'Tanguy'
Recientemente quise comprar en varias librer¨ªas espa?olas la novela Tanguy, de Michel del Castillo, y no pude encontrarla. Se han cumplido 30 a?os justos de la aparici¨®n de esta novela, y Michel del Castillo, nacido en Madrid un 2 de agosto de 1933, es hoy uno de los novelistas preferidos por la cr¨ªtica y el p¨²blico franc¨¦s, como demuestra el lugar que ocupa en el hit parade de la novela francesa su ¨²ltima obra, Le d¨¦mon de l'oubli. Premio Chateaubriand, premio de los Libreros, premio Renaudot, Castillo es hoy un novelista le¨ªdo en todo el mundo menos en Espa?a, pa¨ªs al que ha dado una presencia literaria en obras como Tanguy, La noche del decreto, Le sortil¨¨ge espagnol o Nos Andalousies, sin que por aqu¨ª nos hayamos enterado demasiado.Bueno. No es del todo cierto que aqu¨ª no nos hayamos enterado demasiado. Cuando apareci¨® Tanguy no hubo m¨¢s remedio que leerla, con los ojos doloridos por aquel cuadro de memoria personal desolada que Castillo nos ofrec¨ªa de la Espa?a de la posguerra. Tanguy retrat¨® aquella Espa?a real de la represi¨®n y toda clase de racionamientos, que Castillo hab¨ªa vivido como adolescente recluido en el siniestro Asilo Dur¨¢n, truculenta instituci¨®n regida por hermanos de una secta cat¨®lica de ¨¦sas, dedicada a enderezar a los ni?os de la guerra. Castillo, hijo de una mujer activista republicana que lo abandon¨® y de un franc¨¦s que se olvid¨® de su hijo hasta que pudo escaparse del Asilo Dur¨¢n, era uno de los ni?os de la guerra que peor infancia vivi¨®: exilios, una repatriaci¨®n nazi y Asilo Dur¨¢n son los jalones de un camino de pesadilla.
Treinta a?os despu¨¦s he rele¨ªdo Tanguy y lamento, entre otras muchas cosas, que la obra no sea de lectura obligatoria en todas las ense?anzas que se dan en Espa?a. Ser¨ªa un magn¨ªfico ejercicio para el fomento de una memoria necesaria, sobre todo para estas nuevas promociones tan alejadas biohist¨®ricamente de la guerra civil y sus consecuencias, como nosotros nacimos alejados de la guerra de Cuba o de la ?frica, aunque pagando sus consecuencias directas o indirectas. Tanguy deber¨ªa cumplir una funci¨®n did¨¢ctica como la cumpli¨® Coraz¨®n, de Edmundo d?Amicis, fomentando valores de solidaridad y ternura , un tanto peque?oburgueses, pero a la contra de las lecturas pedag¨®gicas corruptoras de la educaci¨®n sentimental de nuestras infancias. En Tanguy la historia se hace carne y la v¨ªctima concreta adquiere un valor ferozmente representativo, por encima de balances sociohist¨®ricos de cejas altas.
Michel del Castillo guarda en un pliegue de su enorme y dolorida memoria una an¨¦cdota que ning¨²n otro escritor ha vivido. Ante la resonancia internacional que Tanguy alcanz¨® a partir de 1957, Castillo, ya en Par¨ªs, fue invitado por un destacado promotor de la Prensa espa?ola, a medio camino entre Estoril y El Pardo, a volver a Espa?a de visita, para que reconciliara un poco su mirada con el pa¨ªs que tan duramente le hab¨ªa tratado. En el transcurso de aquella estancia el promotor le brind¨® una misteriosa y secreta cita con alguien, y ese alguien result¨® ser el Caudillo, aquella espada m¨¢s limpia de Occidente que entre otras cosas hab¨ªa cercenado la infancia y la adolescencia de Michel del Castillo. Y el novelista se encontr¨® de pronto en El Pardo, frente a frente, con tan excelent¨ªsimo se?or, dispuesto a saber la verdad o no verdad de Tanguy. Era ya un Franco algo parkinsoniano, que escuch¨® sin aparente demasiado inter¨¦s las ratificaciones del novelista, hasta que sali¨® de su distanciada escucha para preguntarle: "?Esos religiosos que rigen el Asilo Dur¨¢n, son sacerdotes?". Castillo dijo que no eran propiamente sacerdotes, sino hermanos, es decir, religiosos obligados por un voto menor. Entonces Franco respir¨® aliviado: "?Ah, son hermanos!". Quedaban los sacerdotes a salvo, al menos de la fechor¨ªa de todos los asilos Dur¨¢n repartidos por la Espa?a vencida, y la fechor¨ªa quedaba, pues, a la altura del voto menor de aquellos hermanos. El voto calificaba la fechor¨ªa: era una fechor¨ªa menor. Franco tendi¨® una mano leve y vacilante a modo de despedida y dese¨® suerte a una de sus v¨ªctimas, al menos una de sus v¨ªctimas m¨¢s fr¨¢giles y desarmadas, y encarg¨® una investigaci¨®n sobre tribunales de menores y asilos semejantes, que fue como una de aquellas primeras piedras de edificios que no se terminaron nunca o que se terminaron mal, desde la condici¨®n de ruina contempor¨¢nea. No lo olvidemos: cada ¨¦poca construye sus ruinas.
El mismo inductor de la entrevista estaba sorprendido no s¨®lo de haberla conseguido, sino de que Franco hubiera le¨ªdo Tanguy, seg¨²n parece por recomendaci¨®n de la primera dama, avisada del flaco favor propagand¨ªstico que la novela estaba haciendo al lavado de imagen, que el r¨¦gimen hab¨ªa emprendido de cara a conseguir una cierta respetabilidad en el concierto o en el desconcierto de las naciones. Castillo regres¨® a Francia, donde sigui¨® escribiendo con la conciencia escindida, esquizofr¨¦nica: una constante relaci¨®n de amor y rechazo ha guiado su mirada hacia la Espa?a en la que naci¨® y en la que sufri¨®, relaci¨®n que ha resuelto sinti¨¦ndose inevitablemente solidario con los espa?oles peatones de la historia y receloso de por vida con los que tratan de hacer la historia. Tal vez ese recelo se le note demasiado y haya sido la causa de que ni nuestras editoriales ni nuestras instituciones hayan hecho demasiado esfuerzo en repatriarle, aunque s¨®lo sea literariamente, porque Castillo pertenece ya a la patria sin fronteras de la escritura aplicada a encontrarle un sentido moral a la historia.
No s¨®lo espero, sino que tambi¨¦n deseo que la obra de Castillo sea repatriada, es decir, traducida, y que Tanguy ocupe el lugar que se merece en la antropolog¨ªa de nuestra barbarie, a manera de vacuna contra cualquier otra posible tentaci¨®n de barbarie. As¨ª se lo dije a Castillo en encuentros que tuvimos primero en el Empord¨¤ y luego en su casa de Provenza. El escritor respondi¨® a mi antiguo afecto literario con afecto, aunque en el fondo de sus ojos bailaba esa brillante luz negra tan espa?ola que a veces se llama estoicismo, pero que en realidad es escepticismo balsamizado por la iron¨ªa.
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