El confuso sue?o de Panam¨¢
En 1903, cuando Theodore Roosevelt firm¨® el pacto que entregaba a Estados Unidos el futuro de? canal de Panam¨¢ y los destinos del pa¨ªs, que acababa de nacer con la colaboraci¨®n de la Casa Blanca, el presidente ten¨ªa 45 a?os. Era un gobernante fuerte y Am¨¦rica Latina ten¨ªa s¨®lo 66 millones de habitantes. En 1987, cuando Reagan recoge la herencia del primer Roosevelt en el caso de Pamam¨¢, tiene 76 a?os, est¨¢ a punto de terminar su mandato enfrentado con su propio Congreso y Am¨¦rica Latina tiene 420 millones de habitantes. M¨¢s que eso: sufre una crisis econ¨®mica tan grave que la CEPAL dice que se ha perdido una d¨¦cada entera y que el 60% de su poblaci¨®n vive en la pobreza. En suma, cada problema objetivo se transforma, como en el sof¨¢ de Freud, en el estallido de la memoria hist¨®rica. Cada problema busca a Edipo; cada hora busca un libertador; cada d¨ªa esperas un cambio que no llega; cada noche esperas un amanecer que, como en Panam¨¢, puede convertirse en lo contrario del d¨ªa antes.En Panam¨¢, ese ayer fue la decisi¨®n del presidente Eric Delvalle de destituir al general Noriega y termiriar,con la espada del derecho constitucional, un dilema que permanec¨ªa en pie desde la muerte de Torrijos: "?Qui¨¦n gobierna en el pa¨ªs?". Desde luego no el poder civil representado, en teor¨ªa, por Delvalle. Desde luego no el poder militar en el sentido cl¨¢sico de los caudillos del siglo XIX. En Panam¨¢ gobernaba, como acaba de demostrarse, un sue?o armado de esperanzas reales y populismos confusos que dej¨® detr¨¢s de s¨ª, en medio de la estrecha garganta paname?a, un soldado l¨²cido y extra?o que se llamaba Torrijos. Le tengo en la memoria. Recuerdo un d¨ªa que, en su sala de espera, sentado como uno m¨¢s entre sus oficiales, me llev¨® hasta un ventanal. Me dijo: "?Ves?". Ve¨ªa, en uno de los patios de la sencilla casa, un helic¨®ptero. Me tom¨® del brazo y me dijo: "Cuando sube la corriente Humboldt yo tomo el helic¨®ptero y miro las cosas desde arriba". Comprend¨ª bien lo que quer¨ªa decir con su frase. Me a?adi¨®: "Los norteamericanos han hecho todo para comprarme, pero todav¨ªa", y una gran risa gozosa ilumin¨® su rostro, "no me han mandado a sus reinas de belleza. No s¨¦ lo que har¨ªa".
La corriente Humboldt le llev¨® a los aires y en los -aires se estrell¨® con el fin de la. existencia. Hab¨ªa logrado, inteligente y obstinado, que Estados Unidos aceptase reconocer la soberan¨ªa de Panam¨¢ sobre el canal y el fin de su mandato militar. El siglo XXI amanecer¨ªa, en el pa¨ªs canalizado por el primer Roosevelt, sin la bandera de Washington.
Pero un caudillo de la habilidad de Torrijos est¨¢ condenado hist¨®ricamente al fracaso porque no tiene nunca sucesor si el sucesor no es la sociedad civil. Su papel de hombre fuerte fue ocupado, mientras los gobernantes civiles se suced¨ªan sin romper ese nudo gordiano, por un general, Noriega, que acumula la astucia, pero no la sabidur¨ªa y la distancia de Torrijos. No olviden que Torrijos, al hablarme de un gobernante latinoamericano que era un amigo com¨²n de los dos, me dijo esta frase memorable, casi socr¨¢tica: "Me gusta porque cree en la esperanza y no cree en la experiencia".
Noriega es astuto, pero su astucia no impidi¨® que el pa¨ªs se degradara econ¨®mica y pol¨ªticamente. Primero se convirti¨® en un nido financiero de la banda internacional que transform¨® a Panam¨¢ en una Suiza vidriosa y turbulenta. Despu¨¦s, porque Panam¨¢ est¨¢ en el coraz¨®n de la ¨²nica exportaci¨®n que funciona en Am¨¦rica Latina -la droga- el pa¨ªs se transform¨® en una peligrosa zona de tr¨¢nsito para el narcotr¨¢fico.
Las drogas son la ¨²ltima explosi¨®n at¨®mica en la regi¨®n. Acosada por las deudas externas, disminuido su potencial econ¨®mico, sin aut¨¦ntica capacidad de pago, la regi¨®n vive una crisis que, de una forma u otra, pagando o sin pagar, durar¨¢ hasta muy dentro del siglo XXI. En esas condiciones hist¨®ricas y sociales se ha producido el conflicto de Panam¨¢. Estados Unidos, en el viejo cuadro del destino manifiesto, ha planteado tina estrategia equivocada contra el general Noriega.
Estrategia que, buscando alianzas con el poder civil y denunciando ante los tribunales la relaci¨®n de Noriega con el narcotr¨¢fico, convert¨ªa a ¨¦ste, u por el principio de la contradicci¨®n, en un h¨¦roe popular contra el imperialismo.
Eso explica que la proposici¨®n del presidente Eric Delva lle haya tenido, inmediatamente, una respuesta pol¨ªtico-militar clara: un golpe de Estado que tiene la resonancia bona partista, es decir, que implica la ocupaci¨®n de la asamblea por los hombres de Noriega. Consecuencia: destituci¨®n del presidente que tom¨® la responsabilidad de sustituir al general y elecci¨®n, en el cuadro de la con fusi¨®n, de un nuevo presidente, Manuel Sol¨ªs Palma, cuyo primer acto es reinstalar al general en sus funciones.
Historia ya vista en la comedia y en la tragedia. Historia ya realizada en la teor¨ªa del poder real frente al poder aparente. Ocurre, sin embargo, que ese debate interno est¨¢ despojado de toda posibilidad de esclarecimiento profundo, porque est¨¢ cruzado por la tormenta inmensa de un nacionalismo y un populismo cuya imagen es continentalmente contagiosa: la imagen de la oposici¨®n a un gran poder, Estados Unidos, y la vieja imagen b¨ªblica: David contra el imperio.
Esa imagen es en gran medida falsa. Esa imagen, sin embargo, puede mover a un continente si el m¨¢s viejo presidente que ha tenido Estados Unidos se transforma en un invasor. Cuesti¨®n capital en la coyuntura y en la estructura. Esto es as¨ª porque Panam¨¢ no es Granada y Reagan no es Theodore Roosevelt. La historia es otra y el debate es universal.
Las reglas de juego de la crisis paname?a tocan la espina dorsal de la crisis latinoamericana, cuya deuda externa fue valorada por la CEPAL en 1987 en 409.815 millones de d¨®lares. En los seis a?os ¨²ltimos, descontada la entrada de capitales externos, los pagos latinoamericanos al exterior se han elevado a 144.8 00 millones de d¨®lares. En otras palabras, el fantasma confuso de Noriega, s¨ªndrome de una relaci¨®n insatisfactoria con Estados Unidos, puede convertirse en una plataforma para la demagogia y la simplificaci¨®n continental. Tema bien grave cuando desde M¨¦xico a Argentina se est¨¢ viviendo un proceso important¨ªsimo, lento y conflictivo, para el ascenso de la sociedad civil y el respeto al pueblo con un no pol¨ªtico al populismo.
Si Reagan convierte en h¨¦roe al general Noriega paralizar¨¢ el desarrollo de las nuevas sociedades y volveremos al oscurantismo inquisitorial, tr¨¢gico, del enemigo identificado. Esta hip¨®tesis permite -todo -y paraliza todo al devolver a 420 millones de personas a la miseria sociol¨®gica de lo negro y lo blanco como ¨²nica explicaci¨®n, lamentable, del mundo.
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