Fantasmas del pasado
LA ELECCI?N por las bases peronistas de Carlos Menem como candidato para las elecciones presidenciales de 1989 trasciende a todas luces los problemas internos del Partido Justicialista. Despu¨¦s de meses de campa?a apasionada en el seno de las organizaciones peronistas, y con una participaci¨®n muy superior a la acostumbrada en elecciones internas de este g¨¦nero, su victoria ha sido rotunda. Este resultado marca, por un lado, el fracaso de los esfuerzos del contrincante de Menem, el actual presidente del partido y gobernador de la provincia de Buenos Aires, Antonio Cafiero, por renovar el peronismo, adapt¨¢ndolo a las caracter¨ªsticas de un partido de gobierno en un marco democr¨¢tico y limpi¨¢ndolo de las escorias de aventurerismo y semifascismo que han salpicado la historia del partido fundado por el general Per¨®n. En un plano m¨¢s general, la victoria de Menem traduce un aumento, entre amplios estratos de la poblaci¨®n, de la desconfianza hacia el Gobierno y la desesperaci¨®n ante el deterioro de su nivel de vida.Despu¨¦s de los grandes ¨¦xitos del partido radical en 1983 y 1985, el desgaste de su influencia se manifest¨® con claridad en las elecciones de septiembre de 1987. Los peronistas se convirtieron de nuevo en el primer partido de Argentina. Sus candidatos conquistaron los puestos de gobernador en casi todas las provincias. Este resurgir peronista parec¨ªa coincidir con un saneamiento del partido. En el seno de ¨¦ste se impon¨ªa -derrotando a los que representaban un pasado lastrado por el pistolerismo fascista- la corriente renovadora de Cafiero, partidario de actuar con lealtad dentro del juego democr¨¢tico, incluso de apoyar a Alfons¨ªn en cuestiones de supremo inter¨¦s nacional.
Ahora las bases han derrotado a Cafiero por considerarle demasiado complaciente con el Gobierno radical. Menem se ha rodeado, para ganar, de todos los residuos del peronismo m¨¢s arcaico. En el equipo que le sostiene est¨¢n representados los elementos m¨¢s contradictorios, desde antiguos colaboradores de L¨®pez Rega hasta el extremismo montonero. Es una amalgama muy apropiada para excitar todos los motivos de descontento, pero de la que no puede nacer un programa constructivo. El carisma de Menem, indudable entre amplias capas depauperadas y marginadas, no se asienta tanto en el impacto de sus ideas pol¨ªticas como en su figura y gestos, rodeados de un halo taumat¨²rgico. Es una nueva forma de populismo, un mal del que Argentina conoce bien.
Con vistas a la elecci¨®n presidencial de 1989, y frente a un candidato como Menem, los radicales podr¨¢n utilizar el temor de las capas medias al retomo de una forma de peronismo que en el pasado abon¨® el terreno a los golpes militares. Desde ese punto de vista, Cafiero hubiese sido quiz¨¢ un contrincante m¨¢s peligroso. Pero la elecci¨®n est¨¢ a¨²n muy lejos y todo va a depender de la evoluci¨®n de la situaci¨®n econ¨®mica, que se ha convertido en la cuesti¨®n decisiva para el Gobierno y en la obsesi¨®n de toda la ciudadan¨ªa. El presidente Alfons¨ªn, que tan eficazmente se ha desempe?ado en la defensa de la democracia, parece incapaz de atajarla crisis econ¨®mica. Aunque acuerdos como los firmados con Espa?a e Italia pueden ayudar a aliviar la situaci¨®n, la inflaci¨®n sigue disparada y la inversi¨®n es casi inexistente. En estas circunstancias, el des¨¢nimo puede cundir y el ciudadano de a pie, acuciado por las necesidades m¨¢s elementales, puede olvidarse de las ventajas de la democracia.
En este clima, el triunfo de Menem -independientemente de sus posibilidades de ser elegido en 1989- reintroduce en la pol¨ªtica argentina etapas de un pasado que parec¨ªa superado.
Sus posiciones program¨¢ticas son confusas, pero su personalidad, las fuerzas que le rodean, constituyen un factor negativo en un momento en que la necesidad prioritaria es impulsar un pacto nacional que permita a la econom¨ªa empezar a levantar cabeza.
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