ANTONIO COLINAS El fest¨ªn del genio
El amplio eco que ha tenido el estreno de la temporada de ¨®pera en el teatro de la Scala, de Mil¨¢n, con el Don Giovanni, de Mozart, coincide con la lectura que acabo de hacer de uno de los m¨¢s hermosos e ignorados libros de Stendhal, la Vida de Rossini. Lejos han quedado ya aquellos tiempos en que los apasionados amantes de la ¨®pera de Lombard¨ªa recelaban de la m¨²sica m¨¢gica y misteriosa de Mozart; lejos han quedado aquellos d¨ªas en que los instrumentistas milaneses necesitaban de seis meses para tocar in tempo (con medida) el primer final de Don Giovanni, habituados como estaban sus o¨ªdos a ritmos y a cadencias no ultramontanos, a la forma latina de amar y de so?ar.Pero es del delicioso libro de Stendhal, recientemente publicado en manejable formato y traducido esmeradamente por Consuelo Berges, del que hoy quisiera hablar aqu¨ª. Bajo la modesta apariencia de este tomito vuelve a brillar, una vez m¨¢s, el genio de Stendhal. Soy un antiguo y fervoroso admirador de este milanese de adopci¨®n, pero me cuento entre los que a¨²n desconoc¨ªan esta obra, que constituye todo un fest¨ªn para el genial autor que la escribe y para los sentidos de la persona que la lee, especialmente de aquel lector que ame la gran m¨²sica. Libros hay muchos, pero pocos son los que dan la medida -con humor, con realismo, con flexibilidad- del genio de un autor.
La pasi¨®n de Stendhal por Italia no es ninguna novedad. De ella han quedado pruebas extraordinarias en sus novelas (La cartuja de Parma), en los libros de viaje (Roma, N¨¢poles, Pl¨®rencia) o en sus ensayos (Historia de la pintura en Italia). El inter¨¦s -siempre razonado, como es el de un franc¨¦s- de Stendhal por Italia y los italianos est¨¢ fuera de toda duda, pero es en esta Vida de Rossini en donde se muestran con mayor objetividad esa pasi¨®n y ese inter¨¦s. En las descripciones de los lagos en La cartuja de Parma o de las ruinas toscanas o romanas de sus relatos breves, su amor por Italia aparece neutralizado por las historias, por cuanto de ficticio hay en toda narraci¨®n. En sus libros de ensayo -?de ensayo?-, Stendhal intenta templar in¨²tilmente su pasi¨®n, pues derrama su inter¨¦s en hechos cotidianos, reales, que desbordan incluso su extremado fervor -furor, dir¨ªa ¨¦l- por el canto.
En la Vida de Rossini, mucho antes de pasar a analizar con una n¨²nuciosidad a toda prueba las obras del compositor de Pesaro, Stendhal deja una vez m¨¢s expuestas sus obesiones de siempre: la relatividad de todo, las continuas y despiadas iron¨ªas en torno a sus compatriotas los franceses, su fr¨ªa lucidez pol¨ªtica, los gui?os de signo rom¨¢ntico a los espa?oles o el utilizar a Voltaire o la pintura de Rafael Sanzio para analizar la mayor o menor inmadurez de una melod¨ªa. Esta ¨²ltima actitud -muy destacable en toda la obra de Stendhal- viene a probar que, para ¨¦l, las diversas formas del arte se interrelacionan en todo momento. Su flexibilidad y su maestr¨ªa nacen de ese af¨¢n antidogm¨¢tico que hace del arte (y de la vida) una totalidad que se ve enriquecida por todos los g¨¦neros y por todas las virtudes y defectos de la existencia.
Siempre est¨¢ fundamentada esa encendida pasi¨®n de Stendhal por las artes en lo real absoluto, no en la realidad de los mezquinos y de los superficiales. Stendhal escribir¨¢ un libro de cerca de 500 p¨¢ginas sobre Rossini, un libro que ser¨¢ el fruto de una persona que ha vivido "ocho o diez a?os en las ciudades en que Rossini electrizaba con sus obras", y despu¨¦s de haber llevado a cabo "viajes de 100 millas" para asistir al estreno de una de ellas. En un af¨¢n de verdad y de belleza, no tiene reparo alguno en afirmar, ya desde el prefacio -como lectores comprendemos su sinceridad, pero no la aceptamos-, que ¨¦l es un autor de "temas frivolos", que jam¨¢s lo debemos tomar por "un hombre de letras" y que su libro ni siquiera es un libro, al tiempo que da por descontado que en ¨¦ste no faltan las "inexactitudes".
Stendhal se sirve tambi¨¦n de Rossini para probar la relatividad de toda idea intocable o de toda belleza ideal, pues ambos conceptos no son sino actitudes que cambian cada 30 aflos, posiciones dogm¨¢ticas al arbitrio del gusto y del capricho de los humanos. Ello no impide, claro est¨¢, que se sienta apasionado por el presente, que saboree en un palco de la Scala o del San Carlo napolitano la intensidad que la m¨²sica produce -¨¦l habla de "experimentos el¨¦ctricos"- entre su cuerpo y el cuerpo que s¨®lo tiene a un paso de distancia. -
"Placer enteramente fisico y maquinal...". ?Qu¨¦ otro sentido buscar a una voz melodiosa, dulc¨ªsima? Ascensi¨®n del que escucha a las m¨¢s altas esferas, sin dejar al mismo tiempo de apreciar cuanto de real tiene la vida, sin ignorar que el talento de una prima donna puede deberse, simplemente, a su fealdad. Con frecuencia le faltan las palabras a Stendhal y, como en otras de sus obras, se ve obligado a hacer uso de la simple an¨¦cdota para mejor expresar sus sublimes sensaciones. As¨ª sucede cuando cuando algunas de las m¨¢s espl¨¦ndidas obras de Rossini. Nos habla, en concreto, del "¨¦xito tan loco" de una obertura que todos sabemos inolvidable, y dice con orgullo: "Yo asist¨ª al estreno de La gazza ladra".
El libro de Stendhal sobre Rossini nos recuerda tambi¨¦n que el autor de El rojo y el negro no s¨®lo era un asiduo visitante de los grandes teatros italianos -Mil¨¢n, Venecia, N¨¢poles-, sino tambi¨¦n de los m¨¢s modestos. Ya en las p¨¢ginas de su Diario nos hab¨ªa hablado de la predilecci¨®n que sent¨ªa por el teatro de madera que hab¨ªa en la Piazza Vecchia de B¨¦rgamo.
En los teatros que hab¨ªa a lo largo del camino que iba de Mil¨¢n a Venecia, atento a los blancos cuellos de las j¨®venes de Lombard¨ªa, pas¨® probablemente Stendhal los d¨ªas m¨¢s deliciosos de su vida, siempre fiel a aquella apoteosis de un per¨ªodo musical que se abr¨ªa con Cimarosa o el gran Paissello y que lleg¨® al delirio con las grandes ¨®peras de su amado Rossini. En el fondo de esa aventura vital y est¨¦tica de la m¨²sica escuchada en un pa¨ªs ideal, el lector encontrar¨¢, inesperadamente, a manos llenas, en este libro las verdades de siempre; esas verdades dichas casi sin importancia, entre las risas y las l¨¢grimas del mel¨®mano excepcional que en ¨¦l se dio: "Puesto que la muerte es inevitable, olvid¨¦mosla".
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