Identificaci¨®n de Espa?a
Yo de ni?o quer¨ªa ser ge¨®grafo, imponiendo que era gente que viajaba. M¨¢s tarde, en lo que puede ser interpretado como un af¨¢n por estudiar las cosas en profundidad, o un deseo de extraer metales raros, me propuse ser ge¨®logo. No me cabe la menor duda de que yo hubiera sido un ge¨®grafo minucioso y un ge¨®logo concienzudo, pero la vida, o el azar, o las malas compa?¨ªas, me han llevado por otros caminos. De mi primera vocaci¨®n he guardado una afici¨®n por los nombres sonoros, sean los tales Kiruna o La Puebla de Carami?al. Respecto a lo segundo, la geolog¨ªa sigue suscitando en m¨ª la admiraci¨®n de un analfabeto frente a esos grandes libros encuadernados en piedra, como llamaba Dionisio Ridruejo a los sedimentos de nuestra orograf¨ªa. He de reconocer que la pereza, componente imprescindible en todo escritor, me ayud¨® a que no escogiera. Lo mismo que S¨¢nchez Ferlosio, me he quedado en esa condici¨®n confortable, ecl¨¦ctica e indecisa que es la de bachiller superior. Sin embargo, a la hora de reflexionar sobre el pa¨ªs, de represent¨¢rmelo como una noci¨®n plat¨®nica, o sencillamente cuando me invade la nostalgia, la geograf¨ªa y la geolog¨ªa sugieren, y en buena medida confortan, la idea que me hago de Espa?a.Geograf¨ªas hay muchas, desde la culinaria hasta la que recorre el ferrocarril. Me temo que geolog¨ªa s¨®lo hay una, aunque poco conocida. Doy por sentado que a cualquier ciudadano de Espa?a le gusta comer bien y viajar, si posible en primera. Es menos evidente que los s¨²bditos de la Corona se interesen por la fosa tect¨®nica del Ebro o por los curiosos plegamientos de la sierra de Gata, y sin duda tienen raz¨®n, aunque s¨®lo sea porque democr¨¢ticamente la suma integral de la opini¨®n de los ciudadanos tiene poder ejecutivo. La geolog¨ªa elemental s¨®lo interesa a los excursionistas y a los arrendatarios de un coto de caza. Al contrario, la geograf¨ªa, especialmente en las dos vertientes antes mencionadas, encuentra tal asentimiento en la poblaci¨®n que nuestras regiones tanto buscan su identidad en el habla como en la cocina, al tiempo que aceptan que el factor central y unitario, aun en su disfuncionamiento, quede representado por la Renfe.
Hubo un tiempo en que, de cara a Europa, todos los espa?oles ¨¦ramos lo mismo: matadores de toros. Era un oficio cruel, pero dignificaba. All¨¢ a finales de los a?os sesenta, cierto funcionario de aduanas austriaco, viendo que yo era espa?ol, me pregunt¨® lo m¨¢s seriamente del mundo si sab¨ªa torear, quiz¨¢ porque la imagen de Espa?a empezaba a cambiar y surg¨ªa la duda en las fronteras de cu¨¢l era la forma que ten¨ªan los espa?oles de ganarse la vida. Como le respondiera impert¨¦rrito que s¨ª, se mostr¨® m¨¢s comprensivo a la hora de dar por v¨¢lido un dudoso documento. Si una parte de nuestra propia identidad est¨¢ formada por lo que los dem¨¢s perciben de nosotros, puede decirse que la opini¨®n de los europeos tardofranquistas evolucion¨® aquellos a?os, y que de matadores de toros pasamos a ser una colectividad humana de perfil difuso, ni enteramente art¨ªstica ni totalmente carnicera, estado prolongado de duda cultural hasta que ha llegado, y a tiempo, la movida.
A ojos europeos, y por v¨ªa de toda una serie de campa?as de imagen, la movida es un factor de identificaci¨®n de tanta importancia como lo fueron anta?o los toros, y de tan relajada definici¨®n como puede serlo, a ojos de un usuario, la Renfe antes mencionada. Para Europa todos somos madrile?os, y la sola menci¨®n de Madrid nos convierte a. todos en socios de la movida. De nada vale afinar matices y expresar la preferencia que uno siente por el juego de front¨®n. Tampoco cabe defender a la propia generaci¨®n, que fue psicod¨¦lica, fugaz como una fuga y desamparada. La generalizaci¨®n de las generalizaciones nos envuelve y nos transforma en adolescentes nocturnos que de Vigo a Cartagena ingurgitan el mismo c¨®ctel azulado. Antes ¨¦ramos Antonio Ord¨®?ez, y ahora somos Ramonc¨ªn. Ante opini¨®n tan elemental he optado por emitir un juicio m¨¢s brutal y afirmar tajantemente que la movida son cuatro tenderetes montados. con pinzas que m¨¢s viven de rentas culturales que de lo que culturalmente producen. Creo que as¨ª salvo el prestigio de todos.
Vuelvo a mis antiguas vocaciones cient¨ªficas y no encuentro explicaci¨®n de Espa?a. La movida no sirve, y la Renfe se descalifica, por ahora. La complejidad administrativa dificulta una explicaci¨®n racional, por demasiado prolija, de lo que son y representan nuestras 17 autonom¨ªas. Decir de Espa?a que es un pa¨ªs en paro es una definici¨®n feroz, aunque no deje de guardar cierta conexi¨®n con la realidad. Un pa¨ªs es un conjunto proteico, dif¨ªcil de resumir en una conversaci¨®n. Llegado a esta ausencia de conceptos, y deseoso sin embargo de satisfacer la curiosidad de mis interlocutores, suelo acudir como ¨²ltimo recurso a don Ram¨®n del Valle-Incl¨¢n.
Dec¨ªa don Ram¨®n que quienes mejor entendieron nuestro pa¨ªs fueron los romanos. Despu¨¦s de recorrerlo en todas direcciones, con esa l¨®gica militar administrativa en que se basa la construcci¨®n del Estado, decidieron dividirlo en cuatro grandes regiones: Cantabria, Lusitania, la B¨¦tica y la Tarraconense. Todav¨ªa asombra la clarividencia de esa partici¨®n, que en nuestros d¨ªas, con ceder Galicia a Portugal, lo asimilaba en un conjunto ib¨¦rico. As¨ª, la regi¨®n central cobra sentido por sola como valor confederativo y, dir¨ªa yo, geol¨®gico. Se?alaba Valle-Incl¨¢n lo poco que se han desplazado con los siglos as capitales naturales, otorgadas a Bilbao, Lisboa, Sevilla y, por peso espec¨ªfico, de Tarraco a Barcelona. El ilustre escritor y extravagante ciudadano no dud¨® en proponer a la II Rep¨²blica que siguiera el modelo romano a la hora de organizar el Estado, pero ni la situaci¨®n estaba para sacar lecciones de tan lejanos protectores ni la l¨®gica republicana, ni aun mon¨¢rquica, tiene por qu¨¦ seguir el ejemplo del C¨¦sar. Todo es, sin embargo, que yo me quedo con esa luminosa divisi¨®n que define a nuestros pueblos y nos identifica a todos.
Hay que tener en cuenta la realidad de los hechos, y dejando aparte los rostros y nombres del poder central, internacionalmente divulgados, hay que estar en condiciones de responder a la pregunta de qui¨¦nes son los que regionalmente nos gobiernan. Y para esos casos tengo yo una fotograf¨ªa recortada en la prensa, donde aparecen todos nuestros presidentes, c¨¢ntabros, lusitanos, tarraconenses, b¨¦ticos, centrales e insulares, confundidos. Es una estampa oficial en la escalinata de alg¨²n palacio. Son hombres elegidos por el pueblo y, por tanto, dignos de respeto en su funci¨®n si no todos en su persona. Bajo cada uno de ellos se ha impreso su nombre, y yo los muestro, los enumero y los identifico, sonrientes, satisfechos, levitantes, como miembros del Mile High Club, ese selecto c¨ªrculo de quienes al menos una vez en la vida han hecho el amor en un aeroplano.
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