Testamento
O testamentos.La idea me ha venido de lo que escuch¨¦ decir una ma?ana al viento siciliano desde el balc¨®n de un hotel de Taormina, en el que estaba tomando el sol.
-?Ves aquella ladera del volc¨¢n por la que resbala la nieve mezclada con la lava, y aquel cipr¨¦s aislado junto al recodo del camino en el que se encontraba Acis con Galatea para darse al amor entre las yedras escondidas?
Era la primera vez que o¨ªa al viento hablar as¨ª, atribuy¨¦ndose la propiedad del paisaje y dej¨¢ndolo como herencia a una planta bell¨ªsima -un florecido laurel rosa, oleandro o adelfa que, como dije, contemplaba desde el balc¨®n del hotel en que me hospedaba.
Desde entonces he sorprendido o me han revelado algunas donaciones, muy raras algunas, como ¨¦sta que me cont¨® Marta, una esbelta y bella adolescente, la que me dijo que, hall¨¢ndose en una playa de Valencia, oy¨® la voz del mar, que le dec¨ªa:
-Pronto voy a arrojar, a la ca¨ªda de la tarde, una bolsa con antiguas monedas de oro, para que se las entregues a tu madre, y para ti, entre un manojo de verdosas algas, la dentadura plateada de Ulises, la que perdi¨® en su viaje a ?taca. ?sa te la quedas t¨². Es para ti sola. No la muestres a nadie.
?Qu¨¦ extra?o! De un tiempo a esta parte escucho las cosas que se hablan entre s¨ª, cedi¨¦ndose como testamento lo m¨¢s inesperado.
-Te dejo a ti -dec¨ªa un piojo a un collar de claras esmeraldas colgado del largo y botticelliano cuello de una dama-, te dejo como herencia dos negros piojos, que en poco tiempo fructificar¨¢n por miles alrededor de ti, llegando a poblar la cabeza y alto pubis de tu due?a de una temblorosa colonia que ir¨¢ creciendo hasta cubrir el color transparente de las esmeraldas.
No es que esto me sorprendiera demasiado, pues llegu¨¦ a escuchar del pene desproporcionado de un escarabajo pelotero, que salpicaba con su semen a unas abejas que libaban de unas florecillas regadas por el c¨¦sped:
-De la miel de vuestros pr¨®ximos panales chorrear¨¢n ¨¢ngeles con caras de hipop¨®tamo, poblando constelaciones que un d¨ªa explotar¨¢n sobre la tierra.
Y aquella noche no pod¨ªa dormir. Los ¨¢rboles, los peces y las desconchadas se hablaban entre ellos, y un magnolio gigante colg¨® de una escueta araucaria un cintur¨®n de grandes flores blancas, cuyos virgos se abrieron en la noche, perfum¨¢ndola de un intocado olor a violaci¨®n llevado por el aire.
D¨¦jame, pues soy yo ahora quien te lo pide. Recibir¨¢s parte de mi herencia: tantos dibujos y cuadros que no hice, que se cruzaron como rel¨¢mpagos por mis ojos y no pude atrapar sobre el papel o el lienzo, y tantos, tantos poemas que me ondearon por la imaginaci¨®n, de los que no pude fijar ni una sola estrofa en los albores de la madrugada.
Pero, sin embargo, algunos de aquellos versos, volvi¨¦ndose hacia m¨ª en medio de la altura de la noche, se me enredaron en los ojos: "Yo no nac¨ª sino para quereros... / En el cristal de tu divina mano... / Hecho un corral de cuernos te contemplo... / Que los claveles que tronch¨® la aurora... / Desde el umbral de un sue?o me llamaron... Que haya un cad¨¢ver m¨¢s, ?qu¨¦ importa el mundo?
Mas no pude evitar que, al menos en sue?o, dejara en testamento a todos los curas de mi colegio, entre m¨¢s de una docena de perros reci¨¦n nacidos, tres bonetes rebosantes de pulgas ca¨ªdas del extraordinario pelo de la madre, una gigante perra loba con ojos tristes de gacela.
?Qui¨¦n ha inventado los dolores de v¨¦rtebras y a qui¨¦n dej¨¢rselos en testamento? Ven t¨², sal de donde est¨¢s escondido, hijo de chacal bizco y rata albafialera. ?D¨®nde est¨¢s para no herirte ni desearte nada, s¨®lo que cuando te miren no te vean?
Todos estos cacharros son para ti, mujer. Todos est¨¢n rotos. Los rompimos entre los dos en una madrugada de invierno, cuando un sol equivocado de verano se quiso meter, saliendo entre dos nubes. Te los deja este trozo de lluvia pegado en el cristal de tu -ventana. Puedes romperlos, pero s¨®lo momentos antes de morirte.
Ahora voy a dormir. Pero ?has dormido t¨² alguna vez en tu vida? ?Has cerrado los ojos cuando hay que cerrarlos, o es entonces cuando los has abierto en ciego alarde provocativo de desaf¨ªo al sue?o? (.. .) Y yo te dejo a ti todos los d¨ªas y las noches, los sue?os que no se realizaron, las p¨¢ginas en blanco, los ¨ªndices en negro, los pasos que no pudiste dar, los disparos, los tiros que no pudiste pegar en la guerra y que seguramente contribuyeron a no ganarla.
Pero de pronto se escuch¨® como un mon¨®tono canturreo. Eran las letras del alfabeto que se presentaban a s¨ª mismas gritando:
Soy la H. Y yo la O. Y yo la T. Pues yo la U. Y yo la J. Y yo la I. yo la D. Pues yo la A. Yo la P. yo la E. Cont¨¦ 10. Con ellas intent¨¦ formar las palabras que pude, como hita, t¨ªpa, deja, jota, jode, pipa, hoja, plo, pedo, poeta, opio, jud¨ªo, tajo, jade, pino, pito, pato... Con las 10 letras que han originado estos nombres podemos componer el repetido insulto conocido: hijo de puta. (Con perd¨®n de todas las putas.) Como me gust¨® mucho por lo inesperado, lo inclu¨ª en mi testamento, aplic¨¢ndolo a varios nombres que no hacen al caso.
Al d¨ªa siguiente sal¨ª de Madrid y sub¨ª a lo alto de una monta?a del Guadarrama, desde la que se dominaba un valle profundo. De ¨¦l arrancaba otra monta?a enfrente de la que yo estaba. Pens¨¦ inmediatamente: voy a dejar como herencia mi voz al eco de la monta?a del otro lado del valle. Ten¨ªa que gritar, provocar al eco, que se hallaba dormido. Primero lanc¨¦ mi nombre no demasiado alto: ?Rafaeeeeeel!... ?Eeeel!, respondi¨®, comedido, el eco de la otra monta?a. ?La meeeecer!, le grit¨¦ en franc¨¦s por si acaso el eco conoc¨ªa este idioma. Pero me respondi¨® en espa?ol, con una claridad y una pronunciaci¨®n perfecta: ?Maaaaaar! No me gust¨® que respondiese en espa?ol.
Yo quer¨ªa que el eco prolongase m¨¢s el final de lo que le gritaba. Y al punto lanc¨¦ con todas mis fuerzas: ilturriberrigorrigoicorrotacoechea! Era un apellido vasco, la palabra con m¨¢s s¨ªlabas que yo conoc¨ªa. El eco entonces se convirti¨® en el campe¨®n de los ecos, pues casi s¨®lo se comi¨® dos s¨ªlabas, pronunciando las restantes de un modo prolongado y perfecto. Por fin, hab¨ªa logrado dejar mi voz de manera pura y transparente en los ecos de la monta?a.
Tengo que terminar diciendo que todo esto me gust¨® mucho. Pero nada como aquel viento siciliano ofreciendo a un oleandro en flor aquella ladera del volc¨¢n resbalada de nieve y aquel camino por el que Acis encontraba a Galatea para darse al amor entre las yedras escondidas.
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