Costumbre
Cuando el general Primo de Rivera impuso el peto a los caballos en la fiesta de los toros hubo manifestaciones populares contra esa medida en todo el pa¨ªs. Los puristas se echaron a la calle, y, como es l¨®gico, muchos de ellos llevaban navaja. Durante alg¨²n tiempo la orden del dictador provoc¨® refflegas diarias en ciertas esquinas, colmados y garitos donde entonces se mov¨ªa la Espa?a patibularia, y la cuesti¨®n lleg¨® tambi¨¦n a las sacrist¨ªas y aulas de universidad. Aquellas reyertas produjeron varios muertos, entre los cuales pudo contabilizarse un fil¨®sofo de provincias y un esquilador de pollinos. Al parecer, la gente quer¨ªa contemplar en toda su pureza la embestida del toro contra el penco desolado y estaba dispuesta a dejarse matar por eso. En aquella ¨¦poca era normal que la lidia se estableciera en medio de algunos caballos que en plena agon¨ªa garreaban sobre la arena con la tripa fuera, y el torero, rodeado de estertores de muerte, daba pases a un toro igualmente ensangrentado cuyo lomo el picador hab¨ªa convertido en un steak tartare mientras el p¨²blico gritaba, escup¨ªa, mord¨ªa la tagarnina con dientes de esta?o en los tendidos de sol y los diputados golfos en barrera hac¨ªan causa com¨²n con los olivareros y las marquesas se abanicaban la pechuga para sacudirse las moscas que hab¨ªan acudido a aquel basurero.Nadie resistir¨ªa hoy semejante espect¨¢culo. El est¨®mago de los espa?oles ha evolucionado. Los caballos ahora salen a la plaza parapetados detr¨¢s de un horrible colch¨®n que en su d¨ªa fue una conquista de la sensibilidad humana y ¨¦sta tuvo sus m¨¢rtires en algunas cantinas. Tal vez dentro de muchos a?os, cuando el esp¨ªritu de nuestra cultura se afine un poco m¨¢s, una fiesta que consiste en dar tortura y muerte a un toro por simple pasatiempo ser¨¢ considerada un caso de crueldad que nadie podr¨¢ soportar. Pero de momento en las corridas los pol¨ªticos a¨²n conviven con los se?oritos del sur, las marquesas, los p¨ªcaros de callej¨®n y algunos rufianes de la reventa en esta juerga de sangre para alimentar la Espa?a negra.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.