Benavente, o el regreso. al orden
Desde el fondo del patio de butacas se ve un mar de cabezas grises, blancas, con reflejos azulados. Abrigos de pieles, bastones, algunas toses profundas y a veces un poco dram¨¢ticas: la burgues¨ªa ha vuelto al teatro. Al Espa?ol, otra vez, a ver a Benavente. Otra vez.Es un regreso al orden. La burgues¨ªa hab¨ªa sido dispersada, expulsada, durante muchos a?os. El teatro fue suyo, lo construyeron ellos, lo hicieron a su imagen en su lenta labor de poder. Por dentro y por fuera: elevaron a sus autores, crearon la adoraci¨®n por las primeras actrices -las grandes damas-, por los primeros actores: los monstruos sagrados. Construyeron sus salas con dorados y terciopelos -como sus salones- y ara?as colgadas brillantes, irisadas.
Ca¨ªda y atropellada
Nada tan simb¨®lico como El fantasma de la ¨®pera, que ahora se da en Londres y Nueva York, y que dicen que va a traer Tamayo al que ahora se llama Nuevo Apolo, que tambi¨¦n es un nombre de regreso al orden el que se le ha puesto al Progreso con la ayuda de un banco: con el dinero de la burgues¨ªa que vuelve. En El fantasma, el gran lustro resplandeciente cae sobre el p¨²blico. As¨ª cay¨® simb¨®licamente en las salas de comedia, cuando unos autores empezaron a decir cosas desagradables, o directamente insultantes -Insultos al p¨²blico es una obra de Peter Handke-; le agred¨ªa desde fuera de su c¨ªrculo. La burgues¨ªa parec¨ªa ca¨ªda y atropellada para siempre, y los grandes divos y los empresarios de puro, leontina de oro sobre el vientre abultado, empezaron a desaparecer.
Hab¨ªa aspectos sociales y pol¨ªticos. Se deshac¨ªa el gobierno de los hombres fundamentales o 'los padres de la patria, avanzaba la sociedad de los colectivismos y la rebeli¨®n de las masas. En el teatro, los autores destrozaban cruelmente la sociedad burguesa: aqu¨ª hab¨ªa empezado ya Gald¨®s lanzando alegatos contra la voz de la sangre, la herencia, la acumulaci¨®n del capital en-los principios de la era industrial, el clericalismo, el peso de los padres sobre los hijos.
Despu¨¦s, fue peor. Valle-Incl¨¢n declaraba que Espa?a toda -la que hab¨ªan hecho ellos- era un esperpento. Lorca hablaba de Mariana Pineda, del encierro, de la fosa rural. Pero, adem¨¢s, no se les entend¨ªa, o no les entend¨ªan ellos: no estaba en su educaci¨®n, en la cultura que hab¨ªan creado laboriosamente con su dinero y sus desechos de la aristocracia a la que hab¨ªan sustituido.
Luego se fue m¨¢s all¨¢: actores y autores se fueron convirtiendo en colectivos, en entes sin casi nombre.. Y los directores desmontaban las obras por dentro para construir sobre sus ruinas el espect¨¢culo, que era otra cosa. Al teatro se le fueron las palabras, se hizo gutural, de expresi¨®n corporal, haces de luces, sonidos. El estructuralismo empez¨® a hablar del texto como de una parte del espect¨¢culo, como de una memoria'o de una propuesta.
La burgues¨ªa fue definitivamente ahuyentada del teatro, aunque no de la sociedad. Sufri¨® sacudidas, se renov¨®; nuevas clases sustituyeron a las antiguas, y heredaron sus prejuicios, imitaron sus maneras -como la antigua burgues¨ªa hab¨ªa imitado las de la aristocracia- e incluso no progresaron en su cultura. Al menos, en la cultura human¨ªstica ni en la de las artes.
Todo esto ha ido configurando un regreso al orden. De cuya mano ha venido, otra vez, Benavente. Sin propon¨¦rselo nadie; por un hallazgo casual. El teatro Espa?ol -Miguel Narros- iba a programar Los intereses creados, que es la obra de Benavente que mejor acept¨® la inteligencia de su tiempo (1907), por su adhesi¨®n al modernismo, y que no ha dejado de apreciar despu¨¦s; un problema de derechos le llev¨® a La malquerida, y La malquerida ha vuelto a llevar a la burgues¨ªa antigua al teatro; es su teatro.
Al amparo de ese regreso, se ha montado una antolog¨ªa de textos y frases de Benavente, con el t¨ªtulo de Cartas de mujeres, la felicidad se expande. Y el teatro se llena: con el cabello gris se acercan a los rosales de su antiguo jard¨ªn. En las Cartas de mujeres aparece un granado manojo de actrices que les hicieron sentirse ellos mismos en la ¨¦poca de Franco (no que estas actrices sean franquistas, que eso all¨¢ cada una y cada uno, sino que llenaron el teatro de su tiempo).
En Espa?a ha habido hasta ahora tres revoluciones burguesas importantes: la primera fue la que trajo la Rep¨²blica en 193 1; la segunda, la que rectific¨® la primera cuando vio que se le hac¨ªa demasiado revolucionaria y produjo el franquismo. La tercera, la ,que se hart¨® de Franco, porque necesitaba consumo y libertades individuales, a la que se ha venido a adjuntar con recelos, -de una parte y de otra- la nueva clase. La nueva clase ha resucitado sus muertos gloriosos: Valle- Incl¨¢n y Lorca. Los est¨¢ agotando, institucionalizando, sac¨¢ndoles de su contexto libertario para hacer de ellos monumentos. La resurrecci¨®n de Benavente es una respuesta de la antigua clase, que nunca -ni en sus tiempos, ni en ¨¦stos- ha aceptado a Valle ni a Lorca. Son mentalmente de antes de la generaci¨®n del 27, y apenas comparten la del 98.
Benavente nunca fue un autor de la derecha ideol¨®gica, sino de la derecha social. Los m¨¢s viejos de la localidad le recuerdan levantando el pu?ito en los fines de fiesta, en los m¨ªtines, en los actos de la guerra civil. Le recuerdan entronizado en un cartel¨®n en la que entonces se llamaba plaza de Castelar, de Valencia.
Franco le castig¨® a medias. Pod¨ªa vivir y estrenar, pero su nombre no sal¨ªa en los peri¨®dicos. En los anuncios, las cr¨ªticas o los carteles de los teatros se dec¨ªa: "del autor de La malquerida. o "de nuestro premio Nobel". El castigo no dur¨® ' mucho. Don Jacinto hizo burlas de los rojos, les zahiri¨® en alguna de sus obras -Aves y p¨¢jaros-, y la cuesti¨®n pendiente se arregl¨®.
Due?o del p¨²blico
Don Jacinto nunca fue un ide¨®logo, sino un escritor pl¨¢stico. Se adaptaba a las modas teatrales de su tiempo. Su propia identificaci¨®n, cuando se dec¨ªa del teatro que era un espejo de costumbres". Tuvo la intelectualidad enfrente -P¨¦rez de Ayala, Enrique de Mesa, Araquist¨¢in, D¨ªez-Canedo...- y ¨¦l se apoy¨® en el p¨²blico que le adoraba, y que era due?o del teatro.
A don Jacinto le besaban la mano por la calle, y los se?ores se quitaban el sombrero a su paso; los actores le llamaban padrecito y se dejaban ganar por ¨¦l al ajedrez. Hasta Antonio Gala no ha habido tanto fervor p¨²blico por un autor de teatro; hasta Buero Vallejo no ha habido tanto respeto por un teatro de cr¨ªtica interna, de moral circunstancial, de adaptaciones de la conciencia.
Como en su tiempo mejor, Benavente aparece ahora como una oposici¨®n al teatro escrito, al teatro de impulso po¨¦tico y tensi¨®n profunda, a la cr¨ªtica de la ra¨ªz y no a la superficie de la sociedad. Repitiendo, a Valle y a Lorca. Es, probablemente, un s¨ªmbolo. Una actitud de protesta, una reafirmaci¨®n. Algo que la textura general de nuestro tiempo intelectual y pol¨ªtico est¨¢ fomentando.
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