Altos cargos
Al rumor de crisis los funcionarios entran en estado de ansiedad. No les inquieta el propio cambio de ministros sino su efecto multiplicador, porque cada ministro trae coadjutores; cada coadjutor, amistades y parentela, y asaltan las covachuelas de la Administraci¨®n para su disfrute, hasta la siguiente crisis.El problema del funcionariado es entonces soportar a los advenedizos. Los veteranos que conocieron docenas de crisis dominan el arte de ponerse a socaire de su prepotencia, capear ventoleras y permanecer imperturbables en los relevos, pues saben que el nuevo puede hacer bueno al anterior.
La llegada de la democracia no sorprendi¨® al funcionariado, avezado a los cambios desde siglos. Incluso en el franquismo las crisis supon¨ªan conmociones y zarandeos, porque la conchabanza es tan vieja como el mundo, y los delirios de los ministrantes desbordan cualquier ideolog¨ªa, de derechas a izquierdas.
Por fortuna, el alto cargo suele dar la talla, pero los hay atacados de insensatez, y ¨¦sos son un peligro p¨²blico. No m¨¢s toma posesi¨®n, el alto cargo insensato muda despacho, y si puede, hasta edificio; desbarata equipos, posterga, depura, trompica escalafones, encarta allegados en sinecuras y canonj¨ªas, reestructura.
Reestructurar supone un gran riesgo, porque si la Administraci¨®n es fundamentalmente monol¨ªtica, el funcionariado es laboralmente dic¨®tomo: una parte suple con generoso esfuerzo la vacuidad que se arroga la otra parte, y as¨ª los organismos marchan. Ahora bien, si ponen maulas donde hab¨ªa probos, seg¨²n suele ocurrir en las reestructuraciones, entonces ya no marchan.
Al alto cargo insensato le obsesiona marcar su impronta, y lo consigue: deja consolidada fama de necio. En el relevo, los funcionarios se dan codazos y susurran socarronamente que no puede disimular el rictus inconfundible de quien lleva media en las agujas. Se trata de una satisfacci¨®n fugaz, sin embargo, pues ya irrumpe, fogoso y reestructurador, el nuevo alto cargo, y conviene ponerse al pairo.
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