El desconcierto comunista
LO M?S caracter¨ªstico de la crisis que est¨¢ removiendo las aguas del Partido Comunista de Espa?a en v¨ªsperas de su XII Congreso es la dificultad de sus protagonistas para identificar la naturaleza real de esa crisis. Pero, en pol¨ªtica, la hondura de las crisis se mide por el desconcierto que provocan en sus protagonistas. Si no se es capaz de interpretar lo que pasa dentro -y que algo pasa es evidente-, dif¨ªcilmente se podr¨¢ dar con un diagn¨®stico de la realidad que permita influir sobre ella. Sin embargo, este drama de los comunistas espa?oles no es ni un asunto coyuntural ni un fen¨®meno exclusivo de nuestro pa¨ªs. La identidad comunista se forj¨® en la identificaci¨®n con la tradici¨®n bolchevique. Desde mediados de los setenta esa tradici¨®n comenz¨® a perder credibilidad en el seno de la izquierda. Por una parte, el modelo sovi¨¦tico de acceso revolucionario al poder aparec¨ªa como ut¨®pico; por otra, el modelo de sociedad representado por el socialismo real carec¨ªa del menor atractivo para la mayor¨ªa. Eliminada en la pr¨¢ctica la contraposici¨®n reforma-revoluci¨®n e identificado el modelo sovi¨¦tico con hechos como el golpe militar de Jaruzelski en Polonia, los partidos comunistas occidentales se encontraron sin tierra bajo los pies.A esos factores se unieron en Espa?a otros relacionados con las vicisitudes de la transici¨®n. ?sta fue dura -y probablemente injusta- con el PCE. S¨ªmbolo de la resistencia contra la dictadura, ese partido fue larizado a posiciones marginales por un cuerpo electoral que, habiendo optado por hacer borr¨®n y cuenta nueva, consider¨® que olvidar el franquismo significaba tambi¨¦n olvidar al antifranquismo militante. El desconcierto de Carrillo ante esa situaci¨®n, agudizado con el triunfo socialista en 1982, le llev¨® a un desesperado intento de reconstrucci¨®n de la identidad genuinamente comunista sobre la base de mutilar una de las dos piezas en que se hab¨ªa asentado su protagonismo anterior: la influencia en los sectores ilustrados de las capas medias urbanas. Con el resultado de perder el apoyo de esos sectores y, a la vez, sufrir una ruptura prosovi¨¦tica por el lado del obrerismo tradicional.
Sin esas se?as de identidad, el PCE que hered¨® Iglesias ha oscilado entre impresionismos varios y contradictorios. El intento de reconstrucci¨®n de la unidad comunista, que implic¨® la recuperaci¨®n de L¨ªster y la alianza con Gallego, se quiso hacer compatible con la expansi¨®n hacia los nuevos movimientos sociales. Pero del ambicioso proyecto de articulaci¨®n entre ¨¦stos y el movimiento obrero s¨®lo sali¨® una plataforma electoral que, si bien consigui¨® detener el retroceso en las urnas del PICE, no logr¨® acreditarlo como eje de cualquier proyecto capaz de colinar el espacio dejado a su izquierda por un PSOE cada vez m¨¢s escorado hacia el centro.
En los ¨²ltimos meses el PCE ha dado la impresi¨®n de alguien que corr¨ªa desaforadamente sin saber hacia d¨®nde. Es cierto que su actividad en el Parlamento, al hilo de la actualidad, ha sido estimable, pero nunca ha dado la impresi¨®n de que esa actividad correspondiera a unas prioridades establecidas de acuerdo con alg¨²n proyecto. De la tradici¨®n comunista de estar siempre a pie de obra en todo conflicto social se ha pasado a la pr¨¢ctica de fotografiarse -en Ria?o, Reinosa o la f¨¢brica de aluminio de Lugo cuando el conflicto se hac¨ªa merecedor de salir en televisi¨®n, para luego desaparecer. Las relaciones con el PSOE han oscilado entre la oposici¨®n frontal y el intento de pacto "para frenar a la derecha" o reconstruir "por la base" la unidad de la izquierda. El resultado m¨¢s visible ha sido cierta capacidad para obstaculizar algunos proyectos moderadamente reformistas del Gobierno, pero ninguna para determinar en positivo, y hacia la izquierda, la pol¨ªtica der PSOE.
Por ello, los movimientos de cuestionamiento de Iglesias de estos d¨ªas son s¨®lo la espuma de los males que agitan las aguas del fondo. La advertencia de que el PCE corre el riesgo de caer en un marginalismo testimonial son razonables, pero no han ido acompa?adas hasta el momento de propuestas en positivo sobre c¨®mo evitar ese destino. Lo ¨²nico seguro es que, con Iglesias o sin ¨¦l, el desconcierto continuar¨¢ mientras se persista en ensayar a la vez v¨ªas en s¨ª mismas contradictorias.
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