Una campa?a distinta
CON SU Carta a todos los franceses, inserta en numerosos peri¨®dicos como publicidad pagada, Fran?ois Mitterrand ha introducido un elemento nuevo y ha roto el estilo de una campa?a electoral en la que han abundado sobre todo los juicios y las descalificaciones personales, as¨ª como la obsesi¨®n de los candidatos por presentar una imagen atractiva y por inventar y lanzar esl¨®ganes con impacto. En su larga carta, con una elegancia de forma que todos le envidian, el presidente-candidato realiza una reflexi¨®n profunda sobre el futuro de Francia, y de Europa, y sobre las grandes opciones que su pa¨ªs tiene ante s¨ª. No renuncia a la ventaja que le supone haber sido durante siete a?os presidente de la Rep¨²blica y, adem¨¢s, con Gobiernos de signo contrario. Ello le ayuda en su prop¨®sito de colocar la campa?a bajo el signo de la necesaria unidad de los franceses.Los candidatos de derecha, cuyas bater¨ªas estaban enfiladas para acusar a Mitterrand de planes socialistas aventureros, le reprochan ahora su inmovilismo y subrayan que el cambio se ha pasado a la derecha. Es cierto que el gran proyecto que traza Mitterrand no habla para nada de socialismo y que est¨¢ a mil leguas de lo que fue su plataforma de izquierda de 1981. Antes bien, est¨¢ concebido y redactado para impactar y atraer a una ampl¨ªsima opini¨®n moderada que predomina hoy en Francia, y sin el apoyo de la cual el triunfo en la segunda vuelta, el 8 de mayo, ser¨ªa imposible. Sin embargo, no cabe negar el inter¨¦s y la carga transformadora de no pocas de las ideas expuestas en la carta.
Toda su visi¨®n de futuro parte de reafirmar la opci¨®n europea, no s¨®lo en lo econ¨®mico, sino en lo pol¨ªtico. Destaca el enorme impulso que el gran mercado significar¨¢ cuando desaparezcan las barreras arancelarias europeas a finales de 1992, tanto para la econom¨ªa como para el progreso tecnol¨®gico, e incluso social. Y relaciona esa perspectiva con la unidad pofitica que deber¨¢ conducir hacia los Estados Unidos de Europa. Para que Francia pueda afrontar el reto de 1992, Mitterrand otorga una prioridad absoluta a la educaci¨®n y a la investigaci¨®n. Ma?ana, el poder de un pa¨ªs depender¨¢ menos de sus recursos naturales o de sus riquezas financieras que de su materia gris. Al mismo tiempo, mientras anuncia un pol¨ªtica de statu quo en el tema tan debatido de nacionalizaciones y privatizaciones, reafirma su fidelidad a una pol¨ªtica de justicia social, uno de cuyos objetivos deber¨ªa ser asegurar una renta m¨ªnima para los nuevos pobres. En temas de pol¨ªtica exterior, sorprende en particular la radicalidad de sus planteamientos sobre las relaciones Norte-Sur. Hoy son los pobres los que financian a los ricos, y urge poner fin a una evoluci¨®n causante de hambre y guerras. Para ello hace falta una especie de nuevo plan Marshall, mediante el cual los pa¨ªses desarrollados har¨¢n un esfuerzo extraordinario para poner en pie al Tercer Mundo.
Ante estos proyectos, muy generales y ambiciosos, est¨¢ probablemente justificado el reproche de electoralismo que los otros candidatos han lanzado. Sin embargo, dada la degradaci¨®n que sufren las campa?as pol¨ªticas y la tendencia a vaciarlas de contenido program¨¢tico e intelectual, el tipo de electoralismo de una carta de 20 folios, con extensas exposiciones sobre lo que ha sido la pol¨ªtica francesa de los ¨²ltimos siete a?os y sobre el porvenir, no parece excesivamente negativo.
Mitterrand ha demostrado su superioridad intelectual sobre los otros candidatos. Pero en pol¨ªtica no es siempre decisiva la capacidad intelectual. Tampoco Mitterrand confla exclusivamente en ella y utiliza a fondo otros medios. En todo caso, si esta experiencia contribuye a decidir el voto en funci¨®n de argumentos de contenido y no de imagen, de razonamiento y no de pasi¨®n, habr¨¢ valido la pena el intento.
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