La 'glasnost' de la se?ora Rockefeller
Los expertos afirman que en Israel es concebible que alguien pueda cambiar de sexo e incluso de religi¨®n. Pero ser¨ªa inaudito que un israelita modifique sus opiniones pol¨ªticas. Es lo que diferencia a Israel de su principal aliado, socio, mentor y proveedor. En Estados Unidos, todo es cambiable y todos cambian.Hasta hace unos meses, el apropiarse de un disidente sovi¨¦tico se hab¨ªa convertido en obsesi¨®n para universidades, medios de comunicaci¨®n, fundaciones, salones sociales y literarios. Ya no. Ahora la batalla consiste en lograr que un economista sovi¨¦tico dicte un seminario sobre perestroika en Harvard o el nuevo director de una planta de tractores que aplica modernos sistemas de producci¨®n en Uzbekist¨¢n (sistemas capitalistas) escriba sus memorias en Playboy.
Hace unos ocho a?os, el Metropolitan Museum de Nueva York interrumpi¨® toda relaci¨®n con los museos sovi¨¦ticos. Poco tiempo atr¨¢s, en su imponente sede de la Quinta Avenida, un delicioso almuerzo (torta de queso, sabor country, de postre) sirvi¨® para que el MET reiniciara su asociaci¨®n con el Museo Ermitage, de Leningrado, y el Museo Puskin, de Mosc¨². En este a?o, obras de pintores impresionistas y posimpresionistas del Museo de Chicago y el MET ser¨¢n expuestas en el museo Puskin. Casi al mismo tiempo, medio centenar de obras maestras de la pintura holandesa, propiedad del Ermitage, colgar¨¢n de las paredes del MET, primero, y del Instituto de Arte de Chicago, a continuaci¨®n.
La segunda etapa, en 1990, traer¨¢ a Estados Unidos una muestra de "pintura francesa, de Poussin a Matisse". Se corresponder¨¢ con un env¨ªo a Rusia de arte medieval con aportes de museos americanos.
Por supuesto que en el campo del arte es dif¨ªcil competir con el Metropolitan Museum. Pero, en el mundo de los ni?os, Disneyworld es imbatible. Ah¨ª estuvo la poetisa sovi¨¦tica Nika Turbina, de 12 a?os. Decenas de invitaciones para que leyera p¨¢ginas de First draft, edici¨®n en ingl¨¦s de unos 70 poemas escritos entre los cinco y ocho a?os de edad, Pudo complacer a pocos, pero algunos posters celebran su visita al monopolio de las fantas¨ªas infantiles y servir¨¢n para atender a una generaci¨®n que quiz¨¢ cambie la cabeza del Che Guevara en sus shirts por el del rostro de esta dulce ni?a que escribe: "Qu¨¦ pena/ que no soy adivina. / S¨®lo con flores / hablar¨ªa del futuro / y con un arco iris / curar¨ªa las heridas de la tierra".
Es tan intenso el tr¨¢fico de buena voluntad entre Mosc¨² y Nueva York que una lista aproximada de los viajeros es casi imposible. Pero, sobre todo, no olvidemos a Gjatsk, un potrillo de tres a?os que particip¨® en la competici¨®n internacional de Washington el ¨²ltimo d¨ªa de octubre. Perdi¨®, es cierto, pero es el primer caballo que llega desde la URSS en los ¨²ltimos 20 a?os.
No era precisamente falta de lugar lo que imped¨ªa el acceso de ansiosos pasajeros sovi¨¦ticos a los aviones de Aeroflot que part¨ªan de Mosc¨² con destino Nueva York. Ahora uno puede encontrarse con que su reserva fue adjudicada a otros viajeros que se presentaron antes de la hora, como ocurre en cualquier aeropuerto de Occidente. A la doctora Zara Jetagurova, de la Academia de Ciencias de la URSS, de nada le sirvi¨® su reserva de seis semanas previas al vuelo. Fue salvada por una l¨ªnea a¨¦rea belga que absorbi¨® los excedentes de Aeroflot, y la deposit¨® en Washington para sus entrevistas con mujeres prominentes de la capital americana.
Es tal la fuerza alcanzada por la glasnost en Estados Unidos, donde toda idea puede ser transmutada r¨¢pidamente en art¨ªculo de consumo masivo, y toda nueva estrategia, en una indigesti¨®n colectiva, que los disidentes sovi¨¦ticos alcanzan los titulares no ya cuando abandonan su pa¨ªs, sino cuando regresan. Rudolf Nureyev, que hace un cuarto de siglo provoc¨® un tremendo deterioro de la imagen p¨²blica de la URSS cuando desert¨® en Par¨ªs, durante una gira del Ballet Korov, pudo ahora reencontrarse con su madre en una peque?a ciudad de los Urales.
Todos los visitantes sovi¨¦ticos insisten en que la pol¨ªtica no debe impedir el encuentro y entendimiento entre las personas. Pero ahora hasta la pol¨ªtica puede marcar ..un punto de encuentro para intercambiar informaci¨®n sobre las diferencias. En la universidad de Harvard, tres altos funcionarios del Kremlin que en su momento - 1962- instrumentaron la estrategia sovi¨¦tica durante la crisis de los misiles rusos en Cuba se sentaron ante una mesa redonda con sus adversarios de hace 25 a?os -Robert McNamara, McGeorge Bundy- para echar una mirada retrospectiva. Quiz¨¢ tambi¨¦n para comprender la inutilidad de todo lo que ocurri¨®. Algo que cualquier persona de sentido com¨²n ya lo hab¨ªa adivinado hace un cuarto de siglo.
La mezzo-soprano Elena Obraztsova cree, ella s¨ª, en la total estupidez de una pol¨ªtica -de la pol¨ªtica en general que impidi¨® durante ocho a?os su presencia en los escenarios de Estados Unidos. Ahora ya ha cantado melod¨ªas de Chaikovski y Rachmaninoff en el Carnegie Hall, y quiz¨¢ pueda retomar el programa anulado por Mosc¨² como represalia por la ausencia de Estados Unidos en los Juegos Ol¨ªmpicos, ausencia que a su vez fue una represalia por la invasi¨®n a Afganist¨¢n. La Obraztsova deb¨ªa cantar en la Metropolitan Opera Don Carlo, Cavalieria rusticana, Un ballo in maschera.
?Cu¨¢ntas veces un periodista sovi¨¦tico, estrella de la televisi¨®n durante 22 a?os, acus¨¦ a Estados Unidos de ser el imperio del mal? Ya no. Svetlana Starodomskaya, conocida como la Barbara Walters moscovita, recorre Estados Unidos acumulando material para luego presentar al pueblo norteamericano ante las c¨¢maras sovi¨¦ticas. Ning¨²n inter¨¦s en la pol¨ªtica, ni siquiera una visita a la miseria de Harlem o las granjas de California donde explotan a los chicanos: escuelas, supermercados, diarios, ropa femenina, peque?as ciudades, familias t¨ªpicas. Su ¨²nico problema ser¨¢ explicar por qu¨¦ hay tal abundancia de productos en los supermercados. Quiz¨¢ pueda introducir por alg¨²n lado la idea de que los capitalistas se dedicaban a la perestroika mientras los comunistas constru¨ªan al nuevo hombre.
Capitalismo o comunismo, tambi¨¦n en la competencia glasnost, son los Rockefeller quienes se adjudican el premio mayor. Por primera vez una prominente familia capitalista es agasajada con una cena en el comedor ¨ªntimo de la Embajada sovi¨¦tica en Washington. La viuda de John D. Rockefeller III -el primer John D. fue el fundador de la Standard Oil y el s¨ªmbolo del capitalismo, seg¨²n Lenin- se hallaba acompa?ada por su hijo, su nuera, su hija y su yerno. Blanchette Rockefeller restitu¨ªa a la Uni¨®n Sovi¨¦tica algo que hab¨ªa comprado en Londres hace 20 a?os: dos iconos del siglo XV pertenecientes a la catedral de Santa Sof¨ªa en Novgorod. La se?ora Blanchette es una mujer reservada que ama el arte y que cuenta con posibilidades para dedicarle todo su tiempo. Los 24 comensales, incluidos el embajador, Yuri Dubinin, y el senador Alan Cranston, gozaron plenamente de esta "gIasnost social", como la bautizaron los diarios. El men¨² era excelente, pero ?qui¨¦n pudo haber aconsejado vinos georgianos para el filet mignon?
En el gran vest¨ªbulo de entrada de la embajada pod¨ªan verse los retratos de Lenin y Gorbachov, y hasta ellos deben haber llegado las palabras del hijo de la se?ora Blanchette, el senador John D. Rockefeller IV, dem¨®crata por Virginia Occidental: "Queremos que el mundo y la Uni¨®n Sovi¨¦tica sepan que los capitalistas no s¨®lo se apropian de cosas, sino que algunas veces las devuelven".
Si alg¨²n pa¨ªs del Tercer Mundo se tienta con la idea de recuperar yacimientos petrol¨ªferos de la Standard Oil-Exxon que se asientan en su territorio, n¨®tese el enf¨¢tico .algunas veces" del senador. Pero no es ¨¦poca de reivindicaciones, sino de reconciliaciones. Con su gran olfato para los negocios mundiales, una vez m¨¢s un Rockefeller tom¨® la delantera.
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