El tango de la Moncloa
Desde los tiempos de Jack Kennedy, ningún líder mundial despierta en los argentinos el alud de emociones, admiraciones y fantasías que logra Felipe González. Nada menos que Juan Domingo Perón intentó hace más de 20 a?os que los peronistas recibieran a Charles de Gaulle en su visita a Buenos Aires como si fuera un alter ego. Desde su exilio madrile?o envió la formulación filosófica de esa estrategia: "De Gaulle y Perón un solo corazón". No funcionó. Los peronistas gritaban "el gol de Perón", pero no hubo multitudes.El Grand Charles no les interesó. El jefe del Gobierno espa?ol tiene para los argentinos ese-no-sé-qué que le hubiera garantizado una auténtica mayoría electoral y el deseo de todas las matronas argentinas de contarlo como yerno en la familia.
Fue una pena que, en su visita de la semana pasada, el protocolo y las normas de no injerencia hayan impedido que Felipe González ordenara a cada argentino las tareas a cumplir para que este país comenzara a salir del marasmo político en que se encuentra. Sus cuidadosos discursos, declaraciones y reflexiones pasarán ahora por el tamiz de las interpretaciones, y los argentinos confunden dema siadas veces interpretación con obsesión; olvidan el diagnóstico para cobijarse en el lamento Vale la pena leer la letra de los tangos sin el fondo musical: es un trayecto desde la inutilidad del todo hasta la única alternativa del consuelo materno.
Ya fue una haza?a que Felipe González lograra desarmar algunos apocalipsis, especialmente uno que es recurrente y agobia a los argentinos, promovido desde dos extremos: la izquierda considera que el país quedará devastado si se privatizan empresas estatales. La derecha augura el caos si se nacionaliza algún sector de la producción. Dijo el compa?ero presidente del Consejo de Ministros: "Siempre he sido muy poco sectario. Lo he entendido [al socialismo] como la democratización en todas direcciones. Si no funciona el instrumento de eficacia económica, no puede haber libertades ni socialismo. No quiero para mi país una política social ideologizada que sólo tenga hambre para repartir".
Sin una orden directa de Juan Perón (muerto hace 13 a?os), no se podía esperar que los líderes sindicales peronistas entendieran el mensaje y cance laran una sola de las decenas de huelgas que se están abatiendo sobre Argentina. Como recordarles que Perón predicaba eso mismo, decía: "Hagamos la torta más grande en vez de repartir miseria".
De todos modos, Felipe González puede sentirse satisfecho, al menos intelectualmente: los políticos peronistas, que ganaron las últimas elecciones legislativas del 6 de septiembre y piensan triunfar en las presidenciales de 1989, anotaron textualmente sus palabras sobre creación y distribución de riqueza, y esperan utilizarlas contra la primera huelga que los acose una vez en el Gobierno,
El otro gran apocalipsis que quedó desarticulado, un apocalipsis que los argentinos creen posible desatar, es el de la moratoria de la deuda externa latinoamericana. Durante los últimos a?os consideraron la moratoria unilateral como una capacidad de nuclear retalintion: los grandes bancos internacionales se: derrumbarían sobre los filisteos. Felipe González sostuvo en Buenos Aires que hay serias posibilidades para reducir el capital de la deuda externa, obtener mejores condiciones de pago, recibir créditos de desarrollo y contar con la ayuda incondicional de Espa?a.
Pero una moratoria unilateral, estimó, aislaría a los países subdesarrollados en un vacío histórico, hundidos en la nada. Y sin que el templo caiga sobre los filisteos: el sistema financiero internacional puede absorber una deuda impagada de unos 400.000 millones de dólares.
En algo de esto debe de haber pensado Bertolt Brecht cuando dijo que "la historia quizá haga tabla rasa de todo, pero no acepta el vacío". Durante cinco días, Felipe González trató de convencer a los argentinos, especialmente a los peronistas, de que no saltaran al vacío.
?Un plan Marshall espa?ol para Argentina? A pesar de que algunos periodistas argentinos buscaron aumentar su audiencia con la idea -seguramente quienes no vieron Bienvenido, Mr. Marshall-, el supuesto González Marshall fue expeditivo: "Tardaremos [los espa?oles] un cuarto de siglo en alcanzar el nivel actual de Holanda".
Pero el gran tema fue la Moncloa, la idea de repetir la haza?a política de Espa?a. Como decía, el consuelo materno.
Todas las aproximaciones que intentó Felipe González al terna, desde la política a la económica, a la espiritual, a la estratégica, chocaron con el solipsismo de sus interlocutores: yo y mi ombligo. Aun cuando, finalmente, insistió que esos pactos, que los políticos están discultiendo hoy en Buenos Aires, deben ser algo más que firmas al pie de un contrato, que deben constituir una especie de voluntad por recorrer un camino, una actitud espiritual, los dirigentes argentinos no cedieron: la Moncloa de Buenos Aires debe especificar un marco para sus objetivos personales. Como en el tango: después del lamento y la resignación, el deseo de una buena limosna.
Para Raúl Alfonsín, la Moncloa criolla debiera servir para cullminar su presidencia. Algo así como la aprobación de un proyecto económico que impida el derrumbe de: las temblorosas estructuras actuales, un pacto social que lo alivie de la confrontación con los asalariados, una apoyatura institucional que asegure gobernabilidad y n:iantenga a las fuerzas armadas dentro del sistema demócratico.
Los peronistas, en cambio, necesitan de una sola cláusula: garantías para que en el colegio electoral de 1989 sea ungido presidente de la nación el candidato con más votos, aun cuando no hubiera alcarizado la mayoria en las urnas. Elemental: la unión de alfonsinistas y conservadores llevaría al poder a una coalición de centro-derecha, y el peronismo continuaría la travesía por el desierto.
Para los conservadores, liderados por ?lvaro Alsogaray, que representa ahora el tercer partido nacional, su Moncloa significa el mantenimiento de la elección indirecta de presidente, ante las amenazas de una reforma constitucional que estableciera el sistema parlamentario. Quiere asegurar su poder de decisión en el colegio electoral sobre cualquiera de los dos candidatos más votados y obtener a cambio una fracción del poder real. Además, pactar por escrito el desmantelamiento de la vasta estructura económica del Estado, en especial de los rubros más apetecibles (energía, comunicaciones) para la empresa privada.
La izquierda no cuenta porque, simplemente, dejó de contar.
Es evidente que todo esto está muy lejos del espíritu de consenso, de renuncia a los intereses particulares en beneficio de la nación que Felipe González destacaba de su Moncloa original. Los tiempos y las culturas no se corresponden todavía entre Espa?a y Argentina. Ocurre un poco lo que decía Carlos Marx hacia mediados del siglo pasado: "Los alemanes somos contemporáneos filosóficos del presente sin ser sus contemporáneos en la realidad". Los argentinos somos contemporáneos de las soluciones implementadas en Espa?a, pero no somos contemporáneos de la capacidad espa?ola de convertirlas en realidad.
Pero no se puede negar que Felipe González intentó ayudar por todos los medios, incluso dejándose besar y tocar por las adolescentes argentinas en la visita a las cataratas del Iguazú. Es posible que nunca haya leído lo que Theodor Adorno escribió sobre Gustav Mahler, aunque es posible que el gran oyente del músico -Alfonso Guerra- alguna vez se lo haya subrayado, porque es un poco lo que el jefe del Gobierno espa?ol hizo en Buenos Aires. Decía Adorno: "Mahler prefiere despreciar la clara visualidad topográfica y volver romos los perfiles originalmente agudos, que no actuar en contra del rigor del sentimiento interno de la forma".
Sí, así fue. Felipe González trató de decir las cosas con sumo cuidado exterior, preservando su fuerza interior. Sin intención de parafrasear a Adorno, pero siempre en función de la música, lo que hizo González fue bailar el tango de la Moncloa suavemente, pidiendo espacio, "porque la llevo dormida", como decía Borges. El presente es incierto en la Argentina que visitó Felipe González en la última semana de octubre de 1987, y el futuro, apenas lo que dice un tango: "Como esas cosas que nunca se alcanzan".
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