antonio. Con su marido ha venido, textualmente, "a ver c¨®mo es un rey de cerca". Y le sorprende bastante enterarse de que las monarqu¨ªas son hereditarias.
Pero lo que m¨¢s le descoloca es cuando don Juan Carlos sale del Cadillac y comprueba que es muy alto y rubio. Debbie quiere saber si la Reina manda. Cuando se entera de que no, comenta en voz alta: "Como pasa en todas partes con las mujeres"."Nadie sab¨ªa que ven¨ªa el Rey, por eso hay tan poca gente", dice la se?ora Kingins entre siglos de asentimiento de otros anglos que esperan a los Reyes bajo un calor pegajoso. Casi todos aseguran que se han enterado por el peri¨®dico del domingo. A pocos metros, un espa?ol que lleva 17 a?os en esta ciudad comenta que a los hispanos de origen mexicano, el 40% de la poblaci¨®n, "el Rey les es indiferente. Ya tienen bastante con sus problemas, como la nueva ley de inmigraci¨®n, y sobre todo con sobrevivir".
En la plaza de El ?lamo no llegan a 1.000 las personas concentradas el domingo para ver a don Juan Carlos y do?a Sof¨ªa, en ¨²nico acto abierto al p¨²blico cm toda la visita a San Antonio. En su mayor¨ªa, espa?oles y algunos anglos. Muy pocas teces m¨¢s oscuras mexicanas.
Horas antes, don Juan Carlos hab¨ªa echado un capote diplom¨¢tico al pa¨ªs vecino, al afirmar que Tejas se enriqueci¨® tambi¨¦n "con la presencia de la gran naci¨®n mexicana".
El ¨¢guila, a 15 d¨®lares
Indiferentes a la comitiva real, los vendedores de artesan¨ªa y recuerdos contin¨²an su negocio en la plaza de El ?lamo, situada en el centro de la ciudad. El lugar preferente para poder ver, "y tocar si es posible", a don Juan Carlos y do?a Sofila se ha colocado un grupo de espa?oles con la bandera todav¨ªa con el ¨¢guila y el lema "Una, grande y libre". No saben que ya no es la ense?a constitucional.
Cuentan que han pagado por ella 15 d¨®lares en unos almacenes y que no hab¨ªa otra. Su conexi¨®n con Espa?a es a trav¨¦s de la revista Hola, y se decepcionan un poco al saber que no somos de la prensa del coraz¨®n. Pero finalmente tienen suerte. La Reina se para a hablar con ellos.
Granaderos de G¨¢lvez
Maduros ciudadanos sudando la gota gorda, vestidos de granaderos del siglo XVIII, forman un pasillo y saludan militarmente a los Reyes. Son los granaderos de G¨¢lvez, una instituci¨®n privada formada en honor del gobernador espa?ol de Luisiana, Bernardo de G¨¢lvez, que colabor¨® rnilitarmente con George Washington en la guerra de independencia de esta naci¨®n.
Ellos mantienen viva la llama de la herencia espa?ola en estas tierras y cuando pueden viajan a Madrid para ser recibidos por el Rey. El domingo se convirtieron en los protagonistas de la visita. Sus diversas ramas -tambi¨¦n tienen la femenina, las damas de G¨¢lvez- compitieron entre s¨ª por entregar regalos a los Reyes.
Son las 15.30 y el servicio secreto, a pesar de sus sonotones, ha perdido el control de la situaci¨®n. Introducen a los Reyes, a la comitiva y a casi todo el que quiera colarse, en unas barcas abiertas, enmoquetadas en rojo, una especie de salones flotantes con mesa puesta con pastelitos y gladiolos, y bar con champa?a californiano a proa, todo ello servido por camareros negros con guantes blancos.
La barca Christina, donde navegan los monarcas, se adentra por el paseo del r¨ªo San Antonio, entre frondosos ¨¢rboles, altos edificios y bares y restaurantes pegados al agua. Una ratonera desde el punto de vista de la seguridad, pero un recorrido muy bello.
Hacerlo en San Antonio es como subir a Igueldo en San Sebasti¨¢n o pasear en barca por el Retiro. Reina un ambiente de domingo y los norteamericanos, en shorts, disparan sus c¨¢maras y v¨ªdeos a la comitiva y gritan vivas a Espa?a, al grupo de cuatro barcas, sin saber realmente en cu¨¢l viaja el Rey.
Un grupo de negros en la orilla toca jazz. Desde un puente, desde el que casi se pod¨ªa pegar un capotazo a las cabezas de los monarcas, el Mariachi Infantil Guadalupano ameniza el paseo. Un poco m¨¢s all¨¢, m¨²sica country. Hay incluso un grupo de bailarines griegos que tratan de atraer la atenci¨®n de do?a Sof¨ªa, que calific¨® el paseo de "muy bonito".
Misa en la misi¨®n
El alcalde de San Antonio, Henry Cisneros, la esperanza pol¨ªtica de los hispanos, no se separa de los Reyes. "Qu¨¦ tipo tan listo, c¨®mo chupa c¨¢mara", comenta admirado el ministro de Asuntos Exteriores, Francisco Fern¨¢ndez Ord¨®?ez.
Pero nada super¨® el domingo a la misa en la misi¨®n de San Jos¨¦. Con su roset¨®n en la fachada, est¨¢ considerada como uno de los mejores ejemplos del barroco colonial espa?ol en estas tierras.
Un sacerdote mexicano, Manuel Rom¨¢n, sacado de una estampa de las misiones del siglo XVIII, investido de toda fuerza y dignidad de la iglesia ind¨ªgena, ofici¨® una misa como las que ya no se hacen, ayudado por un soberbio coro y una iglesia desnuda de todo artificio.
S¨®lo un detalle traicion¨® esta pureza ritual. Dos personajes, disfrazados de caballero y dama, con mantilla, del Santo Sepulcro se plantaron en la misi¨®n sin que nadie supiera muy bien por qu¨¦. Se empe?aron en leer la ep¨ªstola y el evangelio y dieron la paz a los Reyes. "?stos se han colado", coment¨® un miembro de la comitiva oficial.
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