A romper el hielo
El Festival de Jazz de Madrid es acontecimiento prometedor, pero ha empezado un poco a contrapelo: con blues, en medio de un puente largo, y con un Real Madrid-Atl¨¦tico televisado. Como el swing no es propiedad exclusiva ni del jazz ni de la m¨²sica en general, se enfrentaban el swing prehist¨®rico de Albert Collins y sus blues con el swing posmoderno de Futre y Hugo S¨¢nchez. No hay que ser un genio para adivinar qui¨¦n gan¨®, al menos por lo que se refiere a la sesi¨®n de tarde.A Albert Collins le vimos ya en Vitoria, pero no al principio de un festival, sino al final, y en un pabell¨®n donde hac¨ªa m¨¢s de 40 grados: un marco muy poco apropiado para quien se presenta como m¨¢ximo especialista del sonido fr¨ªo. En el teatro Alb¨¦niz, entre el oto?o, la lluvia y lo despejado de la sala, las condiciones parec¨ªan m¨¢s adecuadas.
Albert Collins y los Icebreakers
Festival de Jazz de Madrid. Teatro Alb¨¦niz. S¨¢bado 7 de noviembre.
La sesi¨®n comenz¨® con la habitual exhibici¨®n de los m¨²sicos de la banda, conocidos como los Icebreakers, los rompehielos. Un sexteto donde hay un trompeta estupendo, que se llama Gabriel Flemmings. Hay tambi¨¦n un blanco que toca los saxos a pares, cosa muy ¨²til en grupos peque?os como ¨¦ste. Aun as¨ª, resulta mejor el otro saxofonista, Sam Franklin, que toca s¨®lo el tenor, pero es capaz de recordar a maestros de sonido rocoso como puedan ser Ike Quebec y Stanley Turrentine.
La banda toc¨® s¨®lo dos numeritos y entonces el de los teclados nos pregunt¨® a todos si est¨¢bamos preparados para ver a Albert Collins. Y s¨ª que lo est¨¢bamos: el que no parec¨ªa estarlo era Albert Collins, que a¨²n se hizo un poco de rogar.
Un caso hist¨®rico
En el blues, como lamentablemente en el cine, en el jazz y en otras artes del siglo XX, quedan cada vez menos hist¨®ricos. Albert Collins parece uno de ellos, aunque a los o¨ªdos de este profano no tiene ni la mitad de clase que ten¨ªa Muddy Waters. Eso s¨ª, tiene fuerza. M¨¢s que cantar, brama, apostrofa y es todo un car¨¢cter. Lo suyo, con todo, es la guitarra. Toca sin plectro, pero no saca el sonido redondo y acogedor de Wes Montgomery, sino otro m¨¢s bien agrio, lleno de cortes e interjecciones. Un sonido, para entendernos, parecido al de Steve Cropper o el glorioso Jimi Hendrix. Un toque expresionista, heredero de las trompetas de Cootie Willians y Bubber Miley antes que de otros instrumentos diferentes.Buen hombre de escena, Collins saca una guitarra con el cable muy largo, y as¨ª puede desfilar entre el p¨²blico. Como ya no queda nada nuevo, otro guitarrista espectacular, Hiram Bullock, ha perfeccionado el invento: sale con una inal¨¢mbrica y se da tambi¨¦n paseos por el entresuelo.
Al hacer su habitual desfile, Albert Collins se encontr¨® con que en el teatro hab¨ªa poca gente, y eso no le debi¨® de gustar. Total, que volvi¨® al escenario y puso punto final. Sin duda crey¨® que ya estaba bien: otra cosa pensaron los espectadores.
Babelia
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