El campe¨®n precisaba lugar ayer
Kasparov pudo haber utilizado ayer el primero de los tres descansos que el reglamento concede a cada jugador durante la celebraci¨®n del campeonato. Para ello habr¨ªa bastado con avisar al ¨¢rbitro antes del mediod¨ªa. Pero no lo hizo porque necesitaba concentrarse cuanto antes en los problemas de una nueva partida con el fin de olvidar los sufrimientos de la segunda. Los entrenadores suelen recomendar un inmediato descanso tras una derrota, pero, a veces, el hambre de tablero del perdedor es dif¨ªcil de aplacar.La decisi¨®n de Kasparov de jugar estuvo basada probablemente en dos razonamientos. En primer lugar, lo contrario habr¨ªa significado reconocer que su moral hab¨ªa quedado maltrecha. En segundo, utilizar el primer descanso cuando todav¨ªa quedaban 22 partidas para llegar al l¨ªmite previsto podr¨ªa ser peligroso porque nunca se sabe lo que se necesitar¨¢ en el futuro.
Seg¨²n el brit¨¢nico Andrew Page, apoderado de Kasparov, ¨¦ste "no estaba muy afectado despu¨¦s de la derrota; la encaj¨® como un accidente del juego". Ciertamente, Kasparov ten¨ªa argumentos para convencerse a s¨ª mismo de que aqu¨ª no ha pasado nada. Cualquier jugador, incluso el campe¨®n del mundo, corre el peligro de que le coloquen un estudio de laboratorio minuciosamente preparado por el equipo de analistas del rival, corno ocurri¨® el mi¨¦rcoles. Adem¨¢s, el lapso de Kasparov al olvidarse de parar su reloj tras hacer un movimiento es un hecho fortuito, sin precedentes en un Mundial. Aunque su posici¨®n era ya inferior en ese momento, Karpov tampoco estaba sobrado de tiempo. Cualquier resultado era posible.
El mayor dolor
La derrota fue dram¨¢tica por su forma de producirse, pero no es de las que dejan un poso de dolor dif¨ªcilmente borrable. Lo verdaderamente terrible para un ajedrecista es perder una partida tras cometer un error en una posici¨®n estrat¨¦gicamente ganada. Entonces, al jugador le duele todo, no quiere hablar con nadie, tiene la situaci¨®n inicial anclada en su cerebro y, en casos extremos, siente deseos de autodestrucci¨®n. En torneos normales, en los que se juega una partida cada d¨ªa, el derrotado suele proponer tablas en la jornada siguiente nada m¨¢s empezar a jugar porque sabe que a¨²n no se ha recuperado.
Lo malo es que esa actitud valiente o inconsciente, seg¨²n se mire, ya le ha costado disgustos a Kasparov en anteriores ocasiones. En su segundo encuentro frente a Karpov, por ejemplo, hace dos a?os, en Mosc¨², el entonces aspirante perdi¨® la cuarta partida, se neg¨® a descansar y tambi¨¦n perdi¨® la quinta. Independientemente de la calidad t¨¦cnica del juego, Kasparov estaba ayer en una especie de trapecio sin red.
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