?ltima copa
De madrugada, cuando los espect¨¢culos y salas de fiesta acaban, muchos beodos leg¨ªtimos quedan desarmados bajo las estrellas. La ciudad se vuelve inh¨®spita para ellos, puesto que a esa hora todos los bares tambi¨¦n est¨¢n cerrados y los ¨²ltimos devotos del alcohol, barridos hacia la calle, deben regresar a casa totalmente fracasados. No exist¨ªa en Madrid un lugar tranquilo donde esperar la aurora so?ando, bebiendo hasta el naufragio; pero ahora algunos exploradores de la ciudad han descubierto un remanso de paz que no cierra en toda la noche, y ese establecimiento se est¨¢ convirtiendo en el punto de cita entre los degustadores m¨¢s refinados de este fin de milenio. Se trata de la cafeter¨ªa del tanatorio. Hasta hace poco, los clientes de ese colmado s¨®lo eran los deudos de los cad¨¢veres que en ese mismo edificio esperan un pasaporte para la eternidad. Durante el d¨ªa, por all¨ª deambula gente silenciosa y enlutada; hay un bullicio de cucharillas en el desayuno y de platos combinados en el almuerzo, mientras los altavoces, como en un aeropuerto, dan el aviso de salida a los distintos fiambres en direcci¨®n al camposanto. El ajetreo mortuorio de cada jornada, dentro de un estilo as¨¦ptico, est¨¢ adornado por el hilo musical con canciones rom¨¢nticas que suplen a los salmos del gorigori. No obstante, de noche ese espacio queda en calma, a media luz. Detr¨¢s de los ojos de buey se hallan los difuntos, y cada familia vela al suyo en peque?as salas funcionales. Cerca del amanecer, cuando los espect¨¢culos terminan, comienzan a llegar a la cafeter¨ªa del tanatorio unos extra?os visitantes.De pronto, en la calle se oyen frenazos de coche y algunas risotadas de los exploradores que vienen cantando. Entonces la cafeter¨ªa del tanatorio se vuelve a animar. Estos euf¨®ricos clientes entran, ocupan las mesas, piden toda suerte de licores y forman tertulias que se extienden hasta la salida del sol. El lugar se ha puesto de moda: tomar la ¨²ltima copa, esperar la luz del nuevo d¨ªa rodeado de cad¨¢veres es el signo postrero de la modernidad.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Sobre la firma
