Necrospectiva acerca de Heidegger
La vana disputa acerca de Heidegger no tiene sentido filos¨®fico propio, es tan s¨®lo el s¨ªntoma de una debilidad en el pensamiento actual, que, a falta de encontrar una nueva energ¨ªa, vuelve con obsesi¨®n a sus or¨ªgenes, a la pureza de sus referencias, y revive con dolor, en este fin de siglo, su escenario de principios de siglo.
En general, el caso Heidegger es sintom¨¢tico del revival colectivo que se ha apoderado de esta sociedad a la hora del balance secular: revival del fascismo, del nazismo, de la exterminaci¨®n, aqu¨ª tambi¨¦n tentaci¨®n de restaurar el escenario primitivo de este siglo, de blanquear los cad¨¢veres y de ajustar las cuentas y, al mismo tiempo, perversa fascinaci¨®n de la vuelta a las fuentes de la violencia, alucinaci¨®n colectiva de la verdad hist¨®rica del mal. Nuestra imaginaci¨®n actual debe ser bastante d¨¦bil; nuestra indiferencia por nuestra propia situaci¨®n y por nuestro propio pensamiento, bastante grande como para que tengamos necesidad de una taumaturgia tan regresiva.Por lo que respecta a Heidegger, es ahora cuando descubrimos la prevaricaci¨®n (?) intelectual, cuando bien que nos hab¨ªamos acomodado a ella durante 40 a?os. De hecho, la misma jugada se hizo con Marx y Freud. Cuando el pensamiento marxista dej¨® de funcionar triunfalmente, se pusieron a hurgar en la vida de Marx, descubriendo que era un burgu¨¦s y que se acostaba con su criada. Cuando el pensamiento psicoanal¨ªtico comenz¨® a perder su incuestionado resplandor, se investig¨® en la vida y la psicolog¨ªa del propio Freud y se repar¨® en que era sexista y paternalista. Ahora es a Heidegger a quien se acusa de ser nazi.
Qu¨¦ importa, por lo dem¨¢s, que se le acuse o que se intente disculparle: todo el mundo, de una y otra parte, cae en la misma trampa de un pensamiento rastrero, de un pensamiento nervioso que ni siquiera tiene la dignidad de sus propias referencias ni tampoco la energ¨ªa para superarlas y que desperdicia lo que le queda en los procesos, los reproches, las justificaciones, las verificaciones hist¨®ricas. Autodefensa de la filosof¨ªa que sigue la ambig¨¹edad de sus maestros; autodefensa de toda una sociedad que, a falta de haber podido generar otra historia, est¨¢ condenada a machacar la historia anterior para dar testimonio de su existencia, examinar sus cr¨ªmenes. Pero ?qu¨¦ sentido tiene esta prueba? Es porque hemos desaparecido hoy pol¨ªticamente (¨¦ste es nuestro problema) por lo que queremos probar que hemos muerto entre 1940 y 1945 en Auschwitz o en Hiroshima (esto, al menos, es una historia fuerte). As¨ª como los armenios se agotan intentando probar que fueron masacrados en 1917, prueba inaccesible, in¨²til, pero vital de alguna manera. Es porque la filosof¨ªa, hoy, ha desaparecido, por lo que debe probar que estuvo definitivamente comprometida, con Heidegger, o convertida en af¨¢sica por Auschwitz. Todo esto es un recurso hist¨®rico desesperado por una verdad p¨®stuma, por una disculpa p¨®stuma -y esto, en un momento en el que no hay bastante certeza para lograr cualquier verificaci¨®n, en el que no hay bastante filosof¨ªa para fundamentar una relaci¨®n cualquiera entre la teor¨ªa y la pr¨¢ctica, donde no hay bastante historia para instaurar una prueba hist¨®rica cualquiera de lo que sucedi¨®.
La cuerda floja
Se olvida demasiado que toda nuestra realidad ha pasado por la cuerda floja, inclusive los tr¨¢gicos acontecimientos del pasado. Esto quiere decir que es demasiado tarde para comprobarlas y comprenderlas hist¨®ricamente, pues lo que caracteriza. nuestra ¨¦poca, nuestro fin de siglo, es que los instrumentos de esta inteligibilidad han desaparecido. Hab¨ªa que comprender la historia en tanto en cuanto hab¨ªa historia. A Heidegger hab¨ªa que denunciarle (o defenderle) cuando era su tiempo todav¨ªa. S¨®lo se puede instruir un proceso si tiene un desarrollo consecutivo. Ahora es demasiado tarde, hemos sido transferidos a otra cosa, como bien se ha visto con Holocausto en la televisi¨®n, e incluso con Shoah. Estas cosas no se entendieron cuando hab¨ªa medios para ello. En lo sucesivo tampoco se entender¨¢n. No se entender¨¢n porque nociones tan fundamentales como las de responsabilidad, de sentido (o contrasentido) hist¨®rico, han desaparecido y est¨¢n en v¨ªas de desaparici¨®n. Los efectos de la conciencia moral, de la conciencia colectiva, son efectos mediatizadores, y se puede leer en el ensa?amiento terap¨¦utico con el que se intenta resucitar esta consciencia el poco aliento que le resta todav¨ªa.
- Nunca sabremos si el nazismo, los campos, Hiroshima, eran inteligibles o no, ya no estamos en el mismo universo mental. Reversibilidad de la v¨ªctima y del verdugo, difracci¨®n y disoluci¨®n de la responsabilidad, ¨¦stas son las virtudes de nuestro maravilloso interface. Ya no tenemos la fuerza del olvido, nuestra amnesia es aquella de las im¨¢genes. ?La amnist¨ªa qui¨¦n la decretar¨¢ si todo el mundo es culpable? En cuanto a la autopsia, nadie cree ya en la veracidad anat¨®mica de los hechos: trabajamos sobre unos modelos.
De tal suerte que, a fuerza de escrutar el nazismo, las c¨¢maras de gas, etc¨¦tera, para analizarlos, se han vuelto cada vez menos inteligibles, hasta el punto de Regar a plantearse l¨®gicamente esta pregunta incre¨ªble: "Pero, en el fondo, ?ha existido todo esto realmente?". Esta pregunta es, a lo mejor, est¨²pida, o moralmente insoportable, pero lo que es interesante es lo que la hace l¨®gicamente posible. Y eso que la hace posible es la sustituci¨®n mediatizadora de los acontecimientos, de las ideas, de la historia, que hace que cuanto m¨¢s las escrutemos, mayor sea la investigaci¨®n de los detalles para hacerse con las causas; cuanto m¨¢s dejen de existir, m¨¢s dejar¨¢n de haber existido. Confusi¨®n sobre la identidad de las cosas, a fuerza misma de instituirlas, de memorizarlas. Indiferencia de la memoria, indiferencia de la historia misma a los esfuerzos por objetivizarla. Un d¨ªa nos preguntaremos si Heidegger mismo ha existido. La paradoja faurissoniana puede parecer odiosa, pero, por otro lado, traduce el movimiento de toda una cultura, callej¨®n sin salida de un fin de siglo alucinado, fascinado por el horror de sus or¨ªgenes, para quien el olvido es imposible y cuya ¨²nica salida est¨¢ en la degeneraci¨®n.
Si la prueba es in¨²til en cuanto que ya no hay discurso hist¨®rico para instruir un proceso, el castigo es tambi¨¦n imposible. Auschwitz, la exterminaci¨®n, son inexpiables. No hay ninguna equivalencia posible en el castigo, y la irrealidad del castigo conlleva la irrealidad de los hechos. Lo que estamos viviendo es algo completamente distinto.
Lo que est¨¢ sucediendo colectivamente, confusamente, es el paso del estado hist¨®rico al estado m¨ªtico, es la reconstrucci¨®n m¨ªtica y mediatizada de todos los acontecimientos. Y, en cierto sentido, esta conversi¨®n m¨ªtica es la ¨²nica operaci¨®n que puede no s¨®lo disculparnos moralmente, sino absolvemos fantasmag¨®ricamente de este crimen original. Pero para esto, para que incluso un crimen se convierta en mito, hace falta que se ponga fin a su realidad hist¨®rica. Si no, todas estas cosas, el fascismo, los campos de exterminaci¨®n, habiendo sido y permaneciendo para nosotros hist¨®ricamente insolubles, estamos condenados a repetirlas eternamente como un escenario primitivo. No son las nostalgias fascistas las peligrosa; lo que es peligroso y decisivo es esta reactualizaci¨®n patol¨®gica de un pasado en el que todos, los que niegan y los que defienden las c¨¢maras de gas, los detractores y los defensores de Heidegger, son los actores simult¨¢neos y casi c¨®mplices; es esta alucinaci¨®n colectiva que conlleva todo lo imaginario ausente de nuestra ¨¦poca, todo lo que est¨¢ en juego de violencia y de realidad, hoy ilusoria hacia esta ¨¦poca, en una especie de compulsi¨®n de revivirla y de profunda culpabilidad de no haberla padecido. Todo esto supone una abreacti¨®n desesperada por el hecho de que estos acontecimientos se nos est¨¢n escapando del plano real. El affaire Heidegger, el proceso Barbie, etc¨¦tera, son las convulsiones irrisorias de esta p¨¦rdida de la realidad, la nuestra hoy, y en las que las proposiciones de Faurisson son la c¨ªnica traducci¨®n del pasado. "No ha existido" significa que no existimos ni siquiera lo bastante como para mantener una memoria, y que no tenemos m¨¢s, para sentimos vivos, que los m¨¦todos de la alucinaci¨®n.
Post scr¨ªptum: ?No podr¨ªamos, en vista de todo esto, ahorrarnos este fin de siglo? Propongo lanzar una petici¨®n colectiva para que se supriman por adelantado los a?os 1990, y que pasemos de 1989 al a?o 2000. Pues estando ya aqu¨ª este fin de siglo, con todo su pathos necrocultural, sus conmemoraciones, sus museificaciones de nunca acabar, ?vamos a seguir aburri¨¦ndonos 10 a?os m¨¢s con este infierno?
Traducci¨®n: Isabel Garc¨ªa Puente.
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