A los obispos
Queridos obispos:Nosotros somos parte de ¨¦se pueblo que ustedes suelen llamar simple y fiel, y al que, al parecer, ustedes miran y atienden como objeto primordial de su solicitud pastoral. Como simples y fieles -simples creyentes- queremos recordarles, por si todav¨ªa sirve, algunas cosas:
Ustedes son, con todos nosotros, el pueblo de Dios. Conv¨¦nzanse de una vez que, como personas y cristianos, ustedes no tienen m¨¢s dignidad que cualquier simple fiel. Y que, dentro de ese gran pueblo, son una min¨²scula parte. No sabemos en virtud de qu¨¦ les estamos viendo actuar de nuevo con h¨¢bitos y resabios de estamento clerical autosuficiente, dando a entender que en la Iglesia s¨®lo ustedes cuentan, saben y mandan. ?D¨®nde queda eso de que todos somos iguales y hermanos? ?D¨®nde la com¨²n vocaci¨®n y corresponsabilidad?
?Tambi¨¦n ustedes comparten la opini¨®n de Ratzinger de que el posconcilio ha sido una desgracia, de que dentro de la Iglesia se han desatado fuerzas disolventes y de que al mundo hay que rechazarlo por perverso y deshumanizante? Cada vez comienza a cundir m¨¢s la preocupaci¨®n de qui¨¦n llama al orden al vigilante cardenal de la fe, cuando ¨¦l, en contra de un sentir eclesial bastante generalizado, hace informes y valoraciones que contradicen al mismo Vaticano II, a los papas Juan XXIII y Pablo VI, a determinadas conferencias episcopales, a muchos obispos y te¨®logos y a innumerables cristianos.
Si ustedes se deciden a vivir en medio de su pueblo, hablar¨¢n de otras cosas y usar¨¢n otro lenguaje. Se preocupar¨¢n menos de s¨ª mismos, de su puesto y seguridades y ver¨¢n que somos ya mayores, con responsabilidad, sentido y libertad cristianos, y que su paternalismo, autosuficiencia y miedo provocan pena.
No nos hablen de temores, anatemas y enemigos por doquier. Bajen a la vida, compartan
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nuestras luchas y esperanzas, como amigos y hermanos nuestros, y sean nuestros pastores. Pero no nos proyecten sus obsesiones de ortodoxia ni sus fantasmales miedos al mundo, a la sociedad secularizada y atea, ni a los movimientos y personas que creen en la acci¨®n del Esp¨ªritu en la Iglesia. Anuncien, simplemente, el evangelio, que es profundamente humano, convivencial y liberador.-
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