Teor¨ªa de centenarios
Psicosis de centenarios. En estos a?os postreros del siglo en curso se agrupan fechas significantes. Estamos, espa?oles e ingleses, en el cuarto centenario de la empresa de Inglaterra. El a?o que viene har¨¢ dos siglos de la Revoluci¨®n Francesa, cronol¨®gicamente identificada en su arranque con la toma de la Bastilla. En el 92 llegar¨¢ el m¨¢s sonado en la historia y en la escena mundial del Descubrimiento, tan debatido ya desde va haciendo alg¨²n tiempo. Por fin se har¨¢ presente el 98, porque ya est¨¢ tambi¨¦n, si no llamando a la puerta, s¨ª doblando la esquina ¨²ltima de sus 100 primeros a?os.Los centenarios, rutinaria y normalmente, se conmemoran. ?Qu¨¦ es conmemorar? ?Por qu¨¦ el se?alado recuerdo? Conmemorar es, simplemente, hacer memoria. Se hace memoria; se recuerda un hecho con alg¨²n fin u objetivo; se conmemora, en fin, para algo. Este algo, indefinido en la generalidad sem¨¢ntica del vocablo, dir¨ªase ser, en peripat¨¦tica terminolog¨ªa, la causa final de la memoria hecha. Pero el hecho, adem¨¢s, tiene que ser se?alado; poco sentido anida en el conmemorar lo anodino. Lo se?alado, en la historia, viene a serlo por suscitar victoria decisiva o ¨¦xito fecundo y trascendente. Lo primero; lo victorioso de un lado implica -exige m¨¢s bien por lo normal y natural- derrota del otro lado, o fracaso al menos en la no consecuci¨®n de un objetivo. Lo segundo; el ¨¦xito acompa?ado de clamor no requiere siempre negatividad correspondiente en algo considerado contrario, aunque a veces se d¨¦ lo negativo envuelto en tules que lo disimulan. Mas la dualidad ¨¦xito-fracaso, victoria-derrota, favorabilidad-desventaja, prevalece siempre, de un modo u otro, en el hecho relevante digno de ser conmemorado.
Lo que acontece es que en la conmemoraci¨®n destacable, como en casi todo lo humano, prevalece con gravedad y valor interesantes la palanca de la subjetividad. En el caso de los centenarios, ¨¦sta es la subjetividad, el subjetivismo mejor, de los pueblos: su talante comunitario, en cuanto persona m¨²ltiple y multigeneracional, ante la historia en general y ante el hecho centenario en particular. Y esta subjetividad, de no estar bien ordenada, es el factor, o uno de los factores m¨¢s influyentes, con posibilidad m¨¢s acusada de poder desvirtuar el fruto de la conmemoraci¨®n en curso, fruto que est¨¢ en ¨ªntima relaci¨®n -si es que no en identidad franca- con aquel algo que qued¨® definido conceptualmente como causa final del acto comunitario de memoria. El sujeto hist¨®rico que proclame el ¨¦xito para s¨ª, con convencimiento nacido y afianzado por el reconocimiento expl¨ªcito o impl¨ªcito del contrario anta?o, o simplemente por su silencio hist¨®rico o incluso por el griter¨ªo indiscriminado e injustificado muchas veces de terceros personajes hist¨®ricos en su favor, tiene tendencia por lo general a convertir la conmemoraci¨®n en una autoadoraci¨®n vac¨ªa o est¨¦ril, o en demanda, a los espectadores interesados, de halagadoras turificaciones. Pero el oponente puede discutirle el ¨¦xito aqu¨¦l al primero por varias razones: ante todo por justicia hist¨®rica. Una victoria material o moral no lo es simplemente por ser o haber sido proclamada unilateralmente como tal; tiene que ser seguida no s¨®lo por el reconocimiento oficial del vencido o de los espectadores tendentes al c¨®modo y tal vez remunerativo halago -que en el humillado puede proceder de la violenta coacci¨®n o de la amenazante represalia, y que en el espectador apartado es fruto siempre de la conveniencia-, sino demostrada y probada por el ¨²nico sentimiento humano de los pueblos, que da su verdadero valor al hecho violento de haber sido m¨¢s fuerte o mejor afortunado que otro en circunstancia decisiva; ese sentimiento es la hidalgu¨ªa. Si el vencedor no es hidalgo tras su victoria, ¨¦sta se torna dudosa, incierta, discutible. Recuerdo varios ejemplos; citar¨¦ dos tan s¨®lo: uno en diciembre de 1898, en Par¨ªs; el otro en agosto, creo, de 1945, en Nuremberg. Otra raz¨®n: la de la atribuci¨®n indebida del ¨¦xito o la de la deformaci¨®n desvirtuada de ¨¦ste. Con frecuencia, el silencio de uno -fruto del indiferentismo, de la indolencia, del desd¨¦n decadentista de hombres de Estado o de pueblos enteros, o del simplemente no querer hacer frente con trabajo y tes¨®n a la realidad de las cosas hist¨®ricas- es aprovechado exageradamente por el contrincante, animado casi siempre por lo general del impulso de la juventud nacional, mezcla de euforia e insolencia, y del ansia de, mediante una y otra de estas vibraciones sentimentales comunitarias, ir haciendo una incipiente historia. Recuerdo varios ejemplos; citar¨¦ uno tan s¨®lo: el que se inicia en la segunda mitad de 1588.
Haya subjetividad -euf¨®rica, jubilosa, triunfalista-, sea la objetividad -equilibrada, ponderada, deseosa de verdad- lo que sancione la calidad de la conmemoraci¨®n centenaria, tiene que darse algo peculiar en la ra¨ªz de la materia y del esp¨ªritu de lo conmemorado y de la conmemoraci¨®n en s¨ª, del acto comunitario o individual de hacer memoria, que convierta en momento provechoso el esfuerzo realizado por muchos o por uno para hacer presente con fruto lo que fructific¨® a su vez en el centenario pasado. Tal algo, peculiar y radical; tal realidad, necesaria y trascendente, es el ansia de aprender. Todo hecho hist¨®rico, con independencia de su signo perpetuado en las amarillentas ya p¨¢ginas de Cl¨ªo, ya sea indiscutiblemente favorable a un bando y adverso a otro, ya resulte meritorio para unos sin mengua de valores espirituales a los restantes, espectadores contentos o reconcentrados envidiosos; toda realidad hist¨®rica trascendente es paradigma indiscutible que encierra lecci¨®n inmarcesible. En lo que de ejemplo guarda se perpet¨²a la vida. Lo digno de ser sabido, analizado, aprendido, recordado, rememorado... aquel algo fruct¨ªfero, siempre permanece; constantemente sigue, ah¨ª. En resucitarlo -una vez m¨¢s acaso-; en tirar de ello hacia la superficie de nuestras vidas actuales; en analizarlo conscientemente; en exprimirlo para que siga tray¨¦ndonos ense?anzas; en verlo de nuevo en suma a la luz de la circunstancia generacional de quienes hayan de conmemorarlo... en eso consiste un acertado centenario.
Entre teor¨ªa y pr¨¢ctica pueden empero aparecer divergencias notables y a veces exageradas. Puede acontecer, primero, que no se acepte en cuanto suficientemente v¨¢lida la teor¨ªa esbozada aqu¨ª. No hay que aprender ya, podr¨¢ decirse; ya se ha encargado de ello la erudici¨®n hist¨®rica. La conmemoraci¨®n se ha hecho para subrayar m¨¦ritos y mantener vivas las haza?as, seguir¨¢ dici¨¦ndose a s¨ª mismo y al mundo el oficialmente vencedor; para que unos y otras se graben en las almas de las generaciones de hoy y las tomen y asimilen en lo que son, en la verdad indiscutida, en nuestra verdad. ?Que estudie y que aprenda el perdedor; el que pretenda en su favor enmendar la escritura de la historia! Esa teor¨ªa es la pobre consolaci¨®n del d¨¦bil. ?Claro error del que, empero, resulta sobremanera dif¨ªcil sacar a quien, a rastras de la euforia hist¨®rica, se encuentra sin buscarlo presa de ¨¦l!
En el centenario que ya est¨¢ aqu¨ª -el de 1588, el de la empresa de Inglaterra para nosotros; el de the defeat of the Spanish Armada para ellos- consta ya semioficialmente que Espa?a, sus marinos al menos, est¨¢ estudiando, aprendiendo, viendo y apreciando aspectos nuevos, rectificando incluso opiniones y pareceres propios que, justamente probados con el rigor exigido en estos casos, podr¨ªan dar luz nueva al panorama hist¨®rico, aunque ya se empiezan a dejar o¨ªr propias razones pol¨ªticas, diplom¨¢ticas y timoratamente juiciosas, que tal vez puedan impedir que esa luz brille para lo espa?ol en suficiencia. Los ingleses, creo con constancia clara asimismo, tambi¨¦n investigan y estudian, aunque m¨¢s en sinton¨ªa con la conmemoraci¨®n literal.
El a?o pr¨®ximo ser¨¢ franc¨¦s, pero, porque son as¨ª las cosas de la historia, tiene que ser tambi¨¦n europeo e incluso occidental. Lo que acontezca debe de estar con arrancada avante ya. Pronto se apreciar¨¢n o se podr¨¢n apreciar los resultados.
El centenario del 92 -?para qu¨¦ insistir m¨¢s?- est¨¢ casi en el umbral de la morada del mundo; de ambos mundos, como se dijo en su d¨ªa. Espa?a, qui¨¦rase o no, aunque se le dispute y se le discuta el papel dentro y fuera, es la estrella del gran espect¨¢culo hist¨®rico. Aunque puede sin disputa darse al triunfalismo, ¨¦ste acabar¨ªa siendo est¨¦ril si no ajustase la conmemoraci¨®n inmensa -m¨¢s rotunda por la cifra acaso que cualquier otra- a una teor¨ªa sensata.
Y en 10 a?os... dec¨ªa el viejo tango, con harta raz¨®n, que ni ese tiempo ni su doble es nada... habr¨¢ que enfrentarse con el centenario del 98. ?Sabremos hacerlo los espa?oles? ... ?Sabr¨¢n, mejor dicho, los que, indiferentes o pol¨ªticamente comprometidos hoy ante el poderoso -que no le dar¨¢, con toda probabilidad, gran importancia oficial a una acci¨®n propia del corte de las que m¨¢s tarde ha acusado a otros-, tengan por obligaci¨®n administrativa que conmemorar? ... O ?habr¨¢ silencio? ?Qu¨¦ m¨¢s da! Nada es seguro. Lo ¨²nico seguro acaso es que del 98 tenemos todav¨ªa los espa?oles mucho que aprender y tal vez que ense?arles a los dem¨¢s.
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