Agresiones a la armon¨ªa
La personalidad del f¨ªsico Stephen Hawking, el continuador de Einstein, me parece ejemplar por muchos motivos, pero hay algunas cuestiones puestas de relieve en su reciente viaje a Espa?a que suscitan, de forma particular, mi inter¨¦s. Una de ellas es el car¨¢cter flexible y global de sus opiniones. En unos momentos en los que la especializaci¨®n nos hace perder el sentido de la realidad, hace estragos a todos los niveles y produce graves vac¨ªos en el conocimiento humano, siempre son de agradecer las visiones universalistas, ¨²ltimas, de los verdaderos cient¨ªficos. (No las degradaciones tecnol¨®gicas, derivadas en su mayor parte del consumismo, de una econom¨ªa interesada).Tambi¨¦n es sorprendente, y cabe dentro del sentido global a que acabo de referirme, su afirmaci¨®n de que estamos ante el pr¨®ximo final de la f¨ªsica. La superaci¨®n de la barrera del tiempo de Planck y el completo esclarecimiento de los or¨ªgenes del universo tender¨ªan a esa visi¨®n nada parcial de la realidad. Es obvio, pues, que en tiempos cargados de injusticias y de graves problemas tiene que volver a surgir ese humanismo universalista que valora el mundo, no s¨®lo en sus ambiciosos medios, sino tambi¨¦n en sus fines.
Pero entre todas las cuestiones de inter¨¦s que ha provocado el viaje de Hawking, ninguna me ha sorprendido tanto como las palabras que pronunci¨® al final de su intervenci¨®n en Madrid, y que fueron recogidas por este peri¨®dico. El padre del big-bang dijo, en s¨ªntesis, que iba a callar, que ya no iba a hablar m¨¢s en aquel acto -ni, por tanto, a hacer pensar m¨¢s a sus oyentes- para que no siguiera aumentando la entrop¨ªa y, consecuentemente, el desorden c¨®smico.
La afirmaci¨®n de Hawking es sorprendente, porque si las palabras y los pensamientos que se emiten en un acto normal cooperan al desequilibrio universal, ?qu¨¦ des¨®rdenes no provocar¨¢n los gritos, los ruidos de todo tipo, las contaminaciones y saqueos de la naturaleza, las guerras que cada d¨ªa se mantienen en el planeta Tierra?
Por ello, me he sentido obligado a pasar revista a algunas cuestiones del tao¨ªsmo esencial, siempre sabio y siempre vivo, como nos recordaba Salvador P¨¢niker en estas mismas p¨¢ginas hace unas semanas. ?No es la afirmaci¨®n de Hawking sobre orden/desorden del universo un reflejo de las viejas creencias tao¨ªstas, de que el mundo es una totalidad en armon¨ªa que no se puede perturbar sin que haya una respuesta negativa a esa provocaci¨®n?
Record¨¦, en particular, cuanto el -tao¨ªsmo y sus comentaristas han pensado sobre el fen¨®meno de las guerras y el consiguiente caos que ¨¦stas desencadenan. Las guerras no surgen entre los humanos "porque s¨ª", por ser las armas y las disputas constantes inevitables. No. Las guerras no son otra cosa que el resultado final de un proceso progresivo y degenerativo de palabras tensas y airadas, de odios soterrados o p¨²blicos, de tensiones entre grupos y naciones; un proceso inarm¨®nico, por decirlo en una sola palabra.
Es significativo (pero, a la vez, no debe extra?ar a los que creen en el car¨¢cter interdisciplinar de los grandes temas) que uno de los mayores f¨ªsicos de nuestro siglo y el primitivo tao¨ªsmo hayan llegado -a muchos siglos de distancia- a las mismas asombrosas conclusiones: todo cuanto sucede en el planeta favorece o altera la armon¨ªa universal, el orden del Todo.
?Llegan, acaso, f¨ªsicos y tao¨ªstas a esta suposici¨®n por caminos distintos, utilizando medios diferentes? ?Qu¨¦ importa! Lo asombroso es reparar, una vez m¨¢s, en que cualquier comportamiento inarm¨®nico -comenzando por las palabras airadas- conduce a un desgaste de energ¨ªa universal, al desequilibrio. Pero hay agresiones inarm¨®nicas mucho m¨¢s graves que las de la palabra injustamente utilizada. Hoy, por ejemplo, es tan escasa nuestra conciencia ecol¨®gica que abrimos los peri¨®dicos por la ma?ana y ya no nos asombramos de que un r¨ªo como el Rin haya quedado biol¨®gicamente muerto en unas horas y que se repitan los accidentes nucleares, que se contin¨²e asesinando o que se mantenga el riesgo de una hecatombe.
Todas ¨¦stas son, en verdad, grav¨ªsimas agresiones inarm¨®nicas. Pero ante los excesos de la palabra -ante la inoportunidad de la palabra, de la que a veces tantas tormentas surgen- no he tenido por menos que pensar en la f¨¦rtil y dura soluci¨®n del tao¨ªsmo: en el silencio. ?En el silencio racional, voluntarioso, f¨¦rtil, o en el silencio sin retorno del invierno nuclear? Los seres humanos tienen la respuesta.
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