Un parto interminable
PILAR MIR? ha saludado, desde su puesto de m¨¢ xima rectora de la televisi¨®n p¨²blica, la "pr¨®xima aparici¨®n" de los tres nuevos canales de televisi¨®n privada previstos por la ley. La medida de tiempo pr¨®xima es imprecisa, pero las conocidas reticencias del Gobierno a la televisi¨®n privada auguran que su aparici¨®n no es precisamente para ma?ana, y ello a pesar de los buenos prop¨®sitos expresados por el ex portavoz del Gobierno Javier Solana, d¨ªas antes de cambiar de cartera. Cualquier c¨¢lcu lo elemental pone de manifiesto que es pr¨¢cticamente imposible que esos canales est¨¦n en funcionamiento antes de las elecciones legislativas de 1990. Las obras de infraestructura con que el Estado ha de poner su red de difusi¨®n al servicio de la televisi¨®n privada no comenzar¨¢n hasta finales de este a?o o principios del pr¨®ximo, y se calcula un plazo de a?o y medio para que est¨¦n totalmente terminadas.Ya sabemos c¨®mo en este pa¨ªs los plazos previstos para cualquier obra se alargan en la pr¨¢ctica y, adem¨¢s, no est¨¢ asegurado que el nuevo ministro de Transportes y Comunicaciones sea verdaderamente eficaz en su nuevo cometido.
En una actitud que se aproxima al cinismo, el Gobierno viene a sugerir que si las televisiones privadas no llegan en su momento es porque probablemente las empresas no estar¨¢n en condiciones t¨¦cnicas ni program¨¢ticas de emitir, como si esa eventual incapacidad no fuera consecuencia directa del retraimiento que produce en las compa?¨ªas interesadas la inseguridad jur¨ªdica de una ley disuasoria -y sujeta a un posible recurso de inconstitucionalidad- y la ignorancia sobre el plazo en el que el Estado tendr¨¢ disponible su red de difusi¨®n.
Es muy probable que entre tanto sean ya f¨¢ciles de alcanzar para todos las emisiones v¨ªa sat¨¦lite y las que se preparan por la Comunidad Europea. Limitadas ahora por el precio de las antenas parab¨®licas, sus accesorios y sus dificultades de instalaci¨®n, puede ocurrir que las antenas individuales para captaci¨®n de sat¨¦lites sean pr¨®ximamente puestas a la venta a precios asequibles y miniaturizadas. Las emisiones internacionales se har¨¢n en varios idiomas seleccionables, de forma que eventualmente se podr¨¢n recibir tambi¨¦n en espa?ol. Esto puede crear grandes dificultades de captaci¨®n de audiencia para los canales privados y para quienes finalmente han de sufragarlos, los anunciantes. Las previsiones publicitarias para 1990 se cifran en unos 252.000 millones de pesetas, pero nada seguro puede predecirse en un sector cuyo desarrollo est¨¢ tan estrechamente vinculado al de los otros y al resto de la econom¨ªa nacional. En este aspecto, la principal concurrencia de los canales privados seguir¨¢ siendo la de Televisi¨®n Espa?ola, que va a continuar con su car¨¢cter h¨ªbrido de privada en cuanto a la recepci¨®n de beneficios publicitarios y de p¨²blica en sus inversiones a fondo perdido.
Ha costado muchos a?os llegar a una ley de televisi¨®n privada tan restrictiva como la que existe, y costar¨¢ algunos m¨¢s que se ponga en funcionamiento: son retrasos de exclusivo car¨¢cter pol¨ªtico. Y es de temer que cuando se llegue al pleno funcionamiento, las empresas privadas se encuentren en planos de concurrencia econ¨®mica en que les sea muy dif¨ªcil moverse y alguna tenga, en fin, que alimentarse realmente de dineros muy pol¨ªticos. La resistencia del Gobierno a hacer a tiempo las concesiones -palabra ya viciada, puesto que un medio de expresi¨®n no se debe conceder, sino que es un derecho de todos- habr¨¢ producido estas anomal¨ªas.
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