La Europa 'vertebrada'
Europa comienza a 'vertebrarse": as¨ª lo ha dicho en un art¨ªculo, hace pocos d¨ªas, Juan Luis Cebri¨¢n. Sin lugar a dudas, es cierto que en los ¨²ltimos tiempos vanos pa¨ªses de nuestro continente han manifestado un claro deseo de asumir un papel menos marginal, tanto en el campo pol¨ªtico como militar. Sin embargo, es preciso determinar si esta aspiraci¨®n, que ciertamente constituye un hecho importante -es suficiente con permitirle a Europa Occidental salir de la postraci¨®n en que se halla desde el fin de la II Guerra Mundial- puede ser suficiente para que de un objeto de la historia (como en realidad lo ha sido durante los ¨²ltimos 40 a?os) se convierta en un sujeto capaz de actuar de manera aut¨®noma en defensa de sus ideas e intereses.Para tratar de responder a esta pregunta, el primer paso que se debe dar es intentar fijar con claridad el alcance del problema que nos interesa. Esto nos lleva inevitablemente al cuatrienio 1945-1949, per¨ªodo de formaci¨®n de los equilibrios internacionales, dentro de los cuales a¨²n nosi movemos. Es precisamente en ese momento, mientras Europa del Este es progresivamente sometida por la URSS y acoplada en el bloque sovi¨¦tico, cuando en Europa Occidental se lleva a cabo un proceso menos violento y despiadado, pero igualmente significativo. Es decir: prevalece un estado de ¨¢nimo de grave depresi¨®n vital, cuya manifestaci¨®n m¨¢s macrosc¨®pica es la decisi¨®n de sus pa¨ªses de renunciar de manera independiente a la propia defensa para -confiar esa funci¨®n a un pa¨ªs indudablernente similar por sus sistemas pol¨ªtico y econ¨®mico-social, pero extra?o y lejano: EEUU.
Lo innatural de esta elecci¨®n, en el sentado espec¨ªfico del t¨¦rmino, resulta evidente. Esto surge del hecho de que una larga tradici¨®n cultural, no exclusivamente occidental, ha considerado de manera constante la autoprotecci¨®n como el primer y m¨¢s inalienable de los derechos naturales de cada individuo tanto aislado como colectivo. Sin embargo, ello no impide que tal situaci¨®n se formalice en la primavera de 1949 con la firma del Tratado Atl¨¢ntico, ni que se consolide en los a?os sucesivos por medio de la creaci¨®n de una serie de estructuras integradas pol¨ªtico-militares. Una vez desarrollado, este sistema demostr¨® tal capacidad de supervivencia como para que ni siquiera le afectara un acontecimiento de gran magnitud, como el hecho de que EE UU resultara vulnerable a la energ¨ªa at¨®mica.En realidad, aquella fue una fase (estamos a finales de 1957) dominada por una gran perplejidad de todo el sistema atl¨¢ntico. Muchos europeos occidentales se preguntan c¨®mo era posible que si la lejan¨ªa del territorio norteamericano hab¨ªa constituido la base sobre la que se fundaba la credibilidad del compromiso de EE UU en cuanto a intervenir masivamente en defensa de sus aliados (incluso en el caso de una agresi¨®n convencional de la URSS tal situaci¨®n pod¨ªa permanecer incambiada cuando ya no exist¨ªa la intangibilidad de su protector. Sin embargo, en el transcurso de unos pocos a?os desaparecen estas dudas, no por que los Gobiernos de Europa Occidental est¨¦n realmente convencidos de la validez de la nueva teor¨ªa (la de la respuesta flexible) con Washinton, quien trata de superar las crisis y mantener vigente el planteo de la propia disuasi¨®n, sino porque todos piensan que sus pa¨ªses se hallan demasiado d¨¦biles como para encontrar en ellos mismos una alternativa a la protecci¨®n norteamericana.
Este precario equilibrio (aunque oficialmente era muy s¨®lido) resulta afectado por el debate que a partir de 1977 se abre con la aparici¨®n de los nuevos misiles sovi¨¦ticos SS 20 de medio alcance. Sinti¨¦ndose directamente amenazada por las armas -que surgen apuntando directamente contra ella, Europa Occidental se plantea por primera vez, una se rie de problemas que anteriormente hab¨ªa tratado de alejar. Se pregunta si m¨¢s all¨¢ de las apariencias y de los dogmas atl¨¢nticos, su defensa est¨¢ realmente asegurada por el paraguas nuclear norteamericano.
Este proceso de revisi¨®n cr¨ªtica se desarrolla (como siempre sucede en casos similares) de manera confusa y tortuosa, especialmente hasta que la URSS, por medio de posturas intransigentes y amenazan , trata de intimidar a los pa¨ªses situados m¨¢s all¨¢ del Elba para obligarlos a renunciar a los euromisiles norteamericanos No obstante, con el fracaso de este intento y la llegada en 1983 de los primeros Cruise y Pershing 2, se promueve un cambio Se logra un nuevoavance cuando Gorbachov, poco despu¨¦s de su llegada al poder, reinicia el di¨¢logo abierto y propone para las armas nucleares la misma opci¨®n cero que ya en 1981 hab¨ªa sido propuesta por la Alianza Atl¨¢ntica. Los Gobiernos y la opini¨®n p¨²blica de Europa Occidental, unidos cuando se trataba de hacer frente a las presiones de Mosc¨², ponen de manifiesto sus dudas y desuni¨®n en el momento en que la postura del Kremlin tiene un contenido diferente.
El hecho de que la decisi¨®n de climinar las armas nucleares de teatro del continente europeo produjera un cierto malestar dentro del mundo atlantista puede considerarse como fen¨®meno parad¨®jico. La situaci¨®n creada por los acuerdos entre Reagan y Gorbachov en dic¨ªmbre de 1987 y la que ya exist¨ªa hasta 1977 no modifican en luto los equilibrios de base. Es decir, que la seguridad de Europa Occidental, que no es mayor el con la llegada a su territorio de una cierta cantidad de misiles y cabezas nucleares americanas (porque lo m¨¢s importante no es la ubicaci¨®n de un arma, sino-quien puede tomar la decisi¨®n de utilizarla), tampoco es menor con su retiro. Sin embargo, la pol¨ªtica nunca tiene por lo general un desarrollo l¨®gico. Entonces, cuan se concreta la opci¨®n cero, la reacci¨®n de muchos europeos occidentales es la de tomar conciencia de improviso de la debilidad estructural de su posici¨®n, o que intuyeron que sus pa¨ªses eran -o mejor dicho siempre han -sido-, desde el punto vista militar, sustancialmente nulos, y se preguntaron como pod¨ªa eliminarse un estado de cosas semejante.
De todos modos, plantearse un problema es algo muy distinto de ser capaces de encontrar una respuesta, lo que en nuestro caso es particularmente cierto. Cu¨¢renta a?os de Alianza Atl¨¢ntica y mucho hablar sobre el "destino com¨²n" de las naciones que la integran (aunque las diferencias, de valoraci¨®n entre EE UU y sut aliados europeos se hagan vez m¨¢s evidentes), obstaculizan de partida cualquier proyecto de cambio. Por tanto, quien ve con lucidez las ventajas y los peligros de la situaci¨®n actual termina a menudo por resignarse de manera pesimista que todo contin¨²e como est¨¢. Sin embargo, en los ¨²ltimos tiempos algo ha comenzado a cambiar en tres pa¨ªses que, como justamente dice Cebri¨¢n, son Espa?a, Francia y Rep¨²blica Federal de Alemania.
La capacidad de iniciativa que desde hace alg¨²n tiempo demostrado Espafia en el pol¨ªtico-militar me parece que tiene su origen en tres circustancias positivas: 1. Su reciente adhesi¨®n -a la Alianza Atl¨¢ntica y, por tanto, la posibilidad de ver con ojos libres de preconceptos ret¨®rica la realidad de la situaci¨®n. 2. La solidez de un sistema pol¨ªtico que permite la formaci¨®n de Gobiernos homog¨¦neos, capaces de afrontar con rapidez los problernas importantes. 3. Un antiguo "sentido del Estado", que tanto las vicisitudes como las luchas internas del per¨ªodo m¨¢s reciente no han podido eliminar.
En lo que respecta Francia,el panorama es sin lugar a dudas m¨¢s complejo. El manifesto, inter¨¦s evidenciado por algunas propuestas de Mitterrand en pos del una mayor cooperaci¨®n pol¨ªtica y militar no es suficiente para elimina la impresi¨®n de, una persistente ambigguedad. Toda la clase pol¨ªtica francesa parece efwt?vamente dominada por el temor de un "desv¨ªo neutral" por parte de la RFA. Es una perspectiva temida, porque una Alemania reunificada y neutral le quitar¨ªa a Francia, por un lado, su papel de gran potencia continental m¨¢s all¨¢ del Elba. y por otro, la pondr¨ªa militarmente en pri?iera l¨ªnea. La sospecha justificada es, por tanto; que al hablar de una Europa Occidental cada vez m¨¢s coordinada y unida, una parte por lo menos de los dirigentes de Par¨ªs (por ejemplo, Chirac) sigan preocup¨¢ndose exclusivamente de sus propios intereses nacionales.
Y llegamos a Alemania Occidental, el Estado que en un futuro no muy lejano nos reserva, posiblemente, las mayores sorpresas. El largo y tortuoso debate que se inici¨® hace 10 a?os sobre problemas de seguridad ha hecho que un n¨²mero cada vez mayor de alemanes occidentales tomen conciencia del "destino geogr¨¢fico" particular de su pa¨ªs y saquen dos conclusiones. La primera es que la actual doctrina estrat¨¦gica de la OTAN, que prev¨¦ un uso muy r¨¢pido (incluso inmediato) de las armas nucleares t¨¢cticas, en lugar de servir para defender a su' pa¨ªs, lo expone al inmediato peligro de saltar en pedazos. De aqu¨ª nace la resistencia a la solicitud norteamericana (pero tambi¨¦n francesa) de una modernizaci¨®n de este tipo de arma y la creciente aspirapi¨®n a una opci¨®n triple cero .La segunda es que una defensa exclusivamente convencional no ofrece una perspectiva mejor. Debido a la profundidad necesaria para llevarla a cabo (que es de 60-80 kil¨®metros), un planteamiento de este tipo, aun en el caso de que resultara efectivo para rechazar el ataque enemigo, provocar¨ªa la destrucci¨®n de la mitad del territorio nacional. Perdida la anterior confianza espont¨¢nea en la garant¨ªa de protecci¨®n norteamericana, los alemanes occidentales est¨¢n plante¨¢ndose, desde hace tiempo e incluso indirectamente, una serie de problemas que, desde 1945 se hab¨ªan negado a tomar en consideraci¨®n.
Despu¨¦s de un largo sue?o que ha durado algunos decenios, Europa Occidental est¨¢ comenzando al fin a despertarse y a sentir la necesidad de marchar y decidir con sus propias fuerzas. De este proceso, que apenas est¨¢ en sus comienzos, los resultados finales resultan todav¨ªa para todos nosotros inciertos.?
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