Los debates y el miedo
La entrevista es un g¨¦nero que est¨¢ pasando por malos momentos en todos los medios.Salvo algunos maestros -y maestras- que las preparan con minuciosidad y saben dialogar con el entrevistado, y describirle, y contar su ambiente, la generalidad se reduce a personas m¨¢s bien ajenas al tema del que se trata en cada ocasi¨®n, informadas por un briefing que alguien les facilita, que acuden a un papel en el que tienen sus preguntas previstas y las encasquetan una tras otra, sea cual sea la respuesta del paciente, sin enlazar, sin conversar. Mal periodismo.
El g¨¦nero al medio
En televisi¨®n no se ha conseguido adaptar el g¨¦nero al medio. Se est¨¢ teniendo la prueba diaria de que es una especialidad y un oficio con el programa de La tarde, mal organizado ya por los realizadores -con personajes reducidos al silencio durante parte de la emisi¨®n, con otros temas intercalados que cortan el vuelo de las conversaciones-, pero que resulta peor de lo imaginado porque los entrevistadores son personas a veces notorias -a veces no- que desconocen el manejo de la entrevista.Naturalmente, los profesionales no caen tan bajo, pero tampoco vuelan. Tambi¨¦n est¨¢n mediatizados, generalmente, por la propia desconfianza de la televisi¨®n en la entrevista: se supone de entrada que son poco soportables por el p¨²blico, y las suelen entrecortar por v¨ªdeos donde hay movimiento, como en el programa de Pilar Trenas, o como en el de libros -que ahora hace muy bien Olga Barrios, pero que hac¨ªa tambi¨¦n de una manera excelente y con personalidad propia Luis Carandell, que atisb¨¦ la ¨²nica verdadera innovaci¨®n en la entrevista, que era la del conversador; ahora ha sido borrado sin explicaci¨®n-, o por canciones, como en el de Lizcano.
Perjudican la fluidez de la cuesti¨®n. No hablemos ya del programa de Caparr¨®s -Y usted, ?qu¨¦ opina?-, cat¨¢strofe bastante completa donde el debate apenas cuaja y el moderador interviene cada vez con mayor torpeza. A veces se le ve el miedo, que es un espectro bastante corriente en todas estas entrevistas y debates: miedo a que el entrevistado se salga de lo previsible y diga algo malo.
Uno de los m¨¢s miedosos es I?aki Gabilondo. Su En familia tiene mejor estructura por la organizaci¨®n de grupos, por los supuestos pros y contras de los temas, que est¨¢n generalmente bien elegidos, pero casi siempre parecen peligrosos para la moral de la pantalla. El m¨¢s reciente, el dedicado a las prisiones, devor¨® el tema por ese miedo a entrar en ¨¦l profundamente. Claro que la culpa del miedo no la tienen los entrevistadores, sino la vaga presi¨®n o represalias que creen que pueda ejercerse sobre ellos.
Victoria Prego, en cambio, corre m¨¢s que el miedo: tiene un estilo peculiar, muy antiguo r¨¦gimen, de parecer que est¨¢ en la oposici¨®n y que hace preguntas atrevidas cuando, en realidad, brinda ocasiones a los personajes ilustres. Se ha quemado en ese oficio con la obligaci¨®n de entrevistar al presidente del Gobierno con relativa frecuencia. De todas formas, su programa Debate naci¨® mal; y ella misma quiso adoptar un new look entre coqueto y feminista, entre mand¨®n y mimoso, que ha deslucido su antigua franqueza y claridad (franqueza y claridad sobre s¨ª misma y su figura).
El vicio del cuestionario
Pilar Trenas -aparte de su falta de soltura en el reciente incidente con Mick Jagger- cae en el vicio del cuestionario previamente escrito, del briefing a veces mal hecho por sus colaboradores -con lo cual el entrevistado se ve en la obligaci¨®n de desmentir los datos de su personalidad, como le pas¨® ¨²ltimamente a Patricia Highsmith-, sufre los problemas de la interpretaci¨®n simult¨¢nea y est¨¢ obligada a colocar de cuando en cuando los v¨ªdeos de los realizadores. A su favor est¨¢ la calidad de los personajes que lleva a la emisi¨®n, generalmente interesantes.
Tambi¨¦n lo son los que aporta Pablo Lizcano en el que posiblemente sea el mejor de los programas de entrevistas. Lizcano cultiva su personaje de t¨ªmido, que tartamudea un poco al hablar y que enrojece ante ciertas preguntas o respuestas, lo cual le da una espontaneidad valiosa. El sistema sigue siendo malo: la m¨²sica intercalada, los personajes aislados entre s¨ª, que apenas tienen tiempo de comunicarse entre ellos. Pero Lizcano sabe, generalmente, con quien est¨¢ hablando, porqu¨¦ est¨¢ all¨ª en ese momento y que cosas debe preguntarle.
Algo tienen todos en com¨²n que ya es dificil soportar: las alusiones a la brevedad del tiempo, despu¨¦s de haberlo dilapidado en las torpezas del principio, la insistencia en que las respuestas sean cortas. "Vamos a ver si usted nos puede explicar brevemente, en unos segundos...", dicen; y a este exordio suele seguir una pregunta de tal envergadura que podr¨ªa llenar un libro.
Todo ello revela mala administraci¨®n en el tiempo del programa, y tambi¨¦n esa ansiedad por lo breve que malogra tantas cosas en la televisi¨®n y otras formas del periodismo.
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