Lled¨® y la universidad
He sido alumno de don Emilio Lled¨®. Tambi¨¦n lo fui del se?or Arias Mu?oz. Y exclusivamente como alumno hablar¨¦ a continuaci¨®n, aunque har¨¦ m¨¢s hincapi¨¦ en destacar la figura del primero, por aquello de que uno tiende a sentirse m¨¢s atra¨ªdo por las grandes figuras.Cuando, ya en Madrid, pude asistir a sus clases sobre el mundo griego, don Emilio era ya casi una leyenda en la sinuosa historia intelectual de este pa¨ªs; s¨®lo que yo no 10 sab¨ªa. Me limitaba a dejarme transportar por la mala de sus palabras. En una clase era capaz de transmitirnos todo aquel lejano esp¨ªritu hel¨¦nico sin que ello le resultara especialmente dif¨ªcil, y, c¨®mo no, si aquel esp¨ªritu -el gran ideal pedag¨®gico griego- atravesaba su alma entera y no ten¨ªa m¨¢s que transformarse en palabra.
Poco a poco, sin embargo, fui conociendo la verdadera magnitud de aquella figura. Me enter¨¦ de c¨®mo, tras concluir sus estadios de filosof¨ªa en la madrile?a universidad Complutense, agarr¨¦ un liger¨ªsimo equipaje y march¨® a tierras alemanas para permanecer nueve largos a?os en coimpa?¨ªa de los Gadamer y los L?witch, la flor y nata de la filosof¨ªa europea. All¨ª se licenci¨® en filolog¨ªa cl¨¢sica y all¨ª se despert¨® su preocupaci¨®n por el lenguaje y la hermen¨¦utica; no obstante, sus estudios sobre la antig¨¹edad cl¨¢sica y sus traducciones de Plat¨®n, as¨ª como sus trabajos sobre filosof¨ªa del lenguaje, tardar¨ªan alg¨²n tiempo en llegar a la imprenta. Antes se convertir¨ªa en catedr¨¢tico de historia de la filosof¨ªa en La Laguna, y despu¨¦s lo ser¨ªa durante 11 a?os en la un?versidad de Barcelona, justamente hasta 197-55, a?o en que gana la oposici¨®n en la Complutense de Madrid. Sin embargo, no tom¨® posesi¨®n de esta c¨¢tedra: fue aqu¨¦l, tal vez, un grave error. Pero es que -entre otras razones- sus alumnos no le dejaron irse de Barcelona; para. ello recogieron cientos de firmas, que terminaron por convencerle- de que su puesto estaba junto a aquellos estudiantes que abarrotaban sus clases y lo veneraban, no s¨®lo como fil¨®sofo, sino tambi¨¦n como persona profundamente ¨ªntegra y como gran educador. La figura de don Emilio Lled¨®, en efecto, trasciende de la del profesor universitario; es, antes bien, un raro modelo de coherencia moral y pol¨ªtica, un raro ejemplo de arraigadas convicciones democr¨¢ticas llevadas cotidianamente a la pr¨¢ctica; una rara mezcla de fuerza y mesura que parecen los polos de la amable bondad de este hombre.
Al se?or Arias Mu?oz hay que reconocerle un m¨¦rito: se ha trabajado su ascenso en la Academia, y hoy est¨¢ recogiendo sus frutos. Desde el pasado d¨ªa 4 es catedr¨¢tico -por fin- de historia de la filosof¨ªa moderna y contempor¨¢nea en la universidad Complutense, en la misma madrile?a universidad en la que estudi¨® don Emilio. La verdad es que uno no se explica ciertas cosas ni la vertiginosa rapidez de algunas carreras, como la del se?or Arias ni los actuales criterios de concesi¨®n de c¨¢tedras. Todav¨ªa recuerdo al se?or Arias subido en la tribuna de los supuestos oradores para enca?onarnos con un discurso confuso y banal, hasta hacer surgir los murmullos incluso de entre los m¨¢s adeptos ole sus cat¨®licos pupilos. Indudablemente, su alma no estaba transida de esp¨ªritu filos¨®fico alguno, no digamos ya de aquel lejano esp¨ªritu griego.
El pasado d¨ªa 4, don Emilio tambi¨¦n concurri¨® en aquella oposici¨®n. De entre los miembros del tribunal hubo uno que tuvo el valor de decir lo siguiente: "Al profesor Emilio Lled¨® le considero un maestro de la filosof¨ªa; por tanto, no har¨¦ preguntas". Y, sin embargo, le falt¨® valor para fallar en su favor. Fue igual que la exposici¨®n de don Emilio fuera incomparablemente brillante y s¨®lida; tampoco pareci¨® importar gran cosa su bien merecido prestigio. Don Emilio sali¨® de aquella oposici¨®n sin haber recogido un solo voto a favor, frente a los tres que le supusieron la c¨¢tedra al se?or Arias.
Lo que el lector seguramente no sepa es la forma y manera en que se convocan los tribunales de oposici¨®n a c¨¢tedra. No sabr¨¢ que los departamentos est¨¢n capacitados para nombrar a todos los miembros del tribunal, con lo cual el aspirante tiene ganado el 40% de los votos con s¨®lo pertenecer al departamento que convoca. ?ste ha sido el caso del se?or Arias.
Las conclusiones son f¨¢ciles de extraer. La universidad Complutense es la gran perjudicada, y con ella, los alumnos que asisten a sus aulas. Al rechazar a don Emilio Lled¨®, tanto los unos como la otra han perdido la oportunidad de beneficiarse del saber y personalidad de un gigante. Don Emilio puede tener la con ciencia tranquila, pues -una vez m¨¢s- ha sido el nepotismo el que ha hecho sentir su autoridad en la Academia de este pa¨ªs, ha sido nuevamente la santa mediocridad la que ha dado un paso adelante. En verdad, para don Emilio no hab¨ªa sitio en la universidad Complutense. Casi mejor para ¨¦l seguir recluido en su c¨¢tedra de la UNED, donde yo le conoc¨ª... Don Emilio, corren tiempos dificiles para la gente como usted.- Licenciado en Filosof¨ªa por la universidad Complutense de Madrid
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.