Aldo Moro, moneda de cambio
Franceschini, fundador de las Brigadas Rojas, revela los entresijos de la negociaci¨®n para liberar al l¨ªder democristiano, secuestrado hace 10 a?os
Nos hab¨ªamos convertido en los interlocutores del partido de la negociaci¨®n. Nuestras reflexiones se las comunic¨¢bamos al hombre que nos envi¨® el secretario del partido socialista, Bettino Craxi., El abogado Giannino Guiso, uno de nuestros defensores, pide poder hablar conmigo y con Renato (Curcio), y nosotros lo recibimos como delegados de los otros detenidos del n¨²cleo hist¨®rico. Nos dice que trae un mensaje de Craxi, interesado en abrir un canal de comunicaci¨®n con las BR [Brigadas Rojas] para llegar a una soluci¨®n.Perspectiva dram¨¢tica
Si Moro mor¨ªa, nos dio a entender, era in¨²til ocultar el riesgo que corr¨ªamos tambi¨¦n nosotros, y nos cita a los compa?eros de la RAF [Fracci¨®n del Ej¨¦rcito Rojo, grupo terrorista alem¨¢n occidental] muertos en Stammhein en sus celdas. Y aun en el caso de que hubi¨¦semos obtenido la libertad, estaba ya preparado un comando de 300 carabineros que habr¨ªan interceptado nuestro avi¨®n, mat¨¢ndonos igualmente. Una perspectiva dram¨¢tica que nosotros tuvimos muy clara desde el principio. Las palabras del abogado, sin embargo, no nos asustan, porque adem¨¢s se pod¨ªa a¨²n confiar en una soluci¨®n no sangrienta del largo secuestro. Pero era necesario negociar y nosotros est¨¢bamos dispuestos a discutir cualquier tipo de propuesta.
Guiso, siempre en nombre de Craxi, nos dice que a cambio de la salvaci¨®n de Moro es posible ofrecer el cierre inmediato de la c¨¢rcel especial de Asinara y, en breve tiempo, todas las c¨¢rceles de m¨¢xima seguridad.
Las propuestas nacen, como los hongos, de un d¨ªa a otro. Vino tambi¨¦n a vernos el abogado Adoardo Arnaldi, de G¨¦nova., para decirnos que el diputado socialdem¨®crata Pierluigi Romita rogaba se nos comunicase que a cambio de Moro se podr¨ªa obtener la liberaci¨®n de Ra¨²l Sendic y de los otros jefes tupamaros detenidos en las c¨¢rceles de Uruguay. Una hip¨®tesis ¨¦sta, nos dice Arnaldi, que goza tambi¨¦n del consentimiento t¨¢cito de Giulio Andreotti.
A nosotros nos va bien todo eso, pero tenemos la sensaci¨®n neta, no desmentida despu¨¦s por los hechos, de que el verdadero objetivo de los negociadores era m¨¢s bien abrir un espacio de maniobra entre la Democracia Cristiana y el partido comunista. A trav¨¦s de Guiso, Craxi nos dice: "No deis excesivo peso a mis declaraciones p¨²blicas sobre vosotros, ya que no puedo obrar de otro modo, pero deb¨¦is saber que yo os considero personas serias, pol¨ªticamente inteligentes".
Pero en realidad nuestras respuestas positivas, nuestra amplia disponibilidad a mediar con los compa?eros de fuera no tuvieron eco. No es que nosotros hubi¨¦semos pensado decidir en nombre de Mario (Moretti) y de los otros (que hab¨ªan secuestrado a Moro), pero una propuesta nuestra a favor de una soluci¨®n incruenta habr¨ªa pesado fuertemente sobre la decisi¨®n de los compa?eros, dado el papel de jefes hist¨®ricos que hab¨ªamos asumido en lo que llamamos el imaginario colectivo. Si hubi¨¦semos dicho que hab¨ªa que liberar a Moro, dif¨ªcilmente los otros compa?eros podr¨ªan haberlo matado, porque habr¨ªa supuesto una ruptura con nosotros, los jefes hist¨®ricos; un precio demasiado alto.
Pero los mismos que ven¨ªan a buscarnos para que medi¨¢semos parec¨ªa que no entend¨ªan, que no quer¨ªan entender, que trav¨¦s nuestro se hubiese podido obtener lo que deseaban o lo que dec¨ªan desear.
El 3 de mayo, seis d¨ªas antes de que se encontrase el cad¨¢ver de Moro, nosotros le¨ªmos igualmente el comunicado n¨²mero 14 como ¨²ltimo puente de la negociaci¨®n, pidiendo el cierre de la c¨¢rcel especial de Asinara seg¨²n la l¨ªnea de Craxi, cosa que tres a?os m¨¢s tarde el Estado habr¨ªa aceptado para salvar la vida del magistrado Giovanni d'Urso.
Pero no sucedi¨® nada. El camino emprendido parec¨ªa sin salida, el partido de la firmeza era una roca maciza, inm¨®vil.. . Democristianos y comunistas aparec¨ªan paralizados, como si lo que estaba pasando fuera ineluctable. Una actitud, la del partido comunista, que nunca entend¨ª. Me parec¨ªa imposible que un partido con su historia supiera s¨®lo decir que no a cualquier tipo de iniciativa...
El 9 de mayo estoy leyendo un libro, tumbado en mi camastro, cuando la radio anuncia que las Brigadas Rojas han abandonado el cad¨¢ver de Moro en un Renault rojo. Me atenaza el miedo, miedo f¨ªsico y rabia y ganas de venganza y desesperaci¨®n. "Que se vayan todos a la mierda, ahora acabar¨¢n mat¨¢ndonos a todos". Pero es s¨®lo el pensamiento de un momento, una frase que me repito a m¨ª mismo obsesivamente y que enseguida coloco en el archivo del cerebro".
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