La maquinaria de un candidato
"Despu¨¦s de todo", dice Michael Pulitzer, "la elecci¨®n de un presidente de EE UU es cuesti¨®n de dinero, de medios de comunicaci¨®n y de organizaci¨®n. Ese es el secreto de esta locura".La de 1988 es una elecci¨®n presidencial en la que hay pocos grandes temas, pocos abismos ideol¨®gicos entre candidatos. El desastre de la Bolsa de Nueva York afecta a un porcentaje m¨ªnimo de la poblaci¨®n; la baja cotizaci¨®n del d¨®lar favorece las exportaciones (no favorece los viajes al extranjero, pero los turistas americanos tambi¨¦n constituyen un porcentaje ¨ªnfimo de la poblaci¨®n); las relaciones exteriores de EE UU se enderezaron tras la cumbre de Washington, y hasta el tema de la contra nicarag¨¹ense qued¨® encarrilado hace tres d¨ªas en el Congreso; el mundo pasa por un momento de d¨¦tente. No parece haber revoluciones pendientes en la sociedad norteamericana.
El contenido ideol¨®gico de los programas de los diversos candidatos no difiere grandemente. Es m¨¢s: casi ni ha sido enunciado y ciertamente no est¨¢ siendo discutido hasta ahora. Por el contrario, el proceso electoral, al menos hasta que se produzca la designaci¨®n de los candidatos de cada partido, va discurriendo entre personalidades. Por eso son tan importantes el dinero de que dispone cada candidato, su consiguiente capacidad de influir en los medios de comunicaci¨®n y el buen funcionamiento de su organizaci¨®n.
Todo est¨¢ orientado a que el aspirante se convierta en una figura familiar en los hogares americanos, en la maquinaria de su partido, en la convenci¨®n nacional que le convertir¨¢ en su candidato y, finalmente, en los votantes que le han de elegir.
En este momento, un d¨ªa antes del caucus de Iowa, no importa realmente lo que el candidato opine sobre la OTAN, la deuda latinoamericana o la guerra de Afganist¨¢n, sino c¨®mo se ha presentado ante los electores, c¨®mo sabe sonre¨ªr o defenderse en un debate, c¨®mo maneja a un beb¨¦ o a un cerdito. El Newsweek de la semana pasada, en un art¨ªculo intitulado Aventuras en el Pa¨ªs de las Campa?as, asegura que en 1988 parece que se escoge a los candidatos "mediante el procedimiento de desterrarlos a una versi¨®n circense de Am¨¦rica, para despu¨¦s ver cu¨¢les ser¨¢n capaces de recorrer el camino de regreso a la realidad".
Una campa?a muy cara
George Bush hijo opina que la campa?a de su padre ha arrancado con varios cuerpos de ventaja: "El problema es que le conozcan a uno a lo largo y a lo ancho del pa¨ªs y de arriba abajo en las estructuras. Que la gente se f¨ªe del candidato, entre otras cosas, porque le ha visto, le ha tocado o ha intercambiado alguna palabra con ¨¦l. La gente quiere elegir a su presidente". No dice si lo que posteriormente resulta elegido es un estereotipo. S¨ª confiesa que, en esta etapa final, se aprecia en el candidato una irritaci¨®n progresiva, un cansancio cada vez mayor. Es inevitable. Pero Bush le ha dado la vuelta al pa¨ªs al menos en cinco ocasiones electorales recientes (las presidenciales de 1980, 1984 y ahora, 1988, y las del Congreso de 1982 y de 1986).
La campa?a George Bush For President est¨¢ en marcha desde hace dos a?os. Para llevarla a buen puerto, fue preciso ponerse a reunir muy pronto el tremendo capital que al final de la campa?a habr¨¢ sido indispensable, el m¨¢ximo que autoriza la ley: 23 millones de d¨®lares (unos 2.600 millones de pesetas). Un candidato puede gastar m¨¢s, pero entonces no recibe ayuda financiera federal. Para tener derecho a ella, el candidato no puede aportar a su campa?a m¨¢s de 50.000 d¨®lares de su propio bolsillo, y adem¨¢s, tiene que obtener en cada uno de 20 Estados 5.000 d¨®lares en contribuciones individualizadas de 250 d¨®lares o menos. En esas condiciones, el Tesoro entrega a la campa?a del candidato una cantidad igual de dinero hasta un m¨¢ximo de 250 d¨®lares por contribuyente. Ning¨²n individuo puede contribuir a una campa?a con m¨¢s de mil d¨®lares.
El dinero as¨ª recaudado tambi¨¦n tiene unos l¨ªmites muy estrictos de gasto: 36 centavos por elector. Ello quiere decir que en un Estado tan esencial para las aspiraciones de un candidato, pero tan peque?o como Iowa, un aspirante no puede gastar m¨¢s de 780.000 d¨®lares (unos 88 millones de pesetas). Todos hacen trampa, por ejemplo, alquilando en otro Estado los coches que se van a utilizar, o pagando espacios de televisi¨®n en Illinois para su difusi¨®n a los pueblos fronterizos de Iowa.
"Esto de elegir al presidente de Estados Unidos", dice Lee Atwater, director de la campa?a de Bush, "es como encontrar un candidato ideal para presidente de los Estados Unidos de Europa del Oeste... y del Este". Pone los pies sobre su mesa cubierta de papeles, folletos, banderolas y pegatinas y se encoge de hombros. "No es f¨¢cil, ?eh?".
La oficina central de la campa?a en Washington est¨¢ muy cerca de la Casa Blanca. Es un piso destartalado en un edificio anticuado. Nadie gasta un c¨¦ntimo de m¨¢s en instalaciones. La mecanizaci¨®n no es revolucionaria; hasta sorprende lo primitiva que resulta: en la campa?a de 1980 usaron una fotocopiadora; en la de 1984 tuvieron un ordenador personal; ahora tienen m¨¢s, claro, pero solamente una m¨¢quina de telefax.
En las oficinas centrales, y en cada Estado en el momento de una primaria, trabajan s¨®lo 250 profesionales. El resto, hasta 10.000, son voluntarios. Duermen poco, sonr¨ªen mucho y se pasan la vida colgados del tel¨¦fono, solicitando donaciones o mimando a un jefe local. Les prometen que George Bush ha apreciado personalmente su donativo, o su entusiasmo, o su traici¨®n. Los grandes jefes de campa?a hacen, en el fondo, lo mismo, apaciguando a un gobemador, pidiendo su endoso a un gran predicador, escuchando pacientemente las quejas de un celoso. "Aqu¨ª el entusiasmo es tal", dice George Bush hijo, "que si alguien tirara una granada de mano en la habitaci¨®n de mi padre, nadie saltar¨ªa por la ventana: todos se abalanzar¨ªan sobre la granada". Mira al suelo como si algo pudiera estallar, pero s¨®lo hay una vieja toalla con un bordado que reza GB for P en grandes letras azules. En la pared hay dos dibujos infantiles clavados con chinchetas.
La esencia del pueblo
"Son del nieto mayor de George Bush, de cuando era muy peque?o", dice su hijo. Se inclina hacia adelante con entusiasmo. "?Sabe? La mujer de mi hermano es mexicana. ?Qu¨¦ mejor llamamiento a la poblaci¨®n hispana de Estados Unidos que mi padre con su nieto en las rodillas?".
Eso es George Bush For President, contin¨²a: "Una personalidad que acude directamente a la esencia del pueblo americano, exhibi¨¦ndole las virtudes que m¨¢s admira: la familia, el sentido religioso y el ¨¦xito profesional. En realidad, multiplicamos a nuestro padre por cuatro: cada vez que un hijo suyo hace campa?a en un pueblo, para los vecinos es como si estuviera ¨¦l. Es imposible que no ganemos". Me n¨²ra como si yo fuera un posible votante. Luego recuerda que soy europeo, se relaja y sonr¨ªe.
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