Pesadilla en Sur¨¢frica
S?LO UNA tremenda presi¨®n internacional ha sido capaz de retrasar por un mes la ejecuci¨®n de seis j¨®venes surafricanos de color, condenados a muerte por el pintoresco crimen de "haber participado en la intenci¨®n" de linchar a un funcionario municipal en 1984. Aunque se sabe que los condenados, no intervinieron en el linchamiento y muerte, el crimen de comunidad de intenciones es punible con la horca seg¨²n la b¨¢rbara ley surafricana. La ejecuci¨®n ha sido pospuesta s¨®lo porque un testigo ha declarado que, al dictado de la polic¨ªa, acus¨¦ falsamente a dos de los reos.La suspensi¨®n temporal de las ejecuciones es, por supuesto, una buena noticia, especialmente para los que las iban a padecer. Con ello se retrasa un vergonzoso retorno a los tiempos de la II Guerra Mundial, cuando los nazis tomaban rehenes inocentes y los fusilaban como venganza por las acciones guerrilleras de los partisanos. Sin embargo, no debe hacer olvidar que, para el Gobierno de Pretoria, el verdadero crimen es haber nacido con la piel de color.
El Gobierno blanco de Sur¨¢frica renunci¨® hace tiempo a cualquier soluci¨®n de su convivencia con la mayor¨ªa de color si no se consagratia con ella la primac¨ªa de la minor¨ªa blanca. El monstruoso ego¨ªsmo de sugerir que la alternativa inevitable a esta primac¨ªa es verse forzado por el salvajismo negro a salir del pa¨ªs, ha llevado a esa minor¨ªa a la utilizaci¨®n de la violencia como el ¨²nico instrumento para evitar lo que considera un destino fatal: verse expulsada de una tierra en la que ha vivido durante siglos. Preso, exclusivamente por culpa suya, de esa tremenda dial¨¦ctica, el Gobierno de Pretoria est¨¢ llegando a un punto en el que, efectivamente, s¨®lo la violencia ser¨¢ capaz de retrasar su ca¨ªda. La ceguera que aplica reiteradamente a la cuesti¨®n de su supervivencia hace que ¨¦sta resulte cada vez m¨¢s comprometida.
Otros pa¨ªses de minor¨ªa blanca del continente africano fueron capaces en su momento de hacer las paces con la mayor¨ªa negra. No sin problemas, pero ah¨ª est¨¢n Kenia y Zimbabue, el primero, con menos trauma que el segundo por una sencilla cuesti¨®n de tiempo: se apresur¨® a resolver el problema sin caer, como la antigua Rodesia, en absurdas veleidades independentistas basadas en la primac¨ªa blanca. Ser¨ªa c¨®mico, si no resultara tr¨¢gico, el argumento que esgrime el Gobierno surafricano de que el presidente Botha es un moderado a la busca de soluciones razonables y que, precisamente por ello, no debe presion¨¢rsele. Es escandaloso que los surafricanos pretendan que se acepte el concepto de realpolitik seg¨²n el cual Botha tiene que ajusticiar un negro de cuando en cuando para evitar que le desplacen los reaccionarios que est¨¢n a su derecha.
La suspensi¨®n temporal de las ejecuciones es la demostraci¨®n palmaria de que la presi¨®n internacional funciona. La celebraci¨®n, pasado ma?ana, del D¨ªa Internacional contra la Discriminaci¨®n Racial debe ser jubilosa y solidaria. Cabe, sin embargo, reflexionar sobre cu¨¢nto m¨¢s ¨²til podr¨ªa resultar una verdadera presi¨®n pol¨ªtica y econ¨®mica a la hora de provocar un cambio real en el futuro de Sur¨¢frica. A lo largo de los ¨²ltimos a?os, la Comunidad Europea ha sido incapaz de tomar la decisi¨®n de castigar o aislar al r¨¦gimen surafricano. Las reuniones de la cooperaci¨®n pol¨ªtica europea tienden a establecer paulatinamente una pol¨ªtica exterior basada en un m¨ªnimo denominador com¨²n. Pero ni siquiera ha sido posible que en ese m¨ªnimo entre un r¨¦gimen de sanciones y de bloqueo econ¨®mico al repugnante sistema pol¨ªtico surafricano. La sensibilidad social en nuestro pa¨ªs se encuentra muy apagada al respecto. La opini¨®n p¨²blica -incluso la de izquierdas- apenas presiona en ese sentido, mientras se abren paso voces a sueldo que pregonan en algunos medios las excelencias del racismo y fomentan la animadversi¨®n contra los pa¨ªses fronterizos de Sur¨¢frica, que padecen la agresi¨®n armada del militarismo de Botha. La indolencia de sectores de la intelectualidad y de la pol¨ªtica de este pa¨ªs ante las muy frecuentes relaciones de l¨ªderes de la derecha y de zonas institucionales espa?olas con el Gobierno surafricano vuelve a poner de relieve la p¨¦rdida de valores morales y de criterios s¨®lidos que amenaza a nuestra sociedad democr¨¢tica.
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