H¨¦roes sin dioses
La reciente aparici¨®n del libro del profesor chileno V¨ªctor Farias sobre las supuestas relaciones del fil¨®sofo Martin Heidegger con el nacionalsocialismo hitleriano ha vuelto a desatar la pol¨¦mica europea sobre las ideas del pensador. En este art¨ªculo se trata de situar la discusi¨®n.
En el oto?o de 1914 -o sea, unos 20 a?os antes de la Rektoratsrede, de Heidegger- se publica en Alemania el llamado Manifiesto de los 93, en el que gentes tan prestigiosas como R?ntgen, Wassermann, Neisser, Ehrlich, Ostwald y Planck firman lo siguiente: "Con la misma intensidad con la que no nos dejamos superar por nadie en nuestro amor al arte, rechazamos decididamente aceptar la salvaci¨®n de una obra de arte al precio de una derrota alemana... Sin el militarismo alem¨¢n, la cultura alemana ser¨ªa exterminada de la Tierra... Ej¨¦rcito alem¨¢n y pueblo alem¨¢n son una misma cosa. ?Lo que avalamos y defendemos con nuestros nombres y con nuestra honra!". Dos cient¨ªficos se negaron significativamente a firmar este manifiesto: Einstein y G. F. Nicolai. El destino, por supuesto, no se lo agradecer¨ªa.En condiciones normales, ese texto deber¨ªa bastarle al p¨²blico para convencerse de que propiamente no hay tanto caso Heidegger como parece. Primero, porque el heideggerianismo nazista empieza, como ya escribi¨® Luk¨¢cs y describi¨® Thomas Mann, en Faustus, mucho antes de Heidegger, y est¨¢ profundamente enraizado en una cierta tradici¨®n alemana. Segundo, porque, aunque sea verdad que, tras la contribuci¨®n de Farias -y sin olvidar la anterior de G. Schneeberger-, la recalcitrante perseverancia de Heidegger en su error est¨¢ ahora mejor documentada que nunca, ese hecho era ya, al menos desde 1953, conocido.
El que, a pesar de todo eso, tengamos, en la pr¨¢ctica, un caso Heidegger y el que, con una cierta regularidad, el mundo entero se pare a preguntarse, como si no tuviera cosa mejor que hacer, si Heidegger fue o no nazi, y hasta cu¨¢ndo, hay que atribuirlo m¨¢s a las curiosidades y trampas de una cierta situaci¨®n historiogr¨¢fica alemana que al nazismo bien comprobado de Heidegger. Cierto que la conversi¨®n de Heidegger en una especie de monolito aislado y fetichista puede deberse, y se debe, a razones meramente secundarias. Por ejemplo, su enorme repercusi¨®n p¨²blica y publicitaria; tambi¨¦n, desde luego, a un cierto desconcierto sorprendido de los espectadores ante la monstruosidad del h¨¦roe. A nadie le resulta f¨¢cil asimilar que un hombre tan supuestamente inteligente le diga a Jaspers en 1933 que el primitivismo intelectual de Hitler no importa, que eso no cuenta frente a la belleza de sus manos. La repetici¨®n ser¨ªa aqu¨ª una forma de digesti¨®n. Pero probablemente hay que temer que, tras esa transformaci¨®n de Heidegger de "ni?o fenomenol¨®gico" -por usar la f¨®rmula acu?ada por la mujer de Husserl- en criatura fenomenal, se oculten razones mucho menos ingenuas. Por decirlo lisa y llanamente: que se oculte una t¨¢ctica de cortafuegos. Mejor aislar f¨¦rrea y completamente la llama, consintiendo que arda todo lo que quiera, que permitir que se extienda a los territorios colindantes. La parad¨®jica pertinacia con la que se ensucia la memoria de Heidegger, mientras se mantiene inmaculada la de otros h¨¦roes no mucho menos manchados, obliga a pensar en una especie de astuta econom¨ªa mental y moral por la que, en virtud de una especie de equilibrio ecol¨®gico, se ensucia mucho a un h¨¦roe, ya sucio, para mantener bien limpios a los otros.
Mucho m¨¢s interesante que la repetici¨®n publicitaria del conocido caso Heidegger ser¨ªa, por ejemplo, el rascar un poco la p¨¢tina de otros h¨¦roes. Por ejemplo, el caso Planck, al que encontramos en los anales saludando con el brazo bien en alto o visitando a Hitler. O una documentaci¨®n muy reciente sobre el caso Heisenberg, en la que se le describe escupiendo delante de Max Born, ofendi¨¦ndole gravemente a ¨¦l y a su mujer, o diciendo, al parecer, en 1943 en Holanda: "La historia le da a Alemania el derecho a dominar Europa y luego el mundo. S¨®lo una naci¨®n que domine sin compasi¨®n puede mantenerse a s¨ª misma. La democracia no puede desarrollar suficiente energ¨ªa para regir Europa. S¨®lo hay dos posibilidades: Alemania o Rusia, y quiz¨¢ una Europa bajo mando alem¨¢n sea el mal menor". Podr¨ªa tratarse tambi¨¦n los casos especialmente infames de la medicina y los m¨¦dicos. 0 tambi¨¦n el de los furchtbare juristen, documentado tambi¨¦n excelentemente por I. M¨¹ller. Parad¨®jicamente, de toda esa historia de la infamia nadie dice nada, o muy poco. Aqu¨ª no existe m¨¢s que Heidegger.
Rompecabezas
Esa globalizaci¨®n tendr¨ªa, entre otras, la virtud de ilustrar que Heidegger es un mosaico m¨¢s, y probablemente no el m¨¢s importante, en un rompecabezas incre¨ªble y gigantesco. Fueron muchos los que pagaron la cuota del partido, fueron tambi¨¦n muchos los denunciantes y fueron much¨ªsimos m¨¢s los que guardaron un silencio sepulcral y cobarde. Esa globalidad ayudar¨ªa al p¨²blico a comprender que la pregunta principal no es si Heidegger fue o no nazi, y hasta cu¨¢ndo lo fue, sino la cuesti¨®n de la inteligencia en el fascismo. Es decir, la pregunta de para qu¨¦ sirve socialmente una inteligencia que, con toda su capacidad, no es capaz de percibir la m¨¢s evidente y elemental brutalidad.Todo eso, todas esas novedades ser¨ªan mucho m¨¢s importantes que la novedad de la duraci¨®n del nazismo recalcitrante de Heidegger. El hecho de que casi todas las historiografias intelectuales eviten meterse o extenderse sobre esos 15 a?os; el hecho de que todo intento de tocarlos a fondo se interprete, todav¨ªa hoy, como un intento de difamaci¨®n colectiva de una profesi¨®n o de unos profesionales; el hecho de que se mantengan, a pesar de todos los datos y contra viento y marca, y para casi todos los campos sin excepci¨®n -v¨¦ase Snow, l¨¦ase a Mann-, siempre la misma leyenda: que Heisenberg y otros podr¨ªan haber hecho la bomba at¨®mica, pero no la hicieron por convicciones morales; que la mayor¨ªa fue nazi s¨®lo por sobrevivir o por evitar que otros peores tuviesen las riendas en la mano; todo eso viene a confirmar que esos problemas y preguntas siguen tan pendientes de soluci¨®n ahora como antes.
Pero las ¨²ltimas novedades de un Heidegger nazi nos llegan tarde en otro sentido mucho m¨¢s decisivo: en un sentido ideol¨®gico. Mientras el mundo discute las ¨²ltimas novedades del libro de Farias sobre el nazismo de Heidegger, un nuevo revisionismo corre ya un paso, o muchos pasos, adelantado. Porque, en vez de ocuparse de asuntos tan elementales, ese revisionismo trabaja cuestiones y problemas mucho m¨¢s avanzados. Por ejemplo, c¨®mo entenderjustificar no el nazismo de Heidegger, sino, sencillamente, el nazismo. El de Heidegger se da ya por cosa aceptada y hecha, y asimilable con la disculpa de su genio o el valor indiscutible de su obra. Todo eso sin contar que ¨¦l mismo dijo que "quien piensa a lo grande yerra grandiosamente". Es decir, ahora se trata, primeramente, de quitarle, mediante un distanciamiento hist¨®rico, todo el hierro posible al asunto, o sea, de des-singularizar y desmitologizar el nazismo, convirti¨¦ndolo, tanto a ¨¦l como al holocausto jud¨ªo, en un suceso hist¨®rico m¨¢s; segundo, de encontrar para ese pasado, lo mismo que para cualquier otro pasado, una explicaci¨®n y, eventualmente, una justificaci¨®n, o sea, de abordarlo cient¨ªficamente, por un lado, y de neutralizarlo moral e hist¨®ricamente, por el otro; tercero, de buscar con esos datos una nueva identidad alemana posconvencional. De esa forma, la reelaboraci¨®n hist¨®rica lograr¨ªa lo que no logran los sentimientos: normalizar el pasado y hasta incluso desmoralizarlo. Los componentes ideol¨®gicos del prop¨®sito y los peligros de relativizaci¨®n implicados pueden suponerse; ¨¦se es hoy el debate, naciente o renaciente, en Alemania, del que Dahrendorf ha dicho que es el m¨¢s importante de la d¨¦cada. En una palabra, el llamado debate de los historiadores entre Habermas y un grupo de prestigiosos profesionales de la historia que se ha propuesto, impl¨ªcita o expl¨ªcitamente, limpiar a fondo el terreno. Si, como ya dijo Hegel, no es posible juzgar moralmente a los genios, de lo que se trata ahora, por lo que se ve, es de comprobar si ciertas genialidades hist¨®ricas no lo ser¨¢n tampoco. Y con eso, todos, de nuevo, tan contentos.
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