Nueva York, entrevista
Por el lado del mar se llega a la ciudad, que se yergue como un gigantesco embarcadero del que ha brotado un bosque desordenado de torres desiguales. Desde el aire se visiona la antigua isla de Manhattan como un desaf¨ªo de plenitud urbana que se extiende hasta el borde mismo del agua, recortado de muelles y apoyado en los puentes. Pero, finalmente, hay otra manera de mirar a esa ins¨®lita metr¨®poli de Estados Unidos, caminando al azar por sus calles, numeradas y rectangulares, que parecen proclamar la racionalidad de su planimetr¨ªa. Gusto de recorrer a pie esta enorme y singular aglomeraci¨®n humana contemplando, extasiado, el ¨ªmpetu creciente de los rompecielos en su afanosa lucha por subir m¨¢s arriba que el vecino. Dicen que es el precio del suelo el que empuja a la verticalidad de estos colosos del acero y del cristal ahumado y que ahora apuntan en sus recientes versiones hacia el desenlace piramidal en la base, con lo que se confiere al perfil del conjunto un dulce contoneo que parece mover las inmensas moles en una permanente ilusi¨®n ¨®ptica. Pienso que hay otra motivaci¨®n complementaria en ese disparo colectivo hacia el firmamento. Nueva York es un esfuerzo com¨²n que simboliza el ansia de poder, el s¨ªndrome de la competencia, el dinamismo de la superaci¨®n, el esp¨ªritu f¨¢ustico -dir¨ªan los spenglerianos- y que se asemeja a un grito de la ciudad, un himno p¨¦treo y afirmativo del deseo de realizarse.Hay en las urbes se?eras de nuestro planeta un misterio tel¨²rico que algunos llaman el esp¨ªritu del lugar. No se sabe exactamente por qu¨¦, en un ¨¢mbito preciso, determinado nace, se desarrolla y culmina una ciudad que lleva en sus entra?as la capacidad creadora de mantenerse en actividad cambiante, sin perder su condici¨®n intr¨ªnseca, su identidad. En Nueva York, uno de los primeros puertos de la geograf¨ªa navegante del mundo, bastar¨ªa con esa primac¨ªa para justificar su asombrosa vitalidad. Pero es el caso que en el centro de esa desmesurada metamorfosis de los edificios que revisten la piel neoyorquina de nuevos perfiles cada 10 a?os late tambi¨¦n un pulso de inquietud y de b¨²squeda en los m¨¢s variados sectores del arte. Son miles las galer¨ªas neoyorquinas que sirven hoy de escaparate creativo a los mejores ingenios que proceden de pa¨ªses de los tres mundos. Los escenarios teatrales de Broadway exhiben prodigiosos despliegues musicales. Los numerosos museos conocen un per¨ªodo de notable esplendor y ampliaci¨®n. El mecenazgo se manifiesta con acentuada intensidad. La vertiente cultural atraviesa por un cap¨ªtulo decisivo de la historia de Nueva York. y se configura en mil formas y escuelas, a la sombra de los enhiestos torreones del capitalismo financiero.
Mientras tanto, abajo, en la calle, la riada de la muchedumbre lo inunda todo: las aceras y, en ocasiones, la calzada misma. La ciudad es actualmente un inmenso tajo de construcciones, reparaciones, rehabilitaciones y derribos. Gr¨²as gigantes, cubos volantes, taladros, trincheras, excavaciones, barreras met¨¢licas constituyen el espect¨¢culo habitual del centro de Manhattan. La gente transita a trav¨¦s de esa batahola de obst¨¢culos con la indiferencia que lleva consigo enfrentarse con lo cotidiano. Ululan las ambulancias, ladran los coches polic¨ªacos, cruzan raudos los bomberos, sin suscitar emociones especiales en el p¨²blico. Las diversas etnias de la calle son morenas en su mayor¨ªa. Negritud e hispanofon¨ªa predominan visiblemente. De cuando en cuando se divisan grupos de turistas venidos de la Europa n¨®rdica, que avanzan en disciplinada formaci¨®n en b¨²squeda de los rincones hist¨®ricos.
Es interesante cotejar lo que de simult¨¢neo tuvo en el desarrollo de esta enorme ciudad, desde los comienzos de su vida como gran puerto y plaza mercantil, la aparici¨®n de los bancos y de las empresas financieras y comerciales y la paralela profusi¨®n de los templos religiosos. No s¨¦ a punto fijo cu¨¢ntos centros de oraci¨®n existen en el recinto urbano. Pero es muy posible que igualen o desborden en n¨²mero al repertorio considerable de los bancos. El capitalismo de Nueva York tuvo desde su etapa de consolidaci¨®n y avance un fuerte contenido ¨¦tico que trajeron consigo las primeras familias inmigrantes del cristianismo calvinista y reformista. El ¨¦xito monetario individual se consideraba por algunos estamentos como una visible se?al de predestinaci¨®n. Es interesante recoger las m¨²ltiples confesiones exhibidas y grabadas en el exterior de los templos. Los hay episcopalianos, metodistas, bautistas, luteranos. Un letrero anuncia la Tercera Iglesia de Cristo cient¨ªfica. Las sinagogas se hallan presentes con sus fachadas impecables, que revelan la generosidad de la poderosa comunidad jud¨ªa. San Patricio se alza en el coraz¨®n de la Quinta Avenida. La grande iglesia estaba desierta a media ma?ana, pero ard¨ªan en ella cientos de l¨¢mparas en los m¨²ltiples altares laterales. Hoy d¨ªa, gracias al esfuerze, de las colectividades irlandesas en gran parte, los cat¨®licos muy numerosos de Estados Unidos no tienen ante s¨ª ninguno delos tab¨²es o impedimentos de anta?o para ejercer el poder pol¨ªtico desde que accedi¨® a la presidencia el inolvidable John F. Kennedy.
La sociedad norteamericana es fuertemente evolucionista y cambiante. Escuchaba en mi hotel las noticias de la temprana ma?ana en la televisi¨®n y me impresionaron los flashes contiguos de dos acontecimientos sucedidos en la jornada anterior. Ethel, la viuda de Bob Kennedy, conmemor¨® en el cementerio de Arlington el 20? aniversario del asesinato de su marido en Los ?ngeles, cuando se perfilaba -despu¨¦s de ganar las primarias de California- como probable presidente de Estados Unidos. Fue rememorada esta efem¨¦ride con una misa de evocaci¨®n y reflexi¨®n y el desarrollo de un programa religioso-musical detalladamente estudiado por la familia. Acudieron al acto, emotivo y sencillo, m¨¢s de 10.000 personas, entre ellas, relevantes figuras del catolicismo irland¨¦s. La otra noticia era el rotundo triunfo del aspirante dem¨®crata actual, Michael Dukakis, en California en las elecciones primarias.
Veinte a?os son muchos en una estructura compleja y cambiante como es la sociedad civil norteamericana. Dukakis, hijo de emigrantes griegos, casado con una mujer jud¨ªa, excelente gobernador de Massachusetts durante sus eficaces mandatos y orador hispanohablante fluido y convincente, ?puede aglutinar en una integraci¨®n pol¨ªtica, activa y convincente, a los diferentes n¨²cleos ¨¦tnicos y culturales que forman un oc¨¦ano de votos, hasta ahora poco y mal representados y que en gran parte pertenecen al estamento de los despose¨ªdos? ?Podr¨¢ en la convenci¨®n pr¨®xima de julio pactar con Jesse Jackson, que se ha revelado como un orador de gran carisma popular y notable moderaci¨®n en sus planteamientos? ?Ser¨¢ una ventaja a escala nacional, desde el punto de vista del voto, que un personaje de color aspire a la vicepresidencia de la gran naci¨®n? ?O habr¨¢ que esperar m¨¢s a?os todav¨ªa para que la gran reforma interior, precisa y necesaria, se lleve a cabo hasta donde lo exija la presi¨®n popular?
No es f¨¢cil contestar a esas cuestiones de forma rotunda. En Nueva York escuch¨¦ de labios autorizados pron¨®sticos electorales rabiosamente contradictorios. El establishment teme a Dukakis como presidente. Y conf¨ªa en que Bush consiga recuperar su imagen, harto desva¨ªda. Pero la poderosa m¨¢quina electoral dem¨®crata de Manhattan y de cuatro burgos marginales superpoblados y conflictivos confia en una victoria rotunda de los suyos. La verdad es que, comparando las dos informaciones televisivas, la ceremonia kennediana ten¨ªa un sabor nost¨¢lgico y lejano. Los 20 a?os ¨²ltimos han estado cargados de acontecimientos importantes, y el lenguaje de los l¨ªderes dem¨®cratas de hoy no tiene sino remota relaci¨®n con el de la saga tr¨¢gica de los dos hermanos que est¨¢n ya inscritos con gloria en las p¨¢ginas de la historia norteamericana.
Una ¨²ltima visi¨®n personal me llev¨® a la plaza donde se alza el hotel de ese nombre, que contiene los recuerdos de los personajes reales y novelescos de la belle ¨¦poque norteamericana. Era una ma?ana soleada con altas nubes flotando sobre los rascacielos. El verde del parque Central, esponjoso y chill¨®n, rodeaba con su inmenso abrazo primaveral la hilera interminable y despejada de los edificios de la Quinta Avenida en su ¨²ltimo tramo. Hab¨ªa un instante de serenidad recogida en el ritmo trepidante de la urbe. Unos viejos coches de caballos repintados de blanco transportaban a los turistas -damas de cierta edad sobre todo- en un itinerario que buscaba la evasi¨®n rom¨¢ntica frente a las atalayas gigantescas de la modernidad arquitect¨®nica. En esto recib¨ª en el rostro la repentina bocanada de un aire humedecido y fresco que es un dato permanente de la ciudad entrevista. La brisa marina: Nueva York es, ante todo, puerto de mar.
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